La vida de las palabras
M
Salvador Robles Miras
La vida
de las palabras
520 microcuentos y 19 cuentos
narrativa
M.A.R.Editor
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte
de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.
De la obra: © Salvador Robles Miras
Del prólogo: © Paz Martín-Pozuelo
De la edición: © M.A.R. Editor
De la imagen de la portada: ©
Octubre de 2018
http://www.mareditor.com
info@mareditor.com
ISBN: 978-84-17433-07-9
Depósito legal: M-28780-2018
Maquetación: Estudio Rojo Pistacho
Impreso en España.
A los seres queridos que se fueron al otro lado
y dejaron
una parte de ellos en este lado, conmigo.
A Carmen Calero, mi cónyuge, y Germán Robles Calero, mi
hijo, por velar mis sueños
despiertos.
A mi padre, don Manolo, por su admirable ejemplo.
A Liliana García (R.I.P.), poeta y escritora, por su
maravillosa y eterna amistad.
A los lectores fieles que me leen a diario redes sociales,
o sea, que me alimentan a diario.
El arte no es un intento de huir de la realidad,
sino de reanimarla.
Joseph Brodsky
Hay lugares que, si esperamos lo suficiente,
termina por pasar el mundo entero.
Rudyard Kipling
La belleza es el acuerdo entre el contenido y la forma.
Las ambiciones pequeñas generan esfuerzos pequeños.
Henrik Ibsen
El único medio que nos hace vivir una experiencia que no
ha sido nuestra es la narración, tal es su fuerza.
Tzvetan Todorov
LO BUENO SI BREVE
H
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ay libros a los que te asomas como si fueran una ventana,
con la certeza de que al abrirlos se va a renovar el aire y
se te va a quitar el peso que tiene tu cabeza. Alzas la primera
página como si fuera un visillo ligero y aunque lo estabas
intuyendo, te sorprenden al otro lado la luz tan limpia y el
silencio que sigue a la lectura precipitada del párrafo primero.
Entonces te das cuenta de que estás atrapada, que ya no
podrás hacer otra cosa que entregarte a su lectura sabiendo
que lamentarás el momento de haberlo terminado. A mí me
ocurrió con A la sombra de un tilo, de M.A.R. Editor, primer
libro que disfruté de Salvador Robles Miras, con la suerte de
que, finalizada su lectura, me aguardaba toda su obra que por
entonces yo aún no había estrenado. Y la obra de Salvador es
extensa y larga, deliciosa cuando se lo propone y dura cuando
la historia que nos cuenta lo reclama.
Fue Carmen Arche Ortiz, una amiga que ama las palabras
casi tanto como a las personas, que deja al aire su confianza en
la vida si la llenan emociones, quien me descubrió a Salvador.
Es un sabio, Paz me dijo, no me canso de leer sus historias,
breves y tan directas que no puedes desatenderlas. Y me fui
hasta el muro de Salvador para descubrir nada más llegar que
Carmen tenía razón, que sus palabras, breves y directas, tenían
la facultad de hacerte temblar y de cambiarte por dentro como
si un huracán te hubiera arrollado, pero sobre todo pude
comprobar que me llegaban al lugar exacto del corazón en
el que seguramente, antes de escribirlas, Salvador ya había
dispuesto que llegaran. Pocas semanas después, Robles Miras
vendría a Madrid para presentar A la sombra de un tilo, ese libro
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primero a través del que pude conocer en persona al escritor
del que, con tanta pasión, me hablaba Carmen. Allí estuve
aquella tarde, escuchando los preámbulos y luego al escritor.
Pero para entonces, los oídos se me fueron perdiendo porque
sobre mi regazo ya reposaban un montón de historias que
desde que entré en la librería no habían dejado de llamarme.
Con La vida de las palabras, que he tenido el privilegio
de disfrutar mucho antes que otros, ha vuelto a suceder.
Me ha sobrecogido la necesidad de detener su lectura con
el fin de posponer el final lo más posible, pero sobre todo
para recrearme en sus moralejas, en el amor, la ternura y las
enseñanzas que llevan dentro todas las historias, breves y
brevísimas, que le dan forma a un libro que pienso tener bien
cerca, porque además de toda su belleza, siempre alguna le
pone palabras exactas a lo que siento.
El manuscrito me llegó en uno de esos extraños momentos
en que la lectura me resultaba difícil, muy difícil, porque
a mi mente, empeñada en encontrar una única solución para
varios problemas, no le quedaba espacio alguno para perderse.
Tardé unos días en abrir el manuscrito y cuando lo hice,
me topé con El viento en el horizonte tal y como Salvador
pretendía, porque es el relato con el que nos invita a adentrarnos
en un universo en el que luego nos vamos perdiendo
y encontrando a partes iguales. En ese momento supe que ya
no podría dejar de leer, que La vida de las palabras era una
aventura en la que me iba a perder pasando páginas o abriendo
el libro al azar para dejar que fuera la historia la que me
encontrara.
Y es que Salvador Robles Miras posee la difícil virtud
de la brevedad, la capacidad de condensar toda la fuerza en
unas pocas, a menudo poquísimas, palabras con las que sabe
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llevarte hasta el fondo, presentarte a personajes que ya no vas
a olvidar y regalarte toda la vida que sin que tú lo supieras te
comenzaba a faltar. Y en esta obra lo hace, te invita a conocer
abrazos que suceden en lo alto de las montañas, la lluvia que
traen los pinceles, la calle de la metáfora, hijos que se alejan,
padres que aman, madres que antes de partir dejaron la luz
prendida, la esperanza, la inmensidad del mar, el aire limpio,
regueros de ilusión, la soledad cuando es compañía y cuando
es plenitud, vagones que desbordan cuentos, tigres en calma,
deseos satisfechos, anhelos que mutan y saben querernos y
muchos otros personajes y emociones que no caben en un triste
prólogo como éste. Y todo ello con las palabras contadas para
que ninguna se quede fuera de donde debe estar, ni permanezca
dentro más del tiempo del que Robles Miras ha decidido para
garantizar que ellas, las palabras, sus palabras, nos hagan reír,
llorar, pensar, añorar los domingos o sentirlos muy dentro. Y
es que la fuerza de Salvador Robles Miras no es otra que su
capacidad para condensar. Su virtud, su gran y difícil virtud,
la brevedad.
Con mis letras que no tienen otro motivo que la celebración
y el anticipo de un gran y hermosísimo libro, os animo a leer
todas las palabras que Salvador reúne en este pequeño tesoro
y, tal y como él sugiere en el relato con el que lo cierra, a
contarlas luego. Porque ésta es al fin la vida que el escritor
le regala a las palabras, la de volar y llevar en sus alas, para
multiplicarlas, las emociones que las hicieron nacer.
Paz Martín-Pozuelo, poeta y escritora
Colmenarejo, junio de 2018
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EL VIENTO, EN EL HORIZONTE
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l escritor escribe varias horas cada día, de ahí que un
reguero de letras alfombre el camino que deja tras de sí. El
lector las recoge y luego alarga el paso. Alcanzan al escritor en
el fondo del horizonte, cuando aquél ha enfundado su pluma.
Sus miradas se funden en una antes de encaramarse a la nube
que empuja el viento. Sopla la imaginación.
LA VIDA DE LAS PALABRAS
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l escritor transformaba en vida todo lo que vivía: el amor
y el desamor, la ira y la calma, el éxito y el fracaso, la
alegría y la tristeza, el anverso y el reverso
¿Y la muerte?
La muerte, también. Antes de morir, dejó escrita su biografía,
la cual fue calificada por la flor y nata de la crítica como una
obra maestra.
Desde entonces, cada vez que un lector se sumerge en las
páginas de la biografía, el escritor transforma su muerte en un
canto a la vida.
EL TESORO DE LA ESPERANZA
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odos los días el viejo muy viejo pasa por delante del local
que, decenios atrás, albergaba La isla del tesoro, la librería
en la cual el viejo, a la sazón adolescente, compró los libros
que lo convirtieron en el amante sempiterno de la Lectura
mayúscula. El hombre, desde entonces, alberga la esperanza
de que otra librería, algún día cercano, ocupe el lugar que dejó
vacante en el remoto pasado La isla del tesoro.
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OTROS MUNDOS
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eía otros mundos mucho más hermosos que éste, más
justos, y su obligación era traerlos a éste, para embellecerlo,
para dotarlo de una pizca de esperanza; por eso se esforzaba
en mejorar sus habilidades, por eso escribía.
EL TESORO DE LA ISLA
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uardaba el tesoro en una isla solitaria en la que
desembarcaba cada noche. Una vez allí, contemplaba
el tesoro durante unos minutos y luego se sumergía en las
profundidades del sueño. Por la mañana, parte del tesoro
amanecía en la costa.
LA VICTORIA DEL PERDEDOR ETERNO
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o derribaban, se incorporaba, volvía a caer y de nuevo se
levantaba. Muchos lo llamaban el perdedor eterno; otros,
pocos, lo denominaban el ganador de todos los tiempos.
Se equivocaban aquellos muchos; acertaron estos pocos.
El perdedor eterno, ahora el ganador de todos los tiempos,
un día logró mantenerse en pie el tiempo suficiente para, en
medio del diluvio de golpes que caía sobre su cuerpo, conectar
un puñetazo en la mandíbula de su rival, su punto débil. Éste
cayó fulminado en la lona. Un puñetazo definitivo. El golpe
que sólo puede propinar quien posee la fuerza del perdedor al
que muchos llamaban eterno.
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EN LOS HOMBROS DE LA VIDA
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o le quedaba mucho tiempo de vida, unas semanas,
tal vez unos meses. Lo único seguro era que el resto
de su existencia no podría contabilizarse en años. Así que,
en previsión de que la muerte se presentara al día siguiente,
el hombre, sin nada que perder, hizo lo mejor que sabía. Y,
entonces, la vida, la suya, se subió sobre sus hombros. Por fin
le daba la oportunidad de ser lo que quería ser: una vida plena.
Murió no mucho tiempo después, por la noche, exhausto de
tanto vivir.
LA GRACIA
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o era un hombre agraciado físicamente, pero era una
buena persona. Tal vez por eso, cuando fue amado por
su bondad, se hizo bello a los ojos del amor.
EL ESCUDO DEL MAR
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a mujer, viuda de un marino mercante e hija de un pescador
artesano, se negó a recluir a su hija en el pabellón de
enfermos terminales del Hospital Virgen del Carmen, ubicado
en el corazón del asfalto.
Pero, señora, su hija se muere sin remisión. Como
mucho, le quedan unos meses de vida, a lo peor, semanas.
Aquí, seguro que sí. La Muerte se sabe de memoria el
camino que conduce a este hospital. Ya veremos si encuentra
a mi hija tan fácilmente en otro lugar.
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Dondequiera que lleve a la muchacha, señora, la Muerte
la encontrará. Y no se imagina usted lo mucho que lamento
hablarle en estos términos.
Es posible que la encuentre, pero es seguro que le costará
muchísimo más trabajo.
La madre se llevó a la enferma terminal a una casa de
planta baja, al pie de una colina, frente a la inmensidad del
mar, lo más parecido a la belleza absoluta, a decenas de
kilómetros del hospital Virgen del Carmen. ¿Y si la Muerte
no sabía nadar?
ABRAZADOS
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n medio de la montaña, a quince grados bajo cero, los
dos montañeros, un hombre y una mujer que se habían
conocido la víspera, se salvaron gracias al calor que irradiaban
sus cuerpos abrazados. Cuando días más tarde fueron
rescatados, decidieron seguir estando juntos. No podían
prescindir de sus abrazos.
ANTES DE AHOGARSE
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n el río, antes de dejarse arrastrar por la impetuosa
corriente, el suicida tuvo una visión, la de su futuro. Y fue
entonces cuando luchó con todas sus fuerzas para emerger a
la superficie y llegar hasta ellas, hasta sus hijas que todavía no
lo eran, pero que lo serían
Y lo fueron.
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EL NÚMERO 2
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ra el número 2 y no aspiraba a ser el número 1; era el mejor
número 2 que jamás se había conocido. Nunca fue número
1. Cuando le llegó la hora de la retirada, el número uno, tras
hacerle una reverencia, le dedicó una frase de cuatro palabras:
Eres mejor que yo.
EL APRENDIZ GRANDIOSO
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S
e cayó de la bicicleta una vez más, y, antes de levantarse,
aprendió una lección inolvidable. No era torpe por haberse
caído. Simplemente, se había tropezado; él no era la bicicleta,
tampoco era meramente su cuerpo: él era mucho más. Él
era él. Fue el día en el que se convirtió en el aprendiz de los
aprendices.
MONUMENTO A LA AUSENCIA
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rigió un monumento en honor del ausente, un monumento
que veneraba a diario entretanto crecía simultáneamente
su nostalgia y su admiración. Un día, él volvió; en las semanas
ulteriores, la nostalgia y la admiración paulatinamente se
trocaron en cansancio y rutina; añoraba el tiempo en que lo
añoraba, cuando había un monumento y una veneración.
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LA FELICIDAD EN EL TREN
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puraba en el tren los últimos instantes de la felicidad que
le quedaba por vivir antes de empezar a vivirla, en la estación,
cuando ya no sería igual que la felicidad que imaginaba
sentado en el vagón.
TAREA PENDIENTE
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se día afrontó de una vez por todas la tarea que tenía
pendiente desde que nació: la de triunfar. Los años se le
acababan.
LA MEDIDA DE LOS SUEÑOS
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uando cumplió su gran sueño, se percató de que en
realidad era un sueño diminuto. Desde entonces, sólo
tiene sueñecitos.
UNA RAZÓN PARA VIVIR
Si no hay alguien en algún sitio que te quiera, ¿para qué
vivir?
Para que haya alguien que te quiera en algún sitio.
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HÉROE AL MORIR
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l joven se convirtió en héroe en el Mundo de Allá. Antes que
matar a un ser inocente, prefirió morir en el Mundo de Acá.
Matar es morir en vida; morir por no matar es vivir en la muerte.
LOS OJOS DE LA HIJA
¿Por qué me miras así, mamá?
Porque sólo en tus ojos veo lo mejor de mí misma,
hija mía.
Mírame así, mamá.
PUNTO FINAL
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Y
el río se convirtió en cemento. Aquel día el gallo no
cantó.
EL PRECIO DE UN ALCALDE
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E
l alcalde tenía fama de no dejarse comprar. Por eso
costaba tan caro.
LENGUAJE UNIVERSAL
C
C
omo hablaban idiomas diferentes y no había manera de
que se entendieran, él y ella, ella y él, decidieron besarse
en la boca. Y, entonces, al unir sus lenguas, entendieron todo
lo que se habían dicho... y se dirían.
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BEATA CONFUNDIDA
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L
a beata está hecho un lío. Aunque la mujer del maestro del
pueblo no ha sido bautizada ni profesa ninguna religión,
en su vida cotidiana se comporta como un modelo de virtud.
EL MEJOR MOMENTO
L
L
lueve con intensidad. Las gotas se estrellan contra la
ventana empujadas por un viento racheado. Él y ella,
abrazados, entornan los ojos y, como guiados por la misma
voluntad, exhortan a la memoria a que guarde este momento
en el santuario de los recuerdos, a salvo del olvido. La
memoria, rebelde casi siempre, esta vez no rechista. Sabe que
los dos enamorados no vivirán un momento mejor que éste: el
momento de la felicidad.
EL DÍA DE LA NOCHE
E
E
l día para el viudo era una noche larga, y la noche, a veces,
un día radiante. Había noches en que soñaba con que su
esposa, muerta hacía semanas, todavía estaba viva, junto a él,
en el lecho matrimonial, y, entonces, sólo entonces, amanecía
en la noche.
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MÚSICA SILENCIOSA
¿Bailas?
¿Aquí, en la calle, a medianoche?
Aquí y ahora.
¿Con qué música?
Con la tuya... Escucha.
Con la tuya, con la mía.
Y el hombre y la mujer bailaron enlazados en la solitaria
calle, en el silencio de la noche, amenizados por la música que
sólo ellos escuchaban.
EL CLUB DE LOS SEIS
A
A
l principio, sólo le leían su mujer, sus padres, su hermana
y su mejor amigo, a los que él llamaba con afecto el club
de los seis. Después, cuando, sorprendentemente, la novela
que narraba la historia de amor entre dos hombres ancianos
que descubren su homosexualidad en el ocaso de sus vidas,
publicada por una editorial modesta, se encaramó a los
primeros puestos de las listas de libros más vendidos del país,
y sus lectores fueron multitud, el escritor se percató entonces
de que en realidad, aunque sus decenas de miles de lectores le
habían catapultado a la fama, él seguía escribiendo para El
Club de los Seis. Eran los seis lectores que más le importaban
porque eran las seis personas más importantes de su vida.
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A UN METRO DE LA FRONTERA
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l hombre, acuciado por las dudas, se quedó petrificado
frente al paso fronterizo. Se encontraba a unos metros de
cruzar al otro lado, ¿por qué precisamente ahora le costaba
tanto dar un paso? Quizá porque él, un nacionalista de pura
cepa, temía que, al cruzar la frontera que separaba su país del
otro, del extranjero, se percatara de que el otro era él, y él era
el otro.
EL MONITOR DEL ALMA
¿Por qué me miras tan fijamente a los ojos?
Me adentro en tus adentros.
¿Y qué ves: mi alma?
Quizá.
¿Quizá? ¿Qué has visto?
No sé si decírtelo.
¡Dímelo! ¿Qué has visto?
La pantalla de un teléfono móvil.
ALLÍ, CON ELLA
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E
lla no estaba aquí; era él quien estaba allí, con ella. Al
cabo de un rato, él volvía a este lado, vacío, triste y
solitario, para, al sumergirse en la pena durante unos minutos,
coger impulso y volver allí, a ella, al otro lado, al paraíso de
la alegría.
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TIGRE MIEDOSO
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l penúltimo tigre vivo se estremeció al oír el crujido de una
rama. Alguien se acercaba sigilosamente. Acurrucado,
atisbó entre la maleza y, en cuanto vio lo que vio, se puso a
temblar estremecido por el miedo: Que los Felinos se apiaden
de mí, se acerca un hombre.
LA BÚSQUEDA DEL PARAÍSO
E
E
l hombre introspectivo estaba inmerso en un dilema: ¿el
paraíso se encuentra en el pasado o en el futuro? Cuando,
en sus incontables horas de reflexión, se inclinaba por el
pasado, le invadía una oleada de nostalgia; cuando optaba
por el futuro, se percataba de que se había dejado llevar por
la ilusión que genera la expectativa. Así que, inevitablemente,
volvía a empantanarse en las entretelas del dilema.
Años después, resignado a convivir eternamente con el
dilema irresoluble, éste se eclipsó espantado por la fuerza de
una voz emergida de las entrañas del hombre introspectivo:
Ahora. Y buscó el paraíso donde debería haberlo buscado
desde el principio. Dicen las buenas lenguas que lo ha
encontrado.
MEDICINA MILAGROSA
C
C
uando creía morir, renació, y, en su renacimiento, salvó
a un moribundo. A veces, cuando un amor se precipita
al abismo, en el trayecto, conoce a otro amor derrotado
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por el desamor, y, entonces, se produce lo inesperado, un
milagro para los que creen en los milagros. Los moribundos
desenamorados atisban en el otro la posibilidad del amor, y
renacen. Viva el amor.
EL MOMENTO OPORTUNO
G
G
anó por fuera de combate, contra todo pronóstico,
cuando estaba recibiendo una monumental paliza;
aprovechó el momento en que su rival se frotó las manos.
LIBRO REAL
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L
a realidad estaba impresa en un libro, y el libro en la
realidad. Pero nadie lo leía.
EL VIEJO EN LA LUNA
E
E
l viejo muy viejo, a quien la cabeza últimamente le
funcionaba a la buena de Dios, se ahogó al querer
alcanzar la luna que se reflejaba en la superficie del río. Sus
seres queridos desde entonces, cada vez que el satélite brilla
en el firmamento, ven al viejo bañarse en el cuerno de la luna.
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EL MATADOR DE ADJETIVOS
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E
l matador de adjetivos, armado con un grueso lápiz rojo
de punta afilada, liquidó a más de un millar de epítetos
de su obra cumbre: su autobiografía; una vez consumada su
tarea aniquiladora, el matador se encontró con la verdad de su
vida. Entonces, sólo entonces, dejó de matar.
TARZÁN DE LA METRÓPOLI
C
C
uando trasladaron a Tarzán a Metrópoli, el hombre mono
buscó desesperadamente un árbol al que trepar, pero no
lo encontró. Y, entonces, por primera vez en su vida, Tarzán
conoció lo que era la melancolía.
SER FELIZ
¿Cómo puedo ser feliz, maestro?
Haciendo lo justo.
Vaya respuesta.
Es la respuesta más feliz que tengo.
POR LA ESCUADRA
C
C
uando el balón pasó por su lado, la tentación se le hizo tan
irresistible, que no pudo evitar asestarle un puntapié. Fue
una patada certera que proyectó el balón hacia la escuadra de
la portería. Un golazo.
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Pero, ¿cómo ha podido hacer algo así? Usted es el
árbitro.
Ha sido un impulso irresistible. Siempre quise ser
delantero centro.
UN HOMBRE BUENO
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E
l hombre bueno sufrió un infarto y, antes de cruzar el umbral
del otro mundo, aunque era muy creyente, no imploró
a Dios que le salvara la vida, lo único que le pidió es que le
encontrara otro amigo a su mejor amigo.
TAN CERCA, TAN LEJOS
S
S
e marchó lejos, lejísimos, y sorprendentemente, en los confines
del mundo, se encontró con alguien que vivía cerca,
muy cerca, cerquísima. Recordó entonces una lección que le
enseñó su abuela años atrás y que él, haciendo alarde de una
estupidez colosal, había olvidado por completo: El viaje más
largo y provechoso hacia uno mismo es tomar la dirección del
prójimo.
ANTES DE MORIR
U
U
n minuto antes de morir, abrió los ojos y miró a su derredor.
No estaba solo. Las personas que más amaba: su
mujer y sus tres hijos, rodeaban el lecho mortuorio, y lo contemplaban
con ojos amorosos. En ese momento, su memoria
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le devolvió las palabras que le había susurrado su inolvidable
abuela antes de expirar: Sólo en los minutos que preceden a
la muerte sabrás si tu vida ha tenido sentido. El moribundo
esbozó una sonrisa, miró uno por uno a su mujer y a sus tres
hijos, y exhaló el último suspiro.
UNA LARGA ESPERA
A
A
unque la mujer llegó con más de dos horas de retraso, él
todavía la estaba esperando.
¿Cómo es posible que todavía estés aquí?
Tú también estás.
Sí, pero yo, durante ese tiempo, he estado en camino.
Tú, en cambio, has permanecido aquí más de dos horas. Te
aseguro que yo no hubiera aguardado ni la cuarta parte del
tiempo. ¿Por qué has esperado tanto?
Por la fuerza de la costumbre. Desde que nací, te he
estado esperando.
SOMBRA SIN SOMBRA
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L
a sombra abandonó al hombre que acababa de matar a
sangre fría. Vuelve, le dijo éste.
La sombra se limitó a hacerle un corte de mangas.
Desde entonces, el hombre sin sombra vive como un desal
mado.
Y es que la sombra no era una sombra; era un alma disfrazada
de sombra.
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SOBRE GUSTOS SÍ HAY ESCRITOS
A
A
unque a primera vista el escritor no le gustó, con el fin de
cerciorarse de que su obra tampoco le gustaba, se obligó
a sí mismo a comprar los tres libros que el escritor había
publicado hasta la fecha. Le gustó su obra, pero él siguió sin
gustarle.
ASESINO DEL CALENDARIO
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E
l vengador, con el dedo en el gatillo, se agazapó tras la
esquina del futuro. Sabía que pronto pasaría por allí el
asesino del pasado.
EL PUÑETAZO DE LAS ESTRELLAS
A
A
la postre, el espectacular fuera de combate que sufrió en
la pelea por el título mundial constituyó una epifanía que
cambió radicalmente su vida. Ese día, vio por primera vez las
estrellas. Desde entonces, frecuenta la noche; las estrellas le
siguen.
INDIFERENCIA
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C
erraba los ojos muchas veces durante el día, tal vez esa
fuese la razón de que por la noche sufriese insomnio.
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EL RESUMEN DE LA CICATRIZ
E
E
l escritor de la cicatriz firmaba autógrafos en una de las
casetas de la feria.
¿Cómo se hizo esa cicatriz? le preguntó una mujer de
mediana edad.
Es una larga historia.
Resúmala.
Celos, egoísmo, vergüenza.
¿Muerte, no?
La muerte vino después. La muerte de los celos, el
egoísmo y la vergüenza.
Una nueva vida, entonces.
Gracias a la cicatriz.
LAS CIRCUNSTANCIAS
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L
as circunstancias no tenían la última palabra, no podían
tenerla; si la tuvieran, entonces no habría más respuesta
que las circunstancias, y la vida entonces sería sólo una de
tales circunstancias.
EL BORRADOR DE LA MAÑANA
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S
entado en un banco del parque, corregía los textos que había
escrito en casa por la mañana; no necesitaba bolígrafo ni
artilugios electrónicos. Le bastaba con mirar en torno a él con
los ojos bien abiertos. En los congéneres que veía, distinguía
los aciertos y los errores del borrador escrito por la mañana.
La vida, en un libro.
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LAS PREGUNTAS DEL NIÑO
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L
e pedía explicaciones a menudo, sobre todo en las frías
noches de invierno en las que el insomnio se hacía más
largo y feroz. No sabía cómo decirle que no había sido capaz
de hacerlo mejor, no a ese niño que siempre había creído
que, cuando llegase a adulto, brillaría como una estrella del
firmamento.
EL ABUELO PIENSA ANTES DE DECIDIR
¿Qué decides entonces, abuelo?
Dejadme pensar.
Diez segundos
Treinta
Un minuto
Una hora.
¿Por qué necesitas tanto tiempo de reflexión para tomar
una decisión?
Porque no sólo pienso en lo que es bueno para mí, sino
en lo que es bueno para vosotros.
¿Quiénes forman ese vosotros?
Todos.
LA EUFORIA DE LO DESCONOCIDO
¿Adónde vas?, le preguntaron. Hacia lo desconocido,
respondió, eufórica. ¿Tanta alegría te produce lo
desconocido? Sí, porque soy la Imaginación. Y se alejó
dando saltos.
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LO QUE EL PADRE VIO
¿Yqué viste allí, padre? Dímelo.
El anciano giró la cabeza hacia su hijo de mediana
edad, y pugnó por decir algo, pero de su boca sólo emergieron
unos sonidos incomprensibles en tanto sus ojos se humedecían.
¿Qué viste allí, en Birkenau, padre? insistió el hijo al
cabo de unos minutos.
Algo espantoso. Prefiero no intentar describirlo. Su sola
mención lo devolvería al aquí y ahora, y entonces, el Infierno
ardería en mis entrañas.
EQUILIBRIO
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E
l mar inspiraba a menudo sus escritos. Lógico. El poeta vivía
en las montañas profundas y necesitaba imperiosamente
sentir vibrar en sus entretelas el sonido de las olas.
LA MOTIVACIÓN
N
N
o ha vendido más que unos pocos centenares de
ejemplares de sus libros, pero ahí está, un día más, a
sus casi noventa años, devanándose los sesos mientras teclea
delante de la pantalla del ordenador.
¿Dónde encuentras, abuelo, la motivación para seguir
escribiendo? le pregunta su nieto treintañero.
En múltiples sitios y personas, en ti también; pero sobre
todo en la tristeza que me embarga cuando no escribo.
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El SABER DEL QUE MUCHO SABE
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D
icen que sabe mucho, probablemente, el que más de todo
Metrópoli. El viejo muy viejo, de visita en el lugar, se
acerca al erudito esgrimiendo una sonrisa apacible.
Sabe usted muchísimo, ¿no?
Eso dicen responde el sabihondo.
¿Qué sabe usted hacer con lo mucho que sabe?
Oiga, ¿qué pregunta es esa?
Una pregunta muy sabia interviene una muchacha
que se había aproximado a los dos hombres, idónea para
que sea respondida por el que mucho dice saber.
Pero el erudito no supo qué decir. Le faltaba por aprender
lo más importante del saber.
LA ENCARNACIÓN
C
C
uando la cantautora empezó a cantar a la luna, la luna se
encarnó en el cuerpo de una mujer.
ALEGRÍA DE LARGO RECORRIDO
L
L
os dos compañeros de trabajo decidieron compartir
vivienda, en habitaciones independientes, con objeto
de combatir su desoladora soledad. Meses después, ya en
invierno, ante el frío imperante en las respectivas camas
solitarias, decidieron dormir juntos, cada uno en un extremo,
aunque a veces, en sueños, aproximaban sus manos. Al año, en
un descuido, acaso en un acto provocado por el subconsciente,
32
él se adentró en ella al mismo tiempo que ella se adentraba en
él; a los trece meses, acudieron al juzgado. Querían formalizar
su relación. Se habían enamorado.
EL TODO Y LAS MINUCIAS
L
L
a abuela, en el lecho mortuorio, aún tuvo fuerzas y tiempo
para dar a su nieta la última lección.
¿Qué estás haciendo ahora, hija?
Estar aquí contigo y quererte, abuela.
Aquí, ahora y querer a la persona con quien estés. Eso
es todo.
¿Todo?
Todo, hija; lo demás son minucias.
SUSURROS
H
H
ablaba muy bajito, lo cual obligaba al interlocutor de
turno a concentrarse mucho y, aun así, a veces resultaba
muy difícil escuchar lo que decía.
¿Por qué hablas tan bajo?
Para estar cerca del silencio.
TENTACIÓN
Y
Y
a no aguantaba más. Tenía que liberarse de la tentación cuanto
antes, ya. Se liberó. Hoy, dos días después, está en la cárcel.
33
LA OTRA LUZ
E
E
l otro apagó la luz, su luz. Qué pena, dijo ella antes
de conferir más intensidad a la luz, la suya, aunque se
consumiera antes; debía iluminar el lugar que había quedado
oscuro, el lugar que ocupaba el otro.
LA TORMENTA DEL PINCEL
C
C
omo hacía más de cuatro semanas que no caía ni una gota
en el pueblo del valle, el joven artista se plantó en la Plaza
Mayor con sus trebejos de pintura, y varias horas después, en
el paisaje del lienzo se desató un temporal de viento y agua
que obligó al artista a recoger precipitadamente todos sus
utensilios. Los cielos también querían figurar en el cuadro.
LA LUZ DE LAS SOMBRAS
E
E
n medio de la oscuridad reinante de su vida, resplandeció
una luz. Aunque caminó hacia ella, no logró aproximarse
ni siquiera unos centímetros. Por muchos pasos que diese,
la luz siempre estaba a la misma distancia. Pero algo en él
le impulsaba a seguir la estela luminosa. La alcanzó mucho
tiempo después. La luz era su luz. Detrás, quedaba el camino
que él había trazado. Pronto, muchas sombras resplandecerían
con su luz.
34
LA NIÑA DE LA MANTA
T
T
odas las noches, la niña se cubre la cabeza con la manta. La
oscuridad para ella simboliza la luz; la luz, la oscuridad.
La lógica del mundo necesita un mundo lógico; cuando lo
irracional es lo habitual, la niña se cubre la cabeza con la
manta. No quiere cerrar los ojos. Dentro, en la memoria, se
halla la luz que estrangula sus recuerdos; la misma luz que, a
este otro lado, a menudo ciega sus ojos inmediatamente antes
de que la mano que sostiene la linterna retire la manta y grite:
¡Te cogí! Es entonces cuando la niña empieza a tiritar.
LÁGRIMAS BAJO LA LLUVIA
A
A
noche ella se había ido con otro. Las lágrimas del hombre
se confundían con la lluvia que mojaba su rostro. Al
fondo, el sol amagaba con romper la capa de nubes. Los
gorriones se desperezaban en los árboles. Amanecía.
TODO A SU TIEMPO
L
L
a madre y el hijo habían plantado tomates en el huerto
familiar. Al día siguiente, el niño se quejó a su madre.
No hay ningún tomate en el huerto, mamá.
Los hay, pero aún no se pueden ver.
¿Dónde están?
En un lugar parecido al que tú guardas tu grandeza: en
el corazón.
¿Cuándo veré los tomates?
35
Cuando la semilla se convierta en fruto. Paciencia, hijo.
¿Y la grandeza mía?
Ésta, además de paciencia, también necesita esfuerzo y
amor. Ven a mis brazos, hijo mío.
Y el niño se arrojó en los brazos de su madre. Desde la
ventana de la vivienda, la abuela sonreía mientras se recreaba
en el espectáculo protagonizado por el amor, la paciencia y el
esfuerzo.
EL AMOR, EN LA ETERNIDAD
E
E
n el más allá no se enamoró de su marido sino del hermano
de éste. Fue entonces cuando supo que el otro mundo era
el otro mundo.
A RAS DE SUELO
T
T
odos los personajes que dibujaba la niña de seis años
tenían la capacidad de volar.
Debes dibujar personas con los pies en el suelo le
amonestó la maestra.
¿Por qué?
Porque nosotros no volamos.
Lo sé. Si no lo supiera, mis figuras no volarían.
36
AMANECERES
E
E
l viejo muy viejo, viejísimo, al amanecer, subió la persiana
de la estancia. Al mediodía, la bajó hasta la mitad;
al atardecer, la bajó otro poquito. Por la noche, cuando la
oscuridad se cernió sobre la habitación, la echó del todo. Ahí
queda eso, se dijo el viejo muy viejo. Toda una gran vida,
añadió alguien cuando volvió a amanecer.
CUENTO VERDADERO
¿Este cuento es verdad, abuela?
Pues claro que sí, hija; es un cuento de verdad.
LOS FRUTOS DE SOLEDAD
T
T
odos los días Adrián se sienta en el banco de la vereda,
con vistas a poniente, a contemplar el crepúsculo del
atardecer. En el fondo del horizonte, siempre vislumbra los
rasgos faciales de ella, Soledad, el sol de mujer que la vida
le regaló. Ni un solo día puede reprimir las lágrimas. Adrián
no llora por la ausencia irrevocable de Soledad, es la gratitud
la que se derrama por sus ojos. Qué suerte la suya. De entre
todos los hombres, Soledad lo escogió a él. Ella le dijo que vio
reflejados en los ojos de Adrián lo que no había visto en nadie:
la Soledad dichosa.
El sol se ha puesto. El hombre se encamina a su casa. Allí
le esperan los frutos de Soledad: Juan y Amparo.
37
ERES
E
E
res tú y el otro, el ayer y el hoy, el amor y el desamor,
el bien y el mal, las letras y el bolígrafo, el ejemplo y el
imitador, el amigo y el enemigo, la voz y el silencio, el fracaso
y el éxito, el hijo y el padre y la madre. Eres
el universo
entero.
QUIZÁ
M
M
e mira, la miro, nos miramos, nos sonreímos
No nos
conocíamos, pero nos conoceremos, quizá hasta el final
de nuestros días.
LO QUE HA PERDIDO
H
H
a perdido algo, no sabe qué; todo el día anda dándole
vueltas al asunto, hasta que, al anochecer, delante del
espejo, en casa, se percata de lo que es. Sus ojos carecen del
fulgor habitual.
Ha perdido la esperanza.
Pero mañana espera recuperarla.
EL PRODIGIO
C
C
uando se contempló en el espejo, el joven enamorado vio
el arcoíris.
38
DOS LUNES
P
P
epito Pérez tiene un buen empleo, con un sueldo digno
alejado de esas paupérrimas cifras que conforman el
salario mínimo interprofesional, y siente que ha pillado el
síndrome errante al que llaman estrés postvacacional. Pobre.
Se desahoga con Sebastián, el viejo muy viejo, durante unos
minutos. Luego, éste, esbozando una sonrisa, le señala la rama
del árbol sobre la cual se ha posado un pájaro.
Ese zorcal canta todos los días, también los lunes.
¿Y? pregunta Pepito Pérez.
Y Perico de los Palotes, mi vecino, está eufórico. Mañana
comienza a trabajar
después de cinco años desempleado.
Se aleja cabizbajo Pepito Pérez. El síndrome postvacacional
lastra sus pies.
En la rama, el pájaro gorjea un bello canto. Perico de
los Palotes, en la otra acera, sonriente, saluda con la mano
a Sebastián. Éste, tras devolverle el saludo, se dirige a los
columpios infantiles a darse un baño de vida.
LA OTRA ABUNDANCIA
A
A
unque en su humilde casa sólo había cuatro novelas y
un ejemplar de la Biblia, la muchacha de la familia más
pobre del pueblo era la que más libros poseía. Todos los días,
a la salida de la escuela, se encaminaba a la Biblioteca; allí,
durante las siguientes dos horas, combatía la abrumadora
desigualdad con lo mejor que tenía: el esfuerzo.
39
UNAS CUANTAS VECES
A
A
yer, la joven escuchó al escritor apelar a la compasión y
la empatía. Lo más probable es que quienquiera que sea
la persona a la que miramos a los ojos, ésta haya pasado por
el infierno unas cuantas veces en su vida. Reflexionó durante
horas sobre la frase del literato. Hoy por la tarde ha visitado
a su abuela, y ha mencionado las palabras escuchadas ayer
en la conferencia. La anciana ha asentido varias veces con la
cabeza.
¿Cuántas veces has visitado tú el infierno a lo largo de
tu vida, abuela?
Confío, Laura, en que unas cuantas más que tú.
Cuando se murió el abuelo y
El abuelo murió cuando le correspondía. El hombre
sufría lo indecible. Esa muerte fue una liberación para él. El
infierno lo visité antes, mucho antes, cuando el abuelo y yo
perdimos a nuestro primer hijo al poco de nacer, también
cuando él sufrió su primer infarto
La nieta entonces supo lo que nadie hasta ese momento le
había revelado.
¿Y sabes por qué conocemos el infierno en la tierra,
Laura?
¿Porque somos pecadores? apuntó la joven.
La anciana hizo un gesto de desdén con la mano.
¿Quién te ha metido en la cabeza esas memeces?
Conocemos el infierno porque amamos. El dolor del ser amado
es el infierno para los que amamos. Por lo tanto, el infierno
constituye la prueba de que en la tierra existe el paraíso. Ama,
hija mía, merece la pena vivir un tiempo en el paraíso aun a
riesgo de conocer el infierno.
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ENTRE LAS LETRAS VENCIDAS
N
N
o logró terminar la novela en la que llevaba ocupado
varios años, no como él quería; pero lo curioso es que,
al contemplar las letras vencidas, distinguió en ellas la figura
inconfundible de un hombre admirable: él; y era el que siempre
quiso ser. Una persona muchísimo mejor del que, años atrás,
se había propuesto escribir la novela.
LA FELICIDAD DIFERIDA
T
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enía 18 años y era feliz, aunque aún no lo sabía. Tendrían
que transcurrir treinta años para que lo supiera.
GABRIEL Y JUANA
Me llamo Gabriel.
¿En serio?
Por supuesto. ¿De qué te extrañas?
Porque yo me hubiese llamado Gabriel de ser hombre.
¿Y cómo te llamas?
Juana.
¡Increíble! Yo me hubiese llamado Juana de ser mujer.
Qué coincidencia.
Un buen augurio, ¿no?
Tal vez.
¿Nos vemos mañana?
A la misma hora.
Cinco años después
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Juana y Gabriel caminan por la calle cogidos de la mano.
Ella está a punto de dar a luz. Si es chico, se llamará Juan
Gabriel; si es chica, Juana Gabriela.
LAS ALAS DE LA IMAGINACIÓN
V
V
uela con las alas de la humildad hacia el reino del otro.
Imagina que es él, que siente y piensa como él. Lo comprende,
lo cual no significa que suscriba su comportamiento.
Regresa a sí mismo lleno de él. Abre los ojos a la vida. A los
demás tal vez les parezca que es el mismo de siempre, pero él
sabe que es el de siempre
y mucho más. La imaginación lo
ha hecho posible.
LÁGRIMAS DE VERDAD
¿Estás llorando? ¡Se trata de una novela, y los personajes
son de mentira!
Lo sé, pero mis sentimientos son de verdad.
EL NIÑO MAESTRO
A
A
hí va, con los sentidos abiertos en canal, deseoso de
apropiarse del mundo. Ha visto un pájaro, y es un pájaro.
Ha visto una flor, y es una flor. Ha visto un coche, y es un
coche. Ha visto un perro, y es un perro. Ha visto a un anciano,
y es un anciano. Ha visto una nube, y es una nube. Ha visto a
un niño, él, reflejado en la cristalera de un comercio, y es él y
42
al mismo tiempo otro; lleva un nuevo trozo de mundo consigo.
Es un niño admirable, el hijo de la Empatía.
LA DIRECCIÓN
L
L
a madre se despidió de su hijo, que partía a la ciudad a
cursar estudios de bachillerato, con estas palabras:
Si alguna vez te pierdes, y nosotros ya no estamos aquí,
toma la dirección que te conduzca a una biblioteca.
EL ORIGEN DEL SECRETO
D
D
icen que se trata de un hombre distinto a los demás,
con un inigualable sello personal. ¿Su secreto? No se
preocupa por ser original. Simplemente es quien es.
LA CUERDA DE LA VIDA
E
E
l abuelo nonagenario da cuerda a su reloj de bolsillo.
Tienes que cambiar de reloj, abuelo. Eso es una
antigualla bromea su biznieto adolescente.
Este reloj siempre me ha recordado lo esencial de la vida.
El reloj digital también te lo recuerda. Te refieres al
tiempo, ¿no?
Este reloj, el mío, necesita cuerda todos los días. Si no se
la das, se para; es una metáfora de la vida.
¿Y cómo se le da cuerda a la vida, bisabuelo?
Con el aprendizaje. Hay que aprender todos los días,
todos, también cuando tengas noventa años.
43
EL VALOR DE LA TRISTEZA
H
H
a sido un día infinitamente triste. Como si se hubiesen
puesto de acuerdo, los recuerdos más tristes de su vida
se han congregado en la punta de su memoria. No ha luchado
contra ellos, los ha acogido con afabilidad, incluso, al atardecer,
durante la siesta, los ha acunado. Antes de la medianoche, se
han marchado al otro lado, no demasiado lejos, dejando tras
de sí un reguero de guirnaldas en señal de agradecimiento:
Este hijo mío sabe lo que la vale la tristeza, ha dicho el
recuerdo más triste de todos, el de su madre fallecida.
ALICIA
Puedes concebir otro hijo; todavía no has cumplido
los treinta y seis años dijo el hombre tratando de
consolar a la madre desamparada.
Jamás concebiré a otra Alicia; yo añoro a Alicia, no a
un hijo replicó la mujer.
Y el hombre guardó silencio, impotente para matizar unas
palabras tan tristemente sabias.
UN CUENTO CON GANAS
Cuéntame el cuento de ayer, el de la tortuga voladora;
pero de otra forma, mamá.
¿De qué forma, hija?
Con más ganas.
La madre dirigió a su hija una mirada tierna y agradecida.
44
Qué hija su hija. Luego, tras convocar en la punta de la
consciencia a todas sus neuronas imaginativas, le narró el
cuento de la tortuga voladora con más ganas que nunca. Ese
día era muchísimo mejor madre que la víspera. Su hija le había
regalado una soberana lección.
LAS ESCALERAS DEL MAÑANA
E
E
l abuelo, para complacer a su nieta, visitaba con ésta el
centro comercial que había sido inaugurado recientemente
en la ciudad.
Subamos a la planta segunda, abuelo.
Subamos.
Pero, ¿a dónde vas, abuelo? Las escaleras mecánicas
están aquí mismo.
Espérame arriba. Yo subiré por las escaleras de mármol.
Están en el otro extremo. Por las mecánicas llegaremos antes.
A veces, hija, llegar antes hoy equivale a llegar tarde
mañana.
No te entiendo. ¿Qué quieres decir, abuelo?
Lo que quiero decirte, hija, es que, para poder subir las
escaleras mañana, antes he de subirlas hoy.
Espérame, voy contigo.
EL CAMINO DE LA HUMILDAD
C
C
ada vez que se caía, se levantaba más rápido y mejor. La
humildad le mostraba el camino del aprendizaje. Por eso
se caía cada vez menos. Por eso sabía cada vez más.
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¿Y QUÉ HICISTE TÚ, PAPÁ?
¿Yqué hiciste tú, papá?
¿Sobre qué?
Sobre lo que nos ha traído hasta aquí.
¿Y qué nos ha traído hasta aquí, hijo? No sé a qué te
refieres. Yo miraba al otro lado.
POETA
S
S
e traía del sueño los aromas del otro mundo.
LIGERO DE EQUIPAJE
E
E
l ricachón, en un ataque de lucidez, presintiendo en sus
entrañas la presencia de un huésped inesperado, guardó
todas sus riquezas en una furgoneta y se dirigió al barrio de los
pobres más pobres. Regresó al anochecer, ligero de equipaje.
No vivió muchos días más, pero vivió a lo grande esos
días. Todos los demás pobres de entre los pobres lo recibieron
entre vítores en el Paraíso del Bienestar.
SILBAR POR SILBAR
E
E
l viejo silba una melodía clásica en un banco del parque
de Los Atardeceres, en Metrópoli.
¿Está contento, abuelo? le pregunta el joven que
acaba de sentarse junto a él.
No especialmente.
46
Entonces, ¿por qué silba?
Porque sí.
Silbar por silbar. Como los pájaros.
En efecto.
Y el joven toma aire y silba con el viejo los acordes del
Himno a la alegría.
EN HONOR DEL VIEJO MUY VIEJO
T
T
odas las mañanas, camina por la orilla de la playa. Tarda
casi cinco minutos en recorrer cien metros, pero no le
importa. No tiene prisa; mientras camina, observa, oye, huele,
llena de vida sus viejos pulmones. Cuando el sol alcanza su
cénit, se dirige, pasito a paso, a la arena seca, y, ayudado por
la mano de un prójimo samaritano, se deja caer en una silla de
lona. Durante la hora siguiente, bajo una sombrilla, con los
ojos entornados, el viejo muy viejo llena el pasado del presente,
el presente del pasado, e incluso sueña con un futuro, mañana,
en el que, si el tiempo meteorológico y la salud lo permiten,
regresará a la playa, a caminar por la orilla, a triunfar a su
manera sobre la decrepitud. El escritor, a unos metros, inclina
el tronco, con el cuaderno sobre las rodillas, aferra el bolígrafo
y escribe un texto en honor del viejo muy viejo.
SOLOS EN COMPAÑÍA
E
E
l perro sin dueño vaga por un sendero del parque de Los
Atardeceres, en Metrópoli, y, a ráfagas, emite un gemido
desgarrador. El viejo muy viejo se acerca al animal y, tras un
47
esfuerzo sobrehumano, inclina el tronco lo suficiente para
poder dispensarle unas caricias en el lomo.
Te han dejado solo, ¿verdad?
Guau.
Como a mí. Vamos, Amigo.
Y Amigo y el viejo muy viejo se alejan por la vereda de los
Tilos. Amigo agita el rabo; el viejo muy viejo camina con el
cuello erguido. El horizonte les guía.
REVOLUCIONARIAS
L
L
a madre, maestra de profesión, y la hija, aprendiz, provistas
de sendos libros, cuadernos y bolígrafos, han salido de
casa a primeras horas de la mañana. Van a cambiar el mundo.
EL AMANECER DEL VIEJO ESCRITOR
L
L
a luz de la aurora baña la habitación en la que el viejo
acaba de abrir los ojos. Los huesos le crujen, la tos seca
le raspa el pecho, el corazón late a trompicones, le duele
hasta el alma; sin embargo, la ilusión del anciano se niega a
sucumbir, no aún. Tras inspirar y espirar hondo un par de
veces, sorprendentemente se incorpora en un periquete. Veinte
minutos después, desoyendo los lamentos de sus artríticos
dedos, el hombre, delante de un vetusto ordenador, escribe y
escribe y escribe, como ayer, tal vez como mañana. Los huesos,
mientras tanto, se calman, la tos calla, el corazón palpita y el
cerebro baila con todas sus letras. El viejo, ahora, asiste a una
fiesta. La fiesta de las palabras.
48
UN PAYASO PARA MARISOL
H
H
oy, 24 de diciembre, Marisol se siente más sola que
nunca. Viuda desde hace once meses, sin hijos, se resigna
a vivir tan significativa fecha embargada por la nostalgia. Sin
embargo, justo cuando deposita en la mesa de la cocina la
frugal ensalada que se ha preparado como plato estelar de la
cena, suena el timbre de la puerta. Son las diez de la noche.
Marisol se queda paralizada por la sorpresa. Al segundo
timbrazo, reacciona y abre con cierta prevención. Sus temores
se confirman al ver en el rellano de la escalera a un payaso.
¿Quién es usted? pregunta Marisol.
Su compañía.
¿Bromea?
Bromearé luego si la ocasión lo merece; ahora hablo
muy en serio.
¿Cómo se ha enterado de que estoy sola?
Me lo dijo él.
¿A qué él se refiere?
Sólo hay un él al que pueda referirme en una fecha
como la de hoy.
¿Mi marido?
En efecto.
Pero él está muerto.
La próxima Navidad yo ya me habré ido, y mi mujer se
sentirá terriblemente sola. Ve a mi casa en Nochebuena, me pidió
poco después de que yo actuara para los pacientes del hospital
en el que él convalecía. Usted nunca está sola. ¿No lo nota?
¿Qué debo notar?
Su presencia, la de él. Escuche
49
Marisol aguza el oído, tal y como le pide el payaso y, en
efecto, le parece sentir un silencio inconfundible, el que él
guardaba cada vez que ella le hablaba: un silencio embelesado.
Adelante, amigo, no se quede ahí en el rellano de la
escalera. Pase, hombre
Por cierto, ¿cómo se llama?
Gabriel.
La mujer lo mira de hito en hito.
¿Ha dicho usted Gabriel? Mi marido se llamaba Gabriel.
Lo sé. Mi mujer también se llamaba Marisol.
EL GUITARRISTA DE LA CATEDRAL
E
E
s una de las decenas de miles de personas, la mayoría
hombres, que viven en las calles de Metrópoli; se les
llama los sin techo. Éste, Miguel Arriaza, que, acompañado
por la guitarra, canta villancicos frente a la catedral, fue un
personaje relativamente famoso hace dos lustros, incluso le
pedían autógrafos por la calle. A la sazón, era un cantante
cuyos discos grabó tres cosecharon un notable éxito.
Más tarde, formó parte de un partido político. Cuando aspiró
a la alcaldía de la ciudad, se vio involucrado en un grave
escándalo de corrupción. Era inocente como, años después,
quedó demostrado. ¡Años después! Demasiado tarde. La
gente, la suya, le había dado la espalda. Su vida se había
ido por el sumidero. Luego vino el alcohol y la depresión, o
la depresión y el alcohol, porque él no sabe determinar qué
empezó primero.
A diario, hay transeúntes que pasan por delante de él y le
dirigen una mirada de soslayo, sin disimular el rechazo que
les suscita su figura andrajosa. Sin embargo, Miguel Arriaza
50
no se siente concernido por ninguna mirada, ni piadosa ni
inmisericorde. Un día, hace unos cuantos años, fue un cantante
de éxito y también un político honrado que estuvo a punto
de ser elegido alcalde. Nunca ha robado a nadie, tampoco ha
hecho daño deliberado a ningún semejante. Es un hombre
honrado. Uno de los centenares (o miles) de sin techo que
pululan por las calles de Metrópoli. Carecen de techo que les
cobije. Carecen de familia. Pero a algunos, como el guitarrista
que casi fue alcalde, les sobra dignidad. Feliz Navidad, Miguel.
EL OCTAVO DÍA DE LA CREACIÓN
C
C
uentan que, poco antes de crear al Hombre, Dios se
imaginó a sí mismo en la eternidad futura. Le preocupó lo
que visualizaba, ya que, pese a su omnipotencia, temió no ser
capaz de combatir el aburrimiento; la eternidad es demasiado
larga, incluso para el Señor. Por eso, al octavo día, creó a los
escritores. El pasatiempo favorito de Dios consiste en leer
historias.
ESPEJO DE LETRAS
A
A
lumbró con su peculiar linterna los rincones más
oscuros de sus entretelas, y encontró una mezcolanza de
conocimientos y vivencias que nunca había recordado. Les dio
forma en el papel; más tarde, leyó y releyó lo que había escrito,
y fue entonces cuando se percató de algo increíblemente
maravilloso: la escritura le había escrito a él.
51
MERECERSE EL NOMBRE
A
A
costumbraba a escrutar las entrañas de las palabras, por
eso descubría tantas enseñanzas imperceptibles para el
común de los mortales. Desde muy niña se había propuesto
merecerse el ilustrísimo nombre con que la habían bautizado.
Señoras, señores, les presento a Leonor, una monumental
lectora.
EL COMIENZO DE TODO
E
E
ra un niño y aquel rostro, blanco o negro, ateo o creyente,
nacionalista o internacionalista, le sonreía. Por lo tanto,
le devolvió la sonrisa... Dicen que así fue como nació la
compasión.
EN LA GLORIA
L
L
a abrazaba con ternura, y la mujer, al sentir el recio brazo
envolver su talle con tal delicadeza, abstrayéndose de
todo, concentró sus sentidos en la piel que acariciaba al ser
acariciada, la piel del hombre amado. Si la muerte viniese
ahora, la encontraría en la gloria. Ven, vociferó en silencio
la moribunda. Y vino. La muerte, a veces, es misericordiosa.
UN MICRORRELATO SÚBITO
S
S
u corazón palpitaba. La señal. Raudo, empuñó el bolígrafo
y se puso a escribir. En efecto, la creatividad, aferrando las
52
manos del corazón y el cerebro, tenía algo que decirle. Algo
que, una vez trasladado al papel, tituló Un microrrelato súbito.
Narra la historia de un escritor que, en cuanto le palpitaba el
corazón, se ponía a escribir; a veces, el capítulo de una novela;
otras, como en ésta: Un microrrelato súbito.
LO QUE FUE EL DOMINGO
E
E
l domingo no fue ni mucho menos como había previsto,
incluso se podría decir que resultó desagradable, pero ella,
la mujer, no emite ni una queja. El domingo, ese domingo, le
ha permitido engrandecer el recuerdo del sábado.
LIMPIEZA INTERIOR
S
S
u conciencia brillaba como los chorros del oro. Jamás la
sacaba a pasear. Tenía miedo de que se manchara.
TAREA PENDIENTE
¿Sabes navegar por Internet? preguntó el nieto a su
abuela nonagenaria.
Todavía no respondió la anciana.
53
EL FONDO DE LAS ALTURAS
T
T
odos sus parientes se habían ahogado en el naufragio de
la patera, y el muchacho, desamparado, se sumergió en las
profundidades del océano para reunirse con los suyos; pero, en
el fondo del fondo, no vio a nadie, sólo peces y algas marinas;
así que, impelido por una desconocida y arrolladora fuerza
que emergía de su interior, subió a la superficie y nadó y nadó
y nadó hasta alcanzar la orilla. Dos gaviotas que picoteaban en
la arena lo miraron fijamente; el joven les devolvió la mirada.
Las aves, cuando se sintieron miradas, remontaron el vuelo. El
muchacho supo entonces lo que debía hacer para reunirse con
los suyos: volar lo más alto que pudiera.
LAS TECLAS DEL CAMINO
D
D
esde hacía un lustro, su corazón latía en el pecho de la
heroína que protagonizaba la novela ganadora del Premio
Nacional de Literatura. Durante los cinco años siguientes, sus
dedos sólo tuvieron que teclear el camino que palpitaba en su
corazón: el de las letras.
REALISMO MÁGICO
C
C
uando, al amanecer, el mendigo se aprestó a marcharse de
la casa que lo había acogido durante la cena de Navidad,
antes de abrir la puerta de la calle, en la consola del vestíbulo,
dejó una tarjeta manuscrita: El Cielo os lo agradecerá.
Firmado: el arcángel San Gabriel.
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UN MICRORRELATO SENCILLO
E
E
l vendedor de cuentos, un minuto antes de cerrar su
despacho, recibió la visita del último cliente del día: una
anciana de aspecto humilde.
Buenas tardes, señor. ¿Escribe usted los relatos que
vende, o se limita a vender los relatos que otros han escrito?
Yo sólo ofrezco mis cuentos: los que tengo ya escritos y,
si estoy inspirado, los que escribo sobre la marcha.
¿Está inspirado ahora?
El escritor escrutó los ojos de la mujer, de mirada limpia,
y, en el fondo, vislumbró un mar de letras.
Lo estoy.
Tenga la mujer tendió al escritor una moneda de
euro, escríbame un cuento pobre. Es lo único que me queda.
¿Solo un euro?
Sí, es muy poco, pero para mí es un capital, ya que hoy
es todo lo que tengo; tal vez mañana pueda pagarle otro euro,
acaso dos. Depende de lo que recaude vendiendo recuerdos en
la Plaza Mayor.
El cuentista, durante los siguientes minutos, no más de
diez, escribió un microrrelato de 243 palabras, incluido el
título.
Tenga, mujer. Es una de las historias más cortas que he
escrito jamás, y probablemente la más bella. La protagoniza
una mujer sencilla y admirable que ama tanto los cuentos, que
está dispuesta a dar todo lo que tiene para que le escriban uno.
Un texto tan valioso que carece de precio. Un microrrelato
sencillo; suyo es.
Y grandioso agregó la anciana estrechando el papel
contra el pecho, cerca del corazón.
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LA NIÑA DE LAS NUBES
L
L
a madre juega en la piscina con su hija pequeña; la coge en
brazos y la lanza hacia arriba, un poquito más alto cada
vez. La niña se ríe a carcajadas conforme va ascendiendo más
y más
Una de las veces, la chiquilla nota un cosquilleo en
la coronilla. Es una nube de algodón, se aferra a ella mientras
aguza el oído; la madre, abajo, en el agua, se asusta. ¿Dónde
está mi Lucía? Justo cuando la mujer va a tomar impulso para
elevarse a los cielos, la niña cae entre sus brazos, sonriente, con
una nube de algodón entre las manos.
Para ti, mamá.
La madre se emociona hasta las lágrimas. Son las primeras
palabras que su hija ha pronunciado en la vida. Lucía dice que
las ha aprendido en el cielo.
LA PERSONA MÁS ADMIRADA
E
E
ra la persona que más admiraba de todas las que había
admirado en su longeva existencia. En su compañía había
vivido enriquecedoras y memorables experiencias; la quería,
pese a que sólo la había besado en la mejilla, en las manos y
una vez en la boca, el día en que él se percató de que ella fue,
era y sería su mejor amiga.
LA LÓGICA DEL AZAR
S
S
on las once de la mañana y la mujer todavía no ha conseguido
vender ni un solo décimo de lotería; pero, lejos de arredrarse,
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la vendedora sigue recorriendo bajo un sol de justicia las calles
del pueblo cantando los números que lleva colgados del pecho
Lógicamente, pronto venderá el premio gordo.
TODO LO QUE ES
E
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s el que fue y el que era y el que es y el que no fue y el que
no quiso ser y el que no es. Todo eso es lo que es.
CORAZÓN ESFORZADO
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T
enía que esforzarse para amarle. Esa fue la señal para que
dejara de esforzarse. Los actos rutinarios, supuestamente
amorosos, la convencieron de que no lo amaba. Un error de
bulto, ya que, pronto, su corazón se debilitó por la falta de
esfuerzos. No tuvo más remedio que volver a esforzarse, no
porque su amor exigiese esfuerzo, sino porque, en determinadas
circunstancias, el esfuerzo es lo que permite al corazón amar.
ANA SE EQUIVOCA
A
A
na se conocía lo suficiente para saber que si seguía con
Adrián el hombre al que amaba de verdad, más temprano
que tarde le haría mucho daño. Siempre terminaba cansándose
de los hombres a los que amaba. Así que, como quería mucho
a Adrián, decidió romper con él antes de que el hombre
sufriese una terrible decepción. Pero estaba equivocada.
Paralelamente, desde la lejanía, en el mirador del calendario,
la otra Ana, la mujer madura, se tiraba de los pelos por el
57
tremendo error que estaba cometiendo la Ana treintañera. A
Adrián no le dañaría, Adrián
Adrián era el amor de su vida,
AMOR DE OTOÑO
S
S
e propusieron escribir un microrrelato a dos manos; pero
lo curioso es que mientras lo escribían en el parque, sobre
un suelo alfombrado de hojas, sus manos respondían a una
voluntad, no a dos voluntades en una, sino a una misma
voluntad escindida en dos. En la cuarta línea, al mirarse,
se percataron de que sus letras se habían enamorado, y fue
entonces cuando el hombre y la mujer, tras besarse suavemente
en los labios, escribieron el título del texto: Amor de otoño, seis
palabras antes del punto final.
SIN ÉL
A
A
las pocas horas de declarar que no le amaba, se cercioró
del error colosal que había cometido. Al tercer día sin
verle, la nostalgia le resultó insufrible. Sólo había necesitado
tres días para percatarse de que su falta de amor era mera
palabrería. Al tener seguro el amor de él, la mujer no había
experimentado lo que suponía su carencia. Y su carencia era
todo, era el amor
Y corrió a buscarle. ¿Dónde estaría?
58
ESCRIBIR LA VIDA
T
T
enía un don. Lo que escribía adquiría vida. Por unos
instantes, estuvo tentado de dejar de escribir, pero al
final optó por vivir lo escrito. Así se convirtió en una leyenda.
Nadie supo determinar si vivía lo que había escrito o escribía
lo que había vivido.
LA VICTORIA FINAL
P
P
erdió a su marido, perdió su casa, perdió casi todos sus
dientes y, también, perdió parte de su movilidad. Pero
lo que no perdió fueron las historias que llevaba impresas
en sus entretelas, las leídas y las vividas; de entre todas ellas,
seleccionó unas cuantas con las que forjó su antología literaria;
con ella, con la antología, se enfrentó a la muerte
Y venció.
TODO HA CAMBIADO
E
E
l hombre, un intelectual que siempre ha defendido que sólo
la vida digna merece la pena vivirse, es ahora padre de un
hijo con parálisis cerebral; él, que también ha suscrito manifiestos
a favor de la eutanasia; él, que ha militado durante decenios
en el bando hedonista; él, ahora, cree sobre todo en el amor. El
amor absoluto que siente por su hijo con parálisis cerebral.
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MUCHO MÁS ALLÁ
E
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sforzándose en ser como ella lo veía, logró lo imposible: llegó
hasta más allá de sus propios límites, muy cerca del infinito.
LA ABUELA DE TODOS
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as seis plañideras se concentraron en torno al lecho en el
que agonizaba la que todos llamaban la abuela de todos: la
mujer más generosa que había nacido en Luz del Alba, el pueblo
de las montañas. Aunque eran plañideras de profesión, nadie las
había contratado para aquella función. Gemían, entre lágrimas,
con sonidos desgarradores. Querían a a la abuela de todos, por
eso la lloraban incluso antes de que la moribunda exhalase el
último aliento.
La anciana partió al otro mundo sabiendo que, en Luz del
Alba, hasta las lloronas de profesión la lloraban por vocación.
SILENCIO ATRONADOR
L
L
a tierra se ha abierto en canal. Voces desgarradas claman
al cielo, y nadie responde.
ESCRITOR REBAJADO
E
E
l novelista entró sonriente en una librería en la que, en
el escaparate, lucía un cartel anunciando que se vendían
centenares de gangas literarias. El escritor salió cinco
60
minutos después con el rostro descompuesto; en el mostrador,
entre las gangas, a un euro, le saludó lacónicamente la novela
que había publicado el año anterior.
EL GIGANTE ESCONDIDO
D
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esde lo más recóndito de sus entretelas emergió lo mejor
de sí mismo. No era un don nadie; era alguien, acaso un
ilustrísimo señor. Ella le había dado esperanzas (Sí, tal vez
algún día llegue a quererte) unos segundos antes de que el
enamorado, ahora un gigante, besara las estrellas.
LA LLAMA
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a llama de su vida se apagaba, pero aún había tiempo;
empuñó la vela y fue encendiendo otras velas, todas las que
encontró apagadas a lo largo de su camino. Luego, mientras la
cera se le consumía entre las manos, se dirigió hacia su destino.
Antes de que la llama emitiese su último parpadeo, giró el
cuello y miró hacia atrás, hacia las velas que resplandecían en
la oscuridad; las velas que él había encendido.
LA OTRA VENTANA
T
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oda su vida era oscuridad. ¿Y si
?, le insinuó una voz
desde el fondo del patio el día en que la oscuridad alcanzó
el abismo de la negritud. ¿Por qué no?, se dijo mientras
arrimaba una silla al hueco de la ventana. Justo cuando iba
61
a dejarse caer, la ventana de enfrente se iluminó con unos
ojos refulgentes. ¿Qué vas a hacer?, le preguntaron los ojos
Me dispongo a bajar por este atajo, y el hombre señaló el
vacío. La oscuridad me mata.
Te mataba.
La mujer del otro lado encendió la luz, su luz, y todo se
iluminó.
LECTORA ETERNA
L
L
a mujer, de apenas cuarenta años pese a su pelo encanecido,
tras aguardar durante casi media hora a que le llegase su
turno, entregó el libro al escritor famoso.
¿Me lo firma? Era usted el novelista preferido de mi
única hija.
¿Era?
Murió hace dos meses y tres días, en un accidente de
tráfico. Pasado mañana, hubiese cumplido los veinticuatro
años. El conductor del otro coche, un todoterreno que parecía
un tanque, perdió el control e invadió el carril contrario; mi
hija no pudo evitar la colisión. Dicen que el hombre superaba
en más del triple la tasa de alcohol permitida.
Lo siento mucho, señora. ¿A qué nombre le pongo la
dedicatoria?
Al de Anabel Pascual, el nombre de mi hija. A ella le
hará mucha ilusión
¿Y si fuera verdad que hay otra vida al
otro lado de ésta?
El autor escribió en la primera página del libro: A Anabel
Pascual, por leerme también en la eternidad.
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BILLETES EN LA TIERRA
C
C
ándido Arroyo, recién instalado en Valle Profundo,
arrojaba cada mañana en el huerto varias monedas de
cinco céntimos.
¿Por qué haces eso, Cándido?
Para que se transformen en billetes.
¿Billetes? Madre del amor hermoso.
Los lugareños estaban convencidos de que al municipio
había llegado un botarate, y así lo trataron en los siguientes
días.
Sin embargo, a la semana, en un día memorable para el
pueblo, Cándido Arroyo cosechó cincuenta euros.
La noche anterior, amparada en la oscuridad, Amanda, la
maestra de Valle Profundo, había esparcido en el huerto una
decena de billetes de cinco euros; la mujer no podía soportar
que la gente se mofara de un hombre que estaba convencido
de que la tierra es el mejor banco.
LA CALLE DE LA METÁFORA
L
L
os viejos más viejos de Villahermosa del Amanecer,
Cristina Frutos y Sebastián Ponce, residían en un edificio
antiguo de la calle de La Metáfora desde hacía casi tres cuartos
de siglo, al año justo de ser presentados por un conocido
de ambos. Mañana, tarde y noche, Cristina y Sebastián,
transitaban por tan singular calle, de doble dirección según
ellos, si bien los coches sólo podían circular por una.
¿Radica el secreto de su longevidad en el deambular
infatigable por su calle, de nombre tan literario? les
63
preguntó Alejo Santullana, el periodista que los entrevistaba
en el domicilio de la pareja, dando muestras de su ignorancia
en los asuntos capitales de la existencia a pesar de ser una
firma consagrada en escribir sobre temas humanitarios, los
que paradójicamente estaba persuadido de que pronto le
conducirían a la gloria de su profesión.
Esta calle, sí respondió Sebastián, la misma en la
que nació nuestro hijo, que en paz descanse. El pobre falleció,
en vísperas de cumplir los setenta, en una playa mediterránea.
Una muerte gloriosa. Después de salvar de morir ahogado a
un niño pequeño, una vez depositada la criatura en los brazos
de su madre, nuestro Rafael cayó fulminado en la arena.
Había exigido demasiado a su corazón pachucho Cristina,
quien contemplaba los ojos vidriosos de su marido con un
fulgor insólito, como si viviese la primavera de su existencia,
se llevó la mano al corazón al par que hincaba la barbilla en el
pecho. Como le decía, paseamos por la calle de la Belleza y
el Amor, mañana, tarde y noche. Cristina toma la dirección de
la izquierda; yo, la de la derecha. Cuando llegamos a ambos
extremos, desandamos el trecho recorrido caminando el uno
hacia el otro, mirándonos desde la lejanía, hasta que nos
juntamos en la cercanía, en la belleza del amor, y me importa
un bledo parecer sensiblero.
Pero esta calle se llama de La Metáfora objetó
el periodista, quien se había pellizcado ya una decena de
veces para convencerse de que tenía ante él a una pareja de
nonagenarios, y no a un hombre y una mujer de sesenta y
tantos años como mucho. Sus contactos le habían advertido
de que se sorprendería al ver a los viejos
¿Sorprendido?
Estaba perplejo. Una perplejidad creciente.
64
Calle de La Metáfora, calle de La Belleza o El Amor, da
igual repuso Sebastián.
¿Da igual amor que metáfora? Acláreme este extremo,
por favor.
Tenga paciencia, se lo aclararemos en los próximos
minutos. Hace cinco lustros, cuando cumplí los setenta y
dos, o los setenta y tres dijo Sebastián, me hubiese
dado mucho reparo contestar a su pregunta con las palabras
que lo voy a hacer ahora, unas palabras que, a causa de
la charlatanería vana que se vierte a troche y moche en la
opinión pública desde periódicos, libros, tribunas y púlpitos,
han sido desposeídas de su sentido fundacional. Pero ahora,
con la sabiduría que dispensa el tiempo y la experiencia, me
he liberado de los reparos, de estos reparos, sí el viejo hizo
una pausa para tomar un sorbo del extraño brebaje de color
rojizo que había colocado delante de él Cristina, una anciana
menuda e increíblemente ágil para la edad que se le atribuía:
noventa y cuatro años.
¿Qué palabras? inquirió el periodista, mirando con
aprensión la esfera del reloj. Dentro de dos horas salía su
vuelo a la capital, y el aeropuerto estaba en las afueras de
Villahermosa del Amanecer. Como el viejo no se centrara en
la médula de la historia, difícilmente podría confeccionar el
reportaje que se merecían sus decenas de miles de lectores.
¿Le apetece tomar un zumo de granada y grosellas?
preguntó Cristina, retirando por unos instantes los ojos de
los ojos de Sebastián.
No, gracias.
¿Y de naranja?
¿Tiene una Coca-Cola?
¿Coca-Cola? En este hogar no se practican esas cosas
65
dijo la mujer haciendo un ademán con el brazo, como si
el reportero hubiese proferido una blasfemia. Somos muy
antiguos agregó para suavizar su comentario irónico.
Entonces, si no le importa, beberé agua.
¿Con unas galletas artesanales?
El periodista denegó con la cabeza.
¿Y unas almendras?
Agua sola respondió Alejo, en un tono en el que
traslució su impaciencia.
Cristina se dirigió a la cocina con un sincronizado y
desenvuelto caminar; se notaba a la legua que el discurrir
continuo por la calle de doble dirección había tenido efectos
milagrosos en sus articulaciones y músculos.
¿Qué palabras? insistió Santullana, al borde de la
irritación, dirigiendo una mirada ansiosa al viejo.
Cristina se las dirá. Ella, cuando se trata de nuestro
tema estelar, el que ha caracterizado nuestra larga y fructífera
convivencia, habla con mucho más sentimiento que yo.
Un minuto después, la anciana regresó al salón con una
bandeja en la que campeaban una jarra de agua y un vaso.
¿A qué palabras se refiere su esposo? preguntó Alejo.
Cristina, en cuanto miró de reojo a Sebastián, supo lo que
tenía que decir.
La calle en la que hemos vivido Sebastián y yo en los
últimos setenta y tantos años, de nombre La Metáfora, es
para nosotros la calle del Amor con mayúscula. Das el amor
que recibes, y recibes el que das. Una verdad de los tiempos de
Maricastaña que nosotros hemos actualizado cada día. Ida y
vuelta, una doble dirección, para mirarnos a los ojos. Por ahí
hemos caminado a diario, sin doblegarnos ante los incesantes
contratiempos de la vida.
66
De ahí la longevidad suya y la de su marido susurró
el periodista.
Y la belleza agregó Cristina mirando con ternura a
Sebastián. Qué bello es mi marido, ¿verdad?
El periodista asintió con desgana.
Qué bellísima es mi mujer añadió Sebastián.
Alejo jamás había visto hasta entonces destellar una
luz tan brillante en los ojos de un congénere; ni la vio ni
probablemente la volvería a ver, aunque viviese tanto o más que
la pareja nonagenaria. En la mirada de Cristina relumbraba la
vida entera, la que discurría mañana, tarde y noche, por la
calle de La Metáfora. Una vida memorable.
UN VIEJO Y UN PÁJARO
E
E
n cuanto el viejo muy viejo se sentaba en el banco del
parque situado bajo el tilo que sombreaba el estanque,
el zorzal se posaba a su lado y, al instante, pájaro y hombre
comenzaban a parlotear en sus respectivos idiomas; ni uno ni
otro sabían lo que decía el otro, pero se lo pasaban de maravilla
juntos.
LA MISMA RECETA
E
E
n cuanto le embargaba la pena, hacía lo mismo que
cuando se sentía alegre: escribía un cuento. Así toda su
vida era un cuento.
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MAQUILLAJE PARA UNOS OJOS
A
A
penas salía a la calle y rara vez recibía visitas; pero todos
los días se maquillaba con esmero. A veces, cuando menos
lo esperaba le sorprendían unos ojos mirándola fijamente
desde el espejo. Unos ojos que al instante le sonreían. Les
gustaba lo que veían.
¿QUÉ SUCEDE?
P
P
or la mañana le entraban ganas de cantar; al atardecer,
su rostro se humedecía por las lágrimas; al anochecer,
confusa, se preguntaba: ¿Qué me pasa? Y, así, día tras día.
OLOR ENTRE RAMAS
E
E
l niño trepa por las ramas del roble hasta alcanzar la
cumbre. En la copa del árbol, inspira profundamente y
llena sus pulmones de la savia de la naturaleza. El niño huele
a roble; el roble huele a niño.
POESÍA DE REBAJAS
E
E
l poeta adolescente vende sus poesías a buen precio:
veinte céntimos de euro y la voluntad. Está de rebajas,
pero ni aun así. A la gente le gustan más las limosnas que la
poesía, por lo que al joven poeta no le queda más remedio que
hacerse mendigo.
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LOS ECOS DEL FONDO
D
D
esde que ella se sumergió en las aguas, en un desesperado
intento por rescatar al hijo que se ahogaba, el hombre, todos
los días, al amanecer y al atardecer, cruza el espigón y, desde las
rocas, contempla largamente el fondo marino. Dicen que, por
la mañana, escucha la risa contagiosa de un chiquillo, y que,
por la tarde, le llegan los ecos de una dulce voz que entona los
acordes de una nana. Al principio, el hombre tuvo la tentación
de arrojarse a lo más profundo, a reírse con el niño y a hacer los
coros de la nana; pero, justo cuando empezaba a descalzarse, las
voces entreveradas de un crío y una mujer le cantaron el Himno
de la alegría. El hombre entendió el mensaje. La vida de los de
abajo estaba arriba, entre las rocas, contemplando las aguas y
aguzando el oído, y también tierra adentro, recordando la alegría
compartida por una madre y un hijo antes de que la fatalidad los
envolviese con su manto líquido.
BÚSQUEDA SILENCIOSA
B
B
uscaba el silencio incansablemente, de la mañana a la
noche, desde tiempos inmemoriales, sin resultado alguno.
Su abuela nonagenaria, antes de morir, le dijo que no cejase en
la búsqueda porque, aunque no lo sintiera en ningún sitio, el
silencio genuino existía; ella incluso lo había cultivado durante
años antes de que el silencio, perseguido por tierra, mar y aire,
se escondiese en un lugar recóndito.
¿A qué lugar te refieres? le preguntó el nieto, ya adulto.
Al corazón.
Entonces, ¿qué sentido tiene buscarlo?
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Todo es uno. Uno es todo dijo enigmáticamente la
abuela antes de fundirse en el silencio.
LA MISIÓN DE LA ABUELA
D
D
ías después de que a la anciana le detectaran un
cáncer incurable, a su nieta pequeña le diagnosticaron
una leucemia de tenebroso pronóstico. La abuela, fiel a
su proverbial forma de proceder: lo prioritario no es lo
secundario, se puso manos a la obra; la niña, Paula, de tres
años, hija de madre soltera, necesitaba imperiosamente su
ayuda. Estuvo con la criatura, en el hospital, cada vez que
le hicieron una transfusión, y en las innumerables pruebas
que le realizaron; después, cuando el estado de la pequeña
se agravó, la abuela se instaló en una habitación de la Sexta
Planta. Mañana, tarde y noche, durante las casi doscientos
días siguientes, la anciana permaneció junto a la pequeña,
insuflándole energías, transmitiéndole su inagotable cariño.
A los seis meses, después de un exitoso trasplante de
médula, Paula estaba prácticamente restablecida. Fue
entonces cuando a la abuela alguien dentro de ella le recordó
que padecía un cáncer incurable. Ahora, sí, se dijo la mujer.
No opuso demasiada resistencia, ya que apenas le
quedaban fuerzas; todas se las había llevado la leucemia de
Paula. Además, estaba mayor, muy mayor. Ese mismo día la
anciana se introdujo en la cama y ya no volvió a incorporarse.
Tampoco lo intentó. Era la hora. Detrás de ella dejaba su
mejor legado: la Vida.
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BELLEZA EN EL AULA
L
L
a maestra mandaba sus neuronas a faenar por esos
mundos de la memoria; a su regreso, las ataviaba con sus
mejores galas y, seguidamente, las hacía desfilar por el aula.
En el aprendizaje, la sencillez es la belleza.
LA INCÓGNITA
E
E
n medio de la sala atestada de gente, él sólo vio a ella, ella
sólo vio a él. ¿Será el amor?, se preguntaron el hombre
y la mujer al unísono en tanto se abrían paso a empujones el
uno hacia el otro. Tenían una incógnita que despejar.
EL VUELO DE LA IMAGINACIÓN
U
U
n accidente de tráfico lo había recluido a perpetuidad
entre los límites de su propio cuerpo, pero su imaginación,
acostumbrada desde la infancia a volar, con la luz del alba,
extendía sus alas y volaba y volaba y volaba, hasta caer
exhausta, ya entrada la noche. Entonces, con los retazos de
vida que había recogido en su vuelo imaginario, tejía la tela
del sueño.
LA CERCANÍA
S
S
e sentaron el uno frente al otro, apagaron sus teléfonos
móviles silenciando así la virtual intrusión de la distancia,
71
y se dedicaron durante los siguientes minutos a cultivar la
cercanía. Ese día se enamoraron.
ERNESTO Y LAURA
E
E
rnesto había cometido un terrible error. Lo supo a las
pocas semanas de abandonar a su mujer, Laura, cuando
él se encontraba en el otro extremo del país, a casi novecientos
kilómetros de distancia del hogar. Lo que consideraba un
desenamoramiento en toda regla, probablemente debido a que
los caracteres de él y de ella habían discurrido por derroteros
vitales diferentes, se trataba en realidad de una pequeña
crisis matrimonial, nada más; la doble distancia, temporal y
geográfica, con su creciente añoranza, se lo demostraba desde
entonces a diario, en cuanto se recreaba en los memorables
momentos compartidos con Laura, y se recreaba mañana,
tarde y noche, un día sí y otro también. Los amores de verdad
también sufren altibajos, y contrariamente a lo que considera la
opinión pública, el remedio más eficaz contra las fluctuaciones
sentimentales radica en la paciencia, no en la terapia de choque;
en casos excepcionales, la separación provisional también surte
efecto.
El problema de Ernesto radicó en su inveterada soberbia.
La distancia habría curado el enfriamiento amoroso si hubiese
tenido la suficiente humildad para reconocer su equivocación
y obrar a lo grande: pedir perdón y emprender el camino de
vuelta. Como no lo hizo, las secuelas de su error se multiplicaron
por todos los días, más de mil, en que no fue capaz de hacer lo
correcto. Ernesto tenía una forma muy particular de demostrar
el coraje, tan particular que lo que él denominaba abnegación:
72
asumir las consecuencias de la decisión adoptada, por muy
dolorosas que fuesen (o sea, dar por perdida a Laura), en
realidad constituía una monumental demostración de vanidosa
estupidez.
Tuvieron que pasar tres años para que Ernesto del Álamo
decidiese por fin regresar a casa, y lo hizo obligado por unas
apremiantes circunstancias, no fruto de una reflexión largamente
madurada.
Un pariente le informó de que Laura, convaleciente de un
tumor en el estómago con varias metástasis, el mismo tumor
genético que había fulminado a su padre al poco de nacer la
hija, se consumía en la casa de su progenitora, adonde ésta la
había llevado en cuanto la medicina reconoció su impotencia.
Ernesto, acarreando una gigantesca maleta, pulsó el
timbre de la vivienda de su suegra, Mercedes, al día siguiente
de enterarse de la demoledora noticia. La anciana, bajo el
dintel de la puerta, le lanzó una perspicaz mirada, y, al cabo
de unos segundos, al ver lo que vio en los abismos de los ojos
de Ernesto, se echó a un lado al mismo tiempo que, con un
ademán, señalaba el interior de la casa.
Adelante, hijo. Lleva tres años llorando tu ausencia,
tantos como los que ha esperado tu regreso.
Ernesto sufrió una conmoción al ver a Laura; consumida por
la enfermedad, a sus cuarenta años, parecía la madre avejentada
de su anciana madre, a quien no le faltaba mucho para cumplir
los setenta y cinco. Sólo sus ojos verdosos, bordeados de un
cerco morado, conservaban una chispa de vida; el resto del
cuerpo se reducía a huesos y pellejo, como si la muerte, antes
de llevársela prematuramente consigo, se hubiese propuesto
desposeerla de los restantes atributos que decenios atrás la
convirtieron en el objeto de deseo de muchos pretendientes, si
73
bien ella, paradójicamente, sólo había amado al hombre que,
como un niño caprichoso, años después, pondría tierra de por
medio al grito silencioso de ya no te quiero.
Durante las cuatro semanas en las que Laura resistió los
embates de la enfermedad, Ernesto la veló, la alimentó, la lavó,
la acarició, la confortó, le leyó poemas, cuentos y novelas, le
cantó, la acunó, la besó, la besó, la besó
Mientras tanto, desde
el pozo sin fondo del dolor, la mujer, incapaz ya de articular
ni una frase, hacía ímprobos esfuerzos para conferir a sus
ojos el fulgor del agradecimiento. Increíblemente, lo consiguió
incontables veces durante aquellas horas sin final.
Cuando al vigésimo séptimo día, al ponerse el sol, Laura
empezó a agonizar, Ernesto, raudo, se desvistió, se introdujo en
la cama y envolvió con sus brazos el cuerpo escuchimizado de
la moribunda mientras le cantaba entre susurros, en un inglés
macarrónico, el estribillo de la balada que él y ella bailaron muy
juntos, entre beso y beso, en el ágape de su boda: If you leave
me now, del grupo Chicago, a la sazón, el tema predilecto de
la radiante novia.
A la mañana siguiente, el vigésimo octavo día de la vuelta
de Ernesto, con la luz del alba, Mercedes, fue recibida en la
habitación mortuoria por unos ojos bañados en lágrimas. Unos
ojos, los de su yerno, en los que la anciana distinguió el reflejo
de la felicidad eterna de Laura.
La muerte también puede ser hermosa. Gracias, Ernesto
dijo Mercedes aprestándose a amortajar el cadáver de su hija.
74
CON VISTAS AL CIELO
A
A
codado en el marco de la ventana del salón de su humilde
morada, contemplando el fondo del horizonte, el anciano
suspiró. La misma puesta de sol se ve desde un chamizo que
desde el mirador de un palacio, se dijo.Reconfortado por
esta reflexión digna de un hombre mucho más sabio que él,
con un libro entre las manos, se tumbó en la hamaca que
había desplegado junto a la ventana en cuyo antepecho lucían
espléndidos los geranios de una maceta. Leyó hasta que se
adormiló. Siempre le entraba el sueño al oscurecer. Cuando se
despertara, tal vez la luna lo contemplaría desde el cielo.
ÉL Y ELLA
E
E
n medio de la transitada calle, él la miró un segundo
antes de que la mujer le mirara a él. Fue ella la que dio el
primer paso, pero fue él quien empezó a alargar la zancada.
Se fundieron en un intenso abrazo debajo de la luz de una
farola.Me llamo Juan dijo él.
Y yo Claudia dijo ella.
Ha sido un impulso dijo Juan.
Ha sido una corazonada dijo Claudia.
Luego se besaron mientras la gente los miraba.
CONTRA VIENTO Y MAREA
E
E
n la tómbola genética, le habían tocado muy malas cartas,
de las peores; incluso hubo momentos, en su adolescencia
75
sobre todo, en los cuales estuvo en un tris de abandonar la
partida; pero, apelando al ejemplo de coraje y dignidad
que habían depositado en él sus admirados progenitores,
prematuramente fallecidos en un terrible accidente, decidió
continuar y jugar lo mejor que podía y sabía. Qué manera de
jugar. Qué manera de aprender. Decenios después, en su lecho
de muerte, en los albores de la ancianidad, se sintió orgulloso
de su actuación. Había sido un enano que, en ocasiones,
alcanzó la luna.
SOL Y NUBES
A
A
unque unos densos nubarrones cubrieron súbitamente el
sol, el viejo muy viejo, en un banco del parque, continuó
a lo suyo, a recrearse en el espectáculo de la vida mientras
tarareaba una canción de los tiempos de Maricastaña; el
estribillo hablaba de un rayo de sol que a las nubes espantó.
EN HONOR DEL AMOR
L
L
a mujer siempre pedía el mismo libro en la Biblioteca:
Las flores de las letras. Lo había escrito su primer amor
y, al leerlo, honraba al amor, el primero, el último.
76
EL VISITANTE
Vuelve mañana, le ordenó al personaje la víspera de
escribir su gran novela. Luego, se durmió. A las siete de
la mañana, sonó el timbre de la puerta.
ENTRE LAS LETRAS
D
D
elante de la pantalla del ordenador portátil, buceando
en su memoria, se imaginó lo peor del prójimo y, al
imaginarlo, se vio a sí mismo representando el papel actual
que le había reservado al otro; y, entonces, descubrió una parte
de él que había permanecido oculta dentro de sus adentros. Al
buscar al otro entre las letras, se había encontrado a sí mismo.
Apagó el ordenador, y se aprestó a iluminar lo que había
permanecido en la sombra.
CINCUENTA AÑOS DE BELLEZA
C
C
uanto más miraba, más y más veía. Había contemplado
ese rostro toda su vida, y, ahora, cincuenta años después,
sabía que ya no podría verlo más y mejor. Había visto crecer
la belleza hasta el infinito, hasta hoy, el día en que la belleza
expiró. Descansa, madre.
77
AMOR SIN AMOR
A
A
horraba amor en previsión de que lo necesitara años
más tarde, cuando eventualmente se quedase solo. Y
solo se quedó, con todo el amor. ¿Qué hago ahora con tanto
amor?, se preguntó mirándose en el espejo. Dámelo, le dijo
el hombre del otro lado del cristal. Y se lo dio todo al otro.
Aquella noche se acostó arruinado; no le quedaba ni un beso
para regalar.
LA VOZ DE ELLA
G
G
iró la rueda del dial hasta que sintonizó una emisora en
la que sonaba una canción de sus tiempos dorados. Era
su voz. Decenios atrás ella había sido una cantante que grabó
una canción. Una canción que alcanzó la cumbre del éxito.
Aquella noche la mujer no lloró.
LA ALEGRÍA DEL GOLEADOR
E
E
l delantero centro había celebrado con alborozo el gol del
triunfo que marcó en el último minuto del partido.
Estás muy contento por la victoria, ¿verdad? le
preguntó un periodista tirando de muletilla.
Sí, por mis compañeros y por los aficionados y por los
directivos del club.
¿Por ti, no?
Bueno, también por mí respondió el delantero,
conocido como el goleador bondadoso.
78
EL GRAN REGALO
L
L
e regaló su soledad. La amaba.
EL DESTINO
¿Tú crees en el destino?
Sí, pero lo llamo libre albedrío.
EL HOMBRE DE COLORES
A
A
cariciaba a su perro, jugueteaba luego en el jardín con su
hijo pequeño, conversaba a continuación con su madre
anciana, fregaba los platos después del almuerzo, se desplazaba
por la tarde con su cónyuge al pueblo de su infancia a hacer
las compras, Al anochecer, se mecía en la butaca, en el porche
de la casa de campo, mirando las estrellas; al amanecer, leía
con la luz del alba mientras la brisa susurraba en las hojas de
los árboles
Qué vacaciones la del hombre de colores.
DOBLEMENTE IMPOSIBLE
Pero tú no me amabas.
Lo imposible a veces sucede.
Es verdad, sucede.
Y el hombre y la mujer se alejaron en direcciones que
curiosamente desembocaban en el mismo destino: lo imposible.
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DOS EN RELATIVO
C
C
omo Juan le era indiferente, los minutos a su lado se le
hacían eternos; Pablo, en cambio, le importaba y mucho,
y las horas junto a él se reducían a minutos: Juan no dejó
ninguna huella en su memoria pese a la eternidad de los
minutos compartidos con él; Pablo ocupaba una y otra vez sus
recuerdos a despecho de que las horas, junto a él, transcurriesen
a la velocidad de la luz. Pablo y Juan: los relativos de su vida.
EL LUGAR DE LOS LÍMITES
L
L
e dijeron dónde estaban sus límites. Pidió que se los
mostraran de nuevo para aprehenderlos con nitidez. Desde
ese día frecuentó el lugar en el cual sus límites se encontraban
para jugar un poco con ellos; después, los sedujo con el fin de
que se fueran con él, sólo un poquito más allá. Accedieron.
Así, un día y otro y otro durante mucho tiempo.
Sus límites, ahora, no tienen lugar fijo. ¿Para qué? Saben que
mañana se hallarán un pelín más lejos del lugar que ocupan hoy.
EL PREMIO
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e dieron el premio al mejor fracasador literario. Su falta
de premios le hizo acreedor al premio.
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EL BESO DEL NUNCA JAMÁS
T
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odas las noches, antes de apagar la luz, besaba a su hijo
como nunca hasta esa noche lo había besado. Cada
día era una vida en miniatura, y quizás alguna mañana no
hubiese un despertar.
EN EL ÚLTIMO MOMENTO
D
D
e bebé se parecía a su abuelo; de niño, a su madre;
de púber, a su padrino; de adolescente, a su hermano
mayor; de adulto, a su padre; contra todo pronóstico,
cuando todo parecía perdido, en el corazón de la vejez, un
día antes de morir, al mirarse en el espejo, el moribundo,
satisfecho, comprobó que por fin se parecía sí mismo.
Punto final.
TRES SEGUNDOS
D
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ámaso Arroyo regresaba a casa en automóvil, a
últimas horas de la noche, después de asistir a la fiesta
de despedida de soltero de su mejor amigo, la cual se había
celebrado en un conocido restaurante ubicado en un pueblo
costero, a unos cincuenta kilómetros de su domicilio, en el
centro de Metrópoli.
El trayecto, corto, se le estaba haciendo interminable. El
tiempo cronológico es una cosa, y el tiempo de las vivencias,
otra muy diferente. La eternidad existe, por supuesto que
existe, aquí y ahora. ¿Cuánto dura un minuto, en la carretera,
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al volante de un coche, cuando a uno se le cierran los ojos a
causa del sueño? A veces, más de una vida.
Había sido un día intenso, con jornada laboral incluida,
y Dámaso, exhausto, pugnaba por mantenerse despierto.
Tras estar a punto de perder el control del vehículo en una
curva cerrada, decidió hacer una parada en la siguiente área
de servicio, la cual, según indicaba la señal que había dejado
atrás, se encontraba a dos kilómetros. Dos kilómetros
que no se acababan nunca. Apretó el pedal del acelerador en
una vertiginosa carrera contra la somnolencia
Cien por
hora
Aceleró todavía más mientras hacía denodados esfuerzos
para evitar que los párpados se le cerrasen del todo.
El velocímetro señalaba los ciento veinte kilómetros
Milagrosamente,
llegó sano y salvo al área de servicio. Estacionó
en batería, apagó el motor y se tumbó en la parte trasera del
automóvil. Por fin podía echar una cabezada. Sin embargo,
ahora que le abría las puertas de par en par al sueño, éste se
negaba a entrar. Se rindió a la evidencia al cabo de unos pocos
minutos. Su sueño no se dormía en cualquier sitio, exigía
una cama mullida y con presencia femenina, su cama.
Luego de pasear un par de minutos alrededor del coche
para espabilarse y desentumecer los músculos, Dámaso
volvió a coger el volante. Con una pizca de suerte, en poco
más de media hora, estaría en su casa, durmiendo a pierna
suelta.
Había recorrido otros doce kilómetros, cuando se
vio obligado a dar un frenazo brusco con el fin de evitar
estrellarse contra el tronco de un árbol; los ojos se le
habían cerrado fugazmente sin percatarse de ello. Tal vez
no estuviese a merced del sueño, sino de una maldición del
destino. Se detuvo en el arcén, activó las luces de emergencia
82
y salió del coche con la botella de agua que siempre llevaba
en la guantera; después de remojarse la cara y la nuca y
realizar unos cuantos ejercicios de estiramiento, reanudó la
marcha. Apenas le quedaban quince kilómetros para llegar
a su destino.
A los doce minutos, al adentrarse en la Avenida de la
Paz, ya en el casco urbano de la Villa, los ojos de Dámaso
se cerraron durante unos pocos segundos, tres como mucho,
suficientes para no apercibirse del hombre que cruzaba la
calzada arrastrando los pies, con andar cansino. Cuando sintió
el impacto, abrió los ojos al mismo tiempo que presionaba
instintivamente el pedal del freno. Demasiado tarde. Ya se
había llevado por delante al peatón
en un paso de cebra.
Hecho un manojo de nervios, con el corazón propinándose
cabezazos contra las paredes del pecho, arrimó el automóvil
a un lado de la calle, junto al bordillo de la acera, y miró
por el espejo retrovisor. La víctima, que parecía un anciano,
estaba inmóvil en medio de la calzada solitaria. El impacto
había sido brutal. Ya nada podía hacer por él. Como un
autómata, aceleró. No había vuelta atrás. Acababa de matar a
una persona y huía como un vil cobarde. Unos centenares de
metros más adelante, acuciado por las imprecaciones de su voz
interior, paró junto a un semáforo. Un acto de cobardía había
puesto su vida patas arriba, al borde del abismo, pero quizás
aún estuviera a tiempo de no precipitarse al vacío. Quizás.
Durante unos minutos, cinco o seis, permaneció con las
manos aferradas al volante, magnetizado por los avatares del
duelo dialéctico que se desarrollaba en su cabeza. Una voz
serena, con variopintos y certeros argumentos, le recomendaba
entregarse a la Policía; otra, imperativa, le instaba a que se
fuera a casa de una santa vez. Lo has matado. Nadie te ha
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visto, huye, le apremió ésta. Te ha visto alguien del que
jamás podrás huir, aunque te escondas en el quinto infierno,
razonó aquella. Una ambulancia pasó a toda velocidad en
dirección contraria entretanto Dámaso continuaba con la
mirada perdida en el vacío, agarrado al volante, como una
estatua de sal. Después, un después que para su víctima se
hizo eterno, reaccionó. Había tomado una decisión.
A unas decenas de metros de la Comisaría Central de
Policía, sonó la música discotequera de su teléfono móvil, la
cual, en esos momentos, se le antojó una marcha fúnebre.
Era Lola, su esposa, quien, con la voz entrecortada por la
angustia, le exhortaba a que fuera urgentemente al domicilio
de sus padres.
Ha ocurrido una tragedia.
¿A qué te refieres, Lola?
Tu padre, incapaz de conciliar el sueño, ha salido a
estirar las piernas por el barrio a las tantas de la noche
y
y, en un paso de peatones, ha sido arrollado por un vehículo.
El conductor, un mal nacido, se ha dado a la fuga.
¿Está
muerto? preguntó Dámaso con un hilo de voz.
Por toda respuesta, oyó un sollozo al otro lado.
Tres segundos, sólo tres segundos.
PERICO Y PEPICO
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erico y Pepico, como era natural, nacieron desnudos.
Sólo se distinguían porque Perico tenía más pelo y sus
ojos eran más grandes que los de Pepico. A los pocos días, a
Pepico lo llevaron a un palacete con jardines y servidumbre;
a Perico, por su parte, lo condujeron a una casita de los
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arrabales de Metrópoli. Volvieron a verse, tal y como habían
venido al mundo, en la playa, dos años después; A Perico lo
había llevado su madre empujando una silla de bebé durante
dos kilómetros; el Mercedes conducido por el criado había
trasladado al arenal a Pepico y su progenitora. Cuando, poco
tiempo después, comenzaron su trayectoria como aprendices
escolares, Perico emprendió la carrera varios palmos por detrás
de Pepico. Tal vez algún día, a base de esfuerzo incansable y
muchísima suerte, neutralizaría la desventaja. Tal vez.
EL DÍA DE LA SOMBRA
A
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quel día aceptó la derrota, y ese día, el de la mayoría de
edad, supo que la luz a veces es velada por la sombra.
LA LUZ INEXTINGUIBLE
C
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ada vez que ella se marchaba, sus ojos se apagaban como
un vitral en la noche; cuando ella regresaba, sus ojos
resplandecían como el sol de otoño. Un día, ella no volvió. No
podía hacerlo. Fue entonces cuando él descubrió en el fondo del
fondo la luz inextinguible: el recuerdo imperecedero de su madre.
ESE ES ÉL
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o miró con aires de superioridad, quizá de lástima. Qué
iluso. El hombre que yacía agarrotado en la cama era el
bailarín que a diario representaba El lago de los cisnes en el
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Teatro de los Sueños, y el que disputaba un partido de fútbol
en San Mamés y el que surcaba los aires con Saint-Exupéry
y el que luchaba contra los molinos de viento en un lugar de
La Mancha
Sí, era él, el que asimismo escribía historias
a diario de hombres que terminan en una silla de ruedas y
paralíticos que trepan hasta la cima del Everest. Le gustaría
correr con sus propias piernas, pero se sentía orgulloso de que
sus neuronas corrieran tanto.
POR DENTRO
Le veo como siempre le dijo el joven veinteañero, ex
discípulo suyo, al encontrarse con él en la vía pública.
Y el alma del hombre sonrió en silencio. Qué poco sabía
el muchacho sobre lo mucho que había crecido el maestro
durante todo este tiempo.
LA DIVISIÓN INFINITA
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P
rimero se separó Arriba; para no ser menos, después
lo hizo Abajo; más tarde, Izquierda; luego, Derecha;
después de después, el Sureste y el Noreste y el Noroeste y el
Suroeste. Ocho nuevos países donde antes sólo había uno. Ahí
no acabó la cosa, ya que, al cabo de unos pocos calendarios,
en Arriba se independizaron los Otros, y en Abajo, Aquellos,
y en la Izquierda, la Derecha, y en la Derecha, la Izquierda
Porque si unos invocaban derechos ancestrales, todos podían
invocarlos, ¿o no? Así comenzó la División Infinita.
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EN EL MONTE
Ayer fui al monte.
¿Y qué te dijo?
¿Quién?
El monte.
¿Y qué me iba a decir el monte? Pues nada.
Entonces fuiste al monte, pero no estuviste en el monte.
EL CUENTO LARGO DE TARZÁN
Cuéntame, mamá, el cuento de Tarzán y el cocodrilo
Glotón.
Pero, Adrián, si te lo conté ayer.
No importa.
Y es muy largo.
Por eso quiero que me lo cuentes hoy otra vez. Para
que esté a tu lado más tiempo, susurró la madre mientras el
niño cogía la mano de la mujer y se la llevaba al pecho, cerca
del corazón de Tarzán.
LA MERCANCÍA
N
N
o contemplaba las puestas de sol para recrearse en ellas,
sino para convertir el espectáculo en una mercancía. Era
un escritor mercenario.
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ALARDEADOR
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Q
uería destacar y no sabía cómo. Pero le sobraba el dinero,
así que empezó a comprarse ropas de marca.
LO MEJOR DEL MUNDO
¿Cómo se las arreglará el mundo para vivir sin mi
madre?, se preguntó la niña mientras besaba por
última vez la frente de la mujer que le dio la vida.
LOS LIBROS OLVIDADOS
A
A
ntes de dormirse, se adentraba imaginariamente en la
Biblioteca de los Libros Olvidados. Cada noche hojeaba
y ojeaba al menos una decena. Al día siguiente, hablaba en
clase de los libros que había visto en su incursión fantástica.
Era la manera que el profesor de Literatura tenía de contribuir
a que las letras olvidadas fueran recordadas al otro lado del
ensueño.
EL PELIGRO DE MIRAR A LOS OJOS
No mires fijamente a los ojos, nunca, si no, te
arrepentirás le dijo la dama encargada de vestir
santos.
Hoy, de manera fortuita, ha mirado fijamente a los ojos de
un hombre. Se ha enamorado. Y no se ha arrepentido.
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UNA PALABRA SOLA
L
L
a palabra sola en medio de una novela de cien mil
palabras, se sintió una insignificancia. No soy nada, se
dijo en su soledad. El autor la oyó.
Sin ti, no llegaría a las cien mil palabras.
Una palabra, nada más.
Que completa toda una obra.
Bah.
Si te suprimo, la protagonista no se quedaría sola, y ya
nada sería lo mismo. Sería una obra incompleta.
Y sola se sintió en la gloria de las cien mil palabras.
LA GUITARRA DE LA BELLEZA
S
S
e afanaba en tensar correctamente las cuerdas de la guitarra;
de su excelso trabajo dependía la calidad de la música que
interpretara el guitarrista; de la música del guitarrista dependía
el arte; del arte dependía la belleza
, la belleza que confería
grandiosidad al arte del amor: lo mejor de la vida.
EL CALLEJÓN DEL DESTINO
A
A
l día siguiente de perder todo, después de prorrumpir
en mil sollozos y diez mil lamentos, se lanzó a la calle
sin rumbo fijo, sólo por comprobar si existía el destino o en
realidad se trataba de una milonga, una más.
Al octavo día de errar por los cuatro puntos cardinales
de la capital, desembocó en un callejón sombrío. Un perro
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labrador le salió al encuentro agitando la cola.
¿Tú también has perdido el rumbo, criatura? preguntó
al chucho mientras acariciaba su hocico.
No respondió a su espalda una voz femenina;
Sansón no ha perdido ningún rumbo; está donde debe estar;
usted, en cambio, sí lo ha perdido. ¿Me equivoco?
Acierta. He perdido todo, absolutamente todo.
Casi todo. ¿Viene?
¿A dónde?
Por aquí. Éste no es un callejón sin salida.
NADIE NECESITA A UN EBANISTA
L
L
o suyo siempre había sido trabajar con las manos. Era
ebanista, y muy bueno. Sin embargo, su empresa de toda
la vida había cerrado, y él, a sus cincuenta años, estaba en el
paro. La prestación por desempleo le daba para comer, nada
más. Recorrió infructuosamente todas las fábricas de muebles
de la provincia ofreciendo sus servicios. Nadie necesitaba
un ebanista, y menos de cincuenta años. Estaba perdido...
O no. De joven había pertenecido a un grupo de música que
estuvo a punto de alcanzar la fama. Así que sacó la guitarra
del baúl de los recuerdos, y se puso a tocar en la puerta de
una iglesia; junto al sombrero de paja que usaba para ir a
la playa, colocó un letrero con la siguiente leyenda: Soy un
ebanista desempleado y sé tocar la guitarra. Nadie necesita a
un ebanista
¿A un guitarrista tampoco? Tú dirás...
Se cuenta que un niño de once años, al oír su música,
depositó en el sombrero del hombre los dos euros de su paga
semanal.
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LOS BURROS DEL PARAÍSO
E
E
l burro era el animal favorito de su cónyuge. La viuda, desde
que él falleció seis meses atrás, a pesar de vivir en una gran
ciudad, ve burros por todas partes, animados e inanimados.
Pasa por delante de una tienda de regalos, y, en el escaparate,
un burrito de porcelana la mira con ternura. Enciende el
televisor, y en el noticiario informan que la reina ha visitado
el centro de protección de burros. Anteayer, la mujer fue al
cine por primera vez desde que murió su marido, y, claro, a
los pocos minutos, el falso culpable huía de la policía a lomos
de un burro. Anoche, la viuda soñó con que su hombre, desde
el otro mundo, le hacía una visita relámpago y le revelaba
un sensacional secreto: En el paraíso hay más burros que
humanos. Tú estás allí entonces, ¿no?, le preguntó la mujer
en el sueño. ¿Dónde? Con los burros. Y en ese momento,
un rebuzno truncó el sueño de la mujer. Abrió los ojos
y
¡El paraíso!
EL MOMENTO DEL DESTINO
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e camino hacia su destino paso a paso, letra a letra,
el hombre se detuvo junto a una fuente a descansar. Fue
entonces cuando, flotando en el agua, vio la luz, su luz. No
había más destino que el aquí y ahora, el momento en el cual se
descubre la eternidad. Minutos después de muchos momentos,
el hombre reanudó la marcha; el destino seguía sus pasos.
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INSPIRA, PIENSA
S
S
e sienta en la ribera del río, bajo un sauce llorón, apaga el
teléfono móvil, acaricia la hierba, inspira, espira, entorna
los párpados, se recrea en el paisaje interior
El dinosaurio le
mira embelesado.
LLUVIA DE PALABRAS
H
H
acía más de un año que no caía una gota en Recóndito,
el pueblo de las montañas, y los lugareños miraban con
nostalgia y pesar el cielo, contumaz en su nitidez azul. Ay,
la lluvia, se lamentaban un día y otro los viejos del lugar
entretanto los niños, ajenos a la sequía, levantaban una nube
de polvo propinando patadas al balón en una calle aledaña.
El escritor errante y solidario, informado de lo que
acontecía en el pueblo montañero, se desplazó a la localidad
con un equipaje ligero: un zurrón, un cuaderno y un par de
bolígrafos. Sentado en un banco de la Plaza Mayor, rodeado
de lugareños, tras fijar la vista en el cielo, empezó a juntar
palabras en el papel. Se trataba de un microrrelato ambientado
en un municipio de interior en el que hacía más de un año que
no caía una gota de lluvia.
Una tarde, entretanto el escritor escribía sentado en un
banco de la Plaza Mayor, repentinamente, unos nubarrones
de letras encapotaron el cielo, y, a los pocos minutos, un
impresionante chaparrón mojó y remojó las calles de
Recóndito, el pueblo de las montañas. El microrrelato del
escritor errante llevaba por título Lluvia de palabras en el
pueblo de las montañas.
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EL PARAÍSO DEL CORAZÓN
S
S
ólo pedía una señal para mantener la esperanza. Se
conformaba con muy poco, le bastaba con ver fugazmente
el lugar en el cual se encontraba su hijo de seis años,
recientemente fallecido. Sólo eso. Y es que la mujer albergaba
el temor de que el niño, sin bautizar, hubiese sido recluido
lejos del paraíso. Fue tanta la perseverancia de la mujer, que
el mismo día en el cual se cumplía el primer aniversario del
fallecimiento del chiquillo, un par de minutos antes de la
medianoche, un vozarrón atronó la habitación en la que la
madre luchaba a brazo partido con el sueño. ¡Mira, mujer!
Abrió los ojos en medio de la oscuridad, y vio lo que anhelaba
ver. Su hijo se mecía en un columpio, al ritmo del palpitar de
unos poderosos músculos, mientras tarareaba una canción, la
canción que le cantaba su madre cada noche. A partir de ese
día, la mujer durmió como una bendita hasta el final de sus
tiempos, con el paraíso dentro de ella, en su corazón.
EL FRUTO VESPERTINO
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as frases se le resistían esa mañana a pesar de sus continuos
esfuerzos. Por la tarde, sin embargo, la prosa surgió fluida
de entre sus dedos: la prosa que el esfuerzo aparentemente
improductivo de la mañana había propiciado.
EL UNO DEL OTRO
P
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rimero emergió Uno, el actor, un hombre con una planta
envidiable.
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¡Maravilloso!, exclamaron los espectadores que llenaban
el teatro.
Después surgió el Otro, el dramaturgo, alguien de aspecto
sencillo.
¿No decís nada?, se encaró Uno con el público. Él me
engendró. ¡Lo sencillo es maravilloso!, gritó Uno ante la
mirada tierna del Otro.
Y el público prorrumpió en una estruendosa y prolongada
ovación.
EL VISITANTE TEMPRANERO
E
E
l timbre de la puerta de la imaginación del autor sonó a
hora temprana: era un personaje.
Pasa, amigo, estás en tu casa.
EL ABUELO MELCHOR
H
H
acía ya dos años que conocía el secreto sin secreto de los
Reyes Magos. Entonces, ¿cómo era posible que, al abrir
los ojos después del sueño, se encontrase con el Rey Melchor
plantado junto a su cama y, además, luciendo los rasgos
faciales de su abuelo difunto?
¿Eres tú, abuelo, o estoy soñando?
Pues claro que soy yo, Gabriel. Hoy, hago del Rey
Melchor. Tú verás si sueñas o estás despierto.
El niño se frotó los ojos una, dos, tres veces, y volvió a ver
lo que había visto.
No puede ser
Tú, tú
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El abuelo, a la sazón el Rey Melchor, posó suavemente el
índice artrítico en los labios del chiquillo.
Puede ser porque ves lo que de corazón quieres ver. No
es la primera vez que vengo a verte, y espero que no sea la
última. El otro día estuve en el parque, muy cerca de ti.
¡Eras tú! Por eso pensé en ti cuando el viejo muy viejo
pasó por delante de mí con un libro en la mano.
Te equivocas, Gabriel. El viejo muy viejo pasó por
delante de ti porque tú pensaste en mí.
CHOPIN EN EL MATADERO
E
E
l hombre de frente prominente, enfundado en una bata
blanca, desde la cumbre de sus ojos azules metálicos,
dirigió una mirada despectiva al torso del muchacho que
formaba parte del grupo variopinto de viajeros que acababa de
descender del tren de mercancías, y, al instante, señaló con un
brusco ademán de la barbilla la dirección de la izquierda. Ni
siquiera hizo mención de utilizar el estetoscopio que colgaba de
su pecho. ¿Para qué?
El adolescente, de dieciséis años recién cumplidos, supo
al instante lo que el gesto del hombretón significaba. Aunque
había procurado ahogar la tos que pugnaba por emerger de
la caverna de sus pulmones durante los breves segundos que
el ángel de la muerte lo escrutó, la enfermedad que padecía
resultaba imposible de disimular. Se la oía, se la veía, se la
palpaba
No había duda: la dirección de la izquierda conducía
a las bóvedas que albergaban esas cámaras de gas de las que
tanto había oído hablar durante el infernal viaje de tres días
por ferrocarril, el destino que los dirigentes nazis reservaban
95
a los reclusos cuyas condiciones físicas les impedían trabajar
como animales de carga más allá de unos pocos días, acaso
unas horas, quizás unos minutos; y de allí, según se rumoreaba,
sólo se salía convertido en humo, cenizas o pastillas de jabón.
Dos centenares de metros separaban a la columna de los
condenados de la siniestra construcción en la que la muerte
afilaba malévolamente su guadaña. El día había amanecido
con un espléndido sol que invitaba a disfrutar de la fiesta de la
vida, y, en efecto, algunos disfrutaban (y mucho) recreándose
en el espectáculo del martirio ajeno. En aquel tugurio diabólico,
además de la humanidad, se había pervertido hasta la mismísima
muerte. Ésta no se limitaba a matar; se solazaba matando,
mataba solazándose.
El joven tuberculoso, mientras andaba al paso que
marcaban los desdichados que lo precedían en la hilera, una
pareja de ancianos encorvados que de vez en cuando juntaban
sus manos temblorosas, observaba a hurtadillas a los hombres
uniformados que, provistos de porra y látigo, caminaban
como autómatas en los flancos, cual si fueran marionetas
accionadas por una misma voluntad.
Conforme el joven arrastraba los pies hacia la cámara
mortuoria, increíblemente la esperanza, a la desesperada, fue
proyectando un haz de luz en la oscuridad que envolvía su alma
como un sudario. A pesar de las abrumadoras evidencias, se
negó a creer que sólo le quedasen unos pocos minutos de vida.
¿Y si, al contrario de lo que rumoreaban incluso las buenas
lenguas, el camino de la izquierda conducía a la salvación y el
de la derecha a la extinción? La respuesta a su ingenua pregunta
la tenía delante de sus narices, a medio metro, encarnada en el
viejo rengo que a duras penas mantenía la verticalidad. A un
anciano así, sin fuerzas ni para sostener un trapo para limpiar
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el polvo, el hombre de la bata blanca no lo habría salvado
del exterminio. Pero el muchacho, en su delirio esperanzador,
aferrado a una vida bisoña ahíta de futuro, no veía a un viejo
laboralmente inútil, sino a un veterano científico, flamante
Premio Nobel de Física, al que los nazis pretendían extraer
hasta la última neurona de su privilegiada sesera con objeto
de que diseñara el arma secreta que les proporcionase in
extremis la victoria en una contienda que parecía abocada a
una inapelable y humillante derrota.
Aunque el muchacho era consciente de que los esputos de
sangre que escupía a menudo contra la palma de la mano eran
el síntoma inequívoco de la tuberculosis que consumía sus
pulmones, una enfermedad que, incluso en unas condiciones
sanitarias óptimas, apenas le concedería unas remotas
probabilidades de alcanzar la frontera de la vejez, estaba
convencido de que la imponente figura del estetoscopio no
lo había oído toser ni una sola vez. Y si lo hubiera hecho,
¿qué importancia tendría? Él no era un pobre desgraciado
incapaz de ofrecer al mundo algo más que su buena voluntad;
él era un artista de portentoso talento, un cultivador de
bellezas sublimes, como así lo había calificado un sector de la
crítica, un músico que había empezado a labrarse un nombre
entre los melómanos del país. La tuberculosis le conduciría
prematuramente a los brazos de la muerte, sí, pero, antes,
seguro que le permitía vivir unos cuantos años, y unos años, en
un artista de extraordinario talento, equivalen a la eternidad.
Además, sus potenciales verdugos estaban al corriente de que
era un prestigioso pianista que, a sus dieciséis años recién
cumplidos, había ganado el concurso nacional de jóvenes
intérpretes de Renania, él mismo se lo había comunicado a los
hombres de la gabardina negra que lo habían detenido en el
97
conservatorio y también a los soldados que, a las pocas horas,
lo habían metido a empellones en el vagón, si bien sus palabras,
al ser pronunciadas sin solicitar permiso, le costaron unos
cuantos porrazos y puntapiés. Los nazis no tendrían ningún
escrúpulo en deshacerse de un adolescente tuberculoso que no
sirve para trabajar como esclavo, pero jamás eliminarían a un
genio capaz de arrancar a las teclas del piano la música de los
dioses. Eran nazis, sí, pero también alemanes. Y los alemanes
aman las bellas artes en general y la música en particular.
El tanatorio en forma de bóveda se encontraba a medio
centenar de metros de la columna de cadáveres ambulantes.
Detrás del muchacho, una madre, entre beso y beso, le cantaba
una nana al crío que sostenía contra su seno. ¡Qué voz más
dulce!, exclamó para sus adentros el joven músico mientras
acompañaba mentalmente el canto de la mujer con la música
que tocaba en su piano imaginario. Una madre no le cantaría
una nana a su niño si supiera que lo conduce a las entrañas
de la muerte, se arengó en medio del delirio desoyendo la
severa voz interna que pugnaba por enfrentarlo con la cruda
realidad: O precisamente la mujer le canta una nana a la
criatura para que los sueños de la vida y la muerte se fundan
en uno
Reza, es lo mejor que puedes hacer.
El músico, sin embargo, con la cabeza erguida, no percibía
la tenebrosa mole abovedada, sino que sus ojos, elevándose
por encima de las alambradas electrificadas que circundaban
el campo de exterminio, ascendían hasta la cumbre más alta
de la cordillera que se perfilaba en lontananza, allí donde,
contra el azul del cielo, aguardaba el futuro que había
imaginado desde que tenía uso de razón, tal vez antes. Se
vislumbraba en medio del escenario del teatro de su localidad
natal interpretando su tema predilecto, La polonesa heroica,
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de Chopin, con sus padres, sus hermanos y su mejor amiga,
a la vuelta de unos pocos calendarios su prometida, entre el
público que abarrotaba la sala, embelesados todos ellos con
las notas musicales que desgranaban sus portentosas manos
Un golpetazo seco en la espalda interrumpió abruptamente
el recital del pianista.
¡Adentro, perro judío!
Les habían obligado a entrar desnudos en una estancia
iluminada sólo por la luz balbuceante de una bombilla
adherida al techo alrededor de la cual se distinguían varios
cabezales de duchas. ¡Duchas! Sí, eso es lo que era: una sala de
duchas, fría y aséptica, pero nada más que una sala de duchas.
Dentro de unos segundos, saldría a borbotones el agua que
disolvería todos los miedos que poblaban de espectros la
estancia. Ya. La bombilla parpadeó unos segundos antes de
apagarse
Hombres, mujeres y niños empezaron a proferir unos
gritos desgarradores mientras algunos de ellos aporreaban
las paredes y la puerta. Otros, resignados a la fatalidad, se
ovillaron en un rincón. Ante aquella muerte, era inútil luchar;
sólo cabía rezar. El músico, mientras tanto, recostado contra
la pared, abrió la boca en busca de aire; se ahogaba sin
remisión. Luego, enseguida, ya, reinó un envenenado silencio
en la cámara. Era el final, o, tal vez, no. ¿Y si el final fuera
el principio?, se preguntó el pianista entretanto, rodeado de
cuerpos agonizantes, movía los dedos de sus manos en el aire,
hechizado por la música de su dios particular, Chopin, quien,
desde el otro mundo, acunaba el sueño eterno de su joven
admirador con la pieza favorita de éste: La polonesa heroica.
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LA FAMA
Tienes dotes para ser un gran escritor le dijo el
profesor del Taller Literario.
¿Y seré famoso?
Es posible.
A lo mejor había hallado por fin su camino. Él pretendía
alcanzar la fama como fuese, y si un experto en Literatura le
aseguraba que podía convertirse en un gran escritor, seguro
que lo sería.
Pero no lo fue.
La fama en el arte no se busca, se encuentra con esfuerzo
y paciencia, mucha paciencia. Algo que el hombre con dotes
artísticas no estaba dispuesto a aportar. Buscó la fama por
otros derroteros, y se topó con la popularidad.
PUENTE EN LA PLAYA
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uando el joven suicida se disponía a arrojarse al vacío desde
el puente romano, sonó el teléfono móvil del escritor. ¡Era
ella! Y le decía que le quería. ¡Me ama!, exclamó eufórico
el escritor volviendo raudo a sentarse delante de la pantalla.
El suicida le miraba desde las letras, como esperando la orden
de su creador. Pero éste, embargado por la sensación más
hermosa de la vida, borró la palabra puente y la sustituyó
por playa, y el suicida, claro, se convirtió en un socorrista.
100
EL ÚLTIMO BESO
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l primer beso de él fue el último que ella recibió, pero en
ese beso cupo toda una vida. La joven judía murió en la
cámara de gas con el amor entre los labios.
VIAJE A LA ETERNIDAD
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orrió en pos del horizonte que, a lo lejos, se recortaba
contra el cielo. Cuando alcanzó la lejanía, sin aliento,
comprobó que el horizonte se había evaporado. ¿Dónde se
habría metido? Miró hacia atrás, y lo vio justo detrás de él.
El futuro era ahora su pasado, ¿o sería el pasado su futuro?
Fue entonces cuando decidió volver sobre sus pasos, pero sin
perder de vista aquello de lo que se alejaba. Y el futuro y el
pasado se fundieron en un presente eterno.
EL CONSEJO DEL ESCRITOR
¿Cuál es el mejor consejo que puede darme para ser
escritor? preguntó una voz de entre el público al
Premio Nobel de Literatura, cuando éste terminó la conferencia
que pronunció en la Biblioteca Nacional de Metrópoli.
Escribe.
¿Eso es todo?
Casi todo. Escribe y tacha.
Pues vaya.
Si lo hubieras escrito, tendrías que tacharlo.
101
LA CUMBRE DE ABEL
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l mismo día en que Adrián se negó a ponerse pantalón
corto, su padre, ex pívot de baloncesto, le instó a que
escalara hasta la cumbre de la montaña.
Es la hora, hijo.
¿A qué montaña te refieres, papá?
A la mía, sube por mi cuerpo y trata de coronar la cima.
Eres muy alto y podría caerme.
Puede que sí, puede que no. Sólo tienes una manera de
averiguarlo: intentarlo.
Abel, que admiraba a su progenitor tanto como lo amaba,
no se hizo de rogar. Tomó carrerilla para coger impulso, brincó
y, aferrado a la hebilla del cinto que sujetaba los pantalones
del hombre, se propulsó hasta las solapas del cuello de la
camisa; respiró hondo, soltó una mano, balanceó el brazo
y, zas, ya había aferrado el hombro derecho; volvió a tomar
aire antes de probar con la otra mano. ¡Sí! La cumbre estaba
ahí, a un salto; osciló las piernas a izquierda y derecha, una,
dos tres, veces, y arriba; ya estaba en la cima. Qué éxtasis.
Pero el éxtasis suele durar muy poco, a veces ni siquiera unos
segundos. Al mirar en torno a él, le entró vértigo. Alzó la vista;
el cielo estaba próximo, casi podía tocarlo con las yemas de los
dedos. En las bajuras, la espesa niebla que envolvía los pies de
la montaña le impedía distinguir con nitidez el suelo. Además,
la cumbre empezaba a moverse, como agitada por un huracán.
¡Cuidado, papá! exclamó.
Demasiado tarde. El estornudo del gigante le había hecho
perder el equilibrio y, justo cuando el niño, convencido de que
se precipitaba al vacío, iba a proferir un grito de terror, unas
alas surgieron de sus hombros. La niebla se había disipado y
102
lucía un sol radiante; abajo, en el jardín de casa, su padre le
lanzó un beso.
LA NOCHE DEL AMOR
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a luz se fue de repente convirtiendo la noche en tinieblas;
pero ni a él ni a ella les importó. En lo más oscuro de la
noche, el amor es amor, y, a veces, incluso es Amor.
A PRECIO DE ORO
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endió sus recuerdos a precio de oro, y, luego, con el oro,
no pudo comprar ningún recuerdo.
AMOR EN LA LUNA
¿Te casarás conmigo? le preguntó por enésima vez
el joven de pelo rizado a la muchacha de ojos verdes.
La muchacha, que empezaba a estar cansada de la
insistencia del joven, le dio una respuesta inapelable, si bien la
endulzó con una metáfora poética para no herir la sensibilidad
de su enamorado.
El día en que toques la luna con la yema de los dedos,
me casaré contigo.
Una semana después, el joven de pelo rizado se presentó
ante la muchacha con una sonrisa de oreja a oreja.
¡Te casarás conmigo! anunció, eufórico.
¿Qué te ocurre? ¿Has tomado algún brebaje?
103
Los ojos del muchacho parecían más grandes que de
costumbre, y muchísimo más hermosos. Brillaban como dos
luceros.
He tocado la luna con la yema de los dedos.
¿Ah, sí? ¿Cuándo?
Esta noche, en el sueño.
EL VIAJE DE UNA PALABRA
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a palabra, surgida espontáneamente de la memoria, en el
momento de aparecer en la pantalla del portátil, ignoraba
el grandioso destino que le aguardaba. Dentro de unos meses,
brincaría alborozada en el corazón de una persona que,
en los momentos en que ella fue escrita en el ordenador, se
encontraba a dos mil kilómetros de distancia. Una persona
que, a falta de nombre propio, llamaremos lector.
EL ENCANTO DE UN MAESTRO
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e encantaba enseñar. Por eso se afanaba tanto en aprender,
para que el encanto no degenerara en rutina. Enseñar
también lo que aprendía, no sólo lo que en su día aprendió.
Ahí radicaba el encanto del maestro.
EL AMOR DE LOS DEFECTOS
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lla tenía tantos defectos o más que él. Quizá por eso, por
sus defectos, ella y él se unieron primero y se amaron
104
después. Quizá. Lo único seguro es que, al unirse y amarse, o
al amarse y unirse, descubrieron, atónitos, que cuantas veces
se miraban, veían reflejados en los ojos del otro la perfección
de los defectos.
UNA FORMA DE VIVIR
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tilizaba los platos de barro como si fueran de plata; se
dirigía al estúpido como si fuera inteligente; vivía cada
día como si fuera el último. A veces, las convicciones de otros
le hacían variar las suyas. Carecía de estudios oficiales, sólo
contaba con la experiencia que había adquirido en el quehacer
cotidiano. Qué mujer, la abuela.
LA NOCHE MADURA
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ra el episodio de su juventud que más y mejor recuerda,
quizá porque marcó un antes y un después en su vida: el
día de su decimosexto aniversario. Incluso, hace unos meses,
en su faceta de escritor, plasmó las vivencias de ese inolvidable
recuerdo en un cuento en el que él desempeñaba el papel de
protagonista. La realidad inspirando la ficción, la ficción
alumbrando la realidad. Para siempre.
LA NOCHE MADURA
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aría José Fuentes, con el cabello prematuramente
encanecido y el rostro surcado por profundas arrugas,
a sus cuarenta años, yacía en la cama aquejada de un cáncer
105
de páncreas mortal de necesidad. La mujer, sin padres, viuda,
con su única hermana emigrada a un país extranjero, sólo
tenía a su unigénito: Lorenzo.
Lorenzo Pacheco Fuentes, por su parte, además del cariño
infinito de su progenitora moribunda, no tenía a nadie, sólo a
él. Ese era el panorama familiar que se le presentaba a Lorenzo
el primer día de las vacaciones de verano, pocas horas antes de
cumplir los dieciséis años.
Me voy a dormir, mamá. Buenas noches.
Espera un momento, hijo.
El muchacho se aproximó a la cabecera de la cama.
Dime, mamá.
Este verano, como habrás adivinado, tampoco iremos al
pueblo
Apenas puedo levantarme de la cama. La evolución
de la enfermedad va mucho más deprisa de lo que incluso los
médicos más agoreros habían previsto. Pero no te preocupes,
Lorenzo, he arreglado todo con mi hermana Ángela, la que
vive en Alemania. Cuando yo
En fin, hijo, ella se ha ofrecido
a
a
la emoción truncó el discurso de la mujer.
Tranquila, mamá. Además, me viene muy bien quedarme
en la ciudad este verano. Tengo muchas cosas que hacer.
María José ladeó el cuello y ahogó un sollozo contra la
almohada.
Con la puerta de su habitación entreabierta por si acaso
su madre lo llamaba, Lorenzo, antes de meterse en la cama,
guardó en una caja de cartón todos los tebeos que poseía, y los
libros de Roald Dahl, Michael Ende y Tolkien, sus tres autores
preferidos, y las colecciones de cromos de Fauna Salvaje y
Banderas del Mundo, que le legó su padre, y del Campeonato
Mundial de fútbol, y las seis películas de animación y la trilogía
de Regreso al futuro, y los muñecos de Superman, Batman y el
106
Hobbit, y el bote de canicas de colores. Luego, ató la caja con
una cuerda y la depositó en el fondo del ropero.
Lorenzo apenas durmió, casi seguro que no soñó. Esa
noche, la noche que precedió a su decimosexto cumpleaños,
puso el reloj de su vida en hora. Llevaba dos años de retraso.
Por la mañana, muy temprano, emergió de la habitación
enfundado en un traje de su padre difunto. Ya era mayor de
edad.
María José, con el rostro incluso más demacrado que
la víspera, estaba con los ojos abiertos de par en par, como
la encontraba su hijo cada mañana, por mucho que éste
madrugase. El dolor convertía los minutos de sueño de la
mujer en una empresa de titanes.
Feliz cumpleaños, Lorenzo. Qué guapo estás. Abrázame,
corazón. Más o menos, a estas horas, hace dieciséis años,
viniste al mundo. Cuando te tuve contra mi pecho, sentí algo
inefable, algo... algo
Fue el día más feliz de mi vida.
El muchacho se sentó en la cama, y se dejó acariciar por
las manos trémulas de su progenitora.
Ésta, tras sembrar el rostro de su hijo de ardorosos besos,
trató de incorporarse.
¿Qué haces, mamá?
Pretendía darte tu regalo, pero creo que las fuerzas me
han abandonado definitivamente. ¿Te importaría coger el
bulto que hay debajo de la cama?
Lorenzo se agachó y extrajo un paquete envuelto en un
papel azul celeste adornado con motivos deportivos.
Es tu regalo de cumpleaños, hijo mío.
El muchacho rasgó el papel que cubría una caja
rectangular. Dentro se encontró con el uniforme oficial del
equipo de fútbol de la ciudad.
107
Muchas gracias, mamá Lorenzo se inclinó hacia
delante y depositó un largo beso en la frente de María José.
Le pedí hace unos días a nuestra vecina, Engracia, que
te comprara la camiseta. Ella, tan servicial como siempre,
accedió encantada, y no sólo eso, también puso el dinero que
faltaba para completar el equipaje. Dale las gracias cuando
puedas. Qué sería de nosotros sin una mujer como ella al otro
lado de nuestra puerta
Si el regalo te disgusta, yo soy la
responsable del desaguisado. Engracia se limitó a completar
generosamente mi encargo.
¿Cómo va a disgustarme, mamá? Es justo lo que quería.
Pero, ¿qué llevas puesto, Lorenzo? Pareces todo un
hombre.
Lo soy, mamá, he de serlo.
Por supuesto que sí. Tienes ya dieciséis años.
Hasta luego. Es probable que no vuelva hasta bien
entrada la tarde. He cogido unas monedas de la hucha para
comprarme un bocadillo y un zumo.
¿A dónde vas?
En busca del porvenir, el nuestro, mamá.
Ten cuidado, hijo mío.
Lo tuve, madre. Jamás he olvidado el día en el que
prematuramente me hice hombre, el día de
La noche
madura.
LA MUERTE EN BRAZOS
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levó en brazos a su propia muerte hasta el lecho mortuorio.
Fue así como la muerte también formó parte de su vida.
108
EL VAGÓN DE LOS CONDENADOS
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l último día de mayo había amanecido en Metrópoli
transformado en una cruda mañana de invierno. El cielo,
cubierto de negros nubarrones, amenazaba lluvia, tal vez
nieve, y soplaba un viento gélido que cortaba el aliento. Bajo
tierra, el día era incluso más desapacible que en la superficie,
sobre todo en el último vagón de la L-1 del metro, en el cual
yacían hacinados, entre gemidos y quebrantos, los varios
centenares de cuentos que estaban a punto de ser conducidos
al patíbulo. Se trataba de textos que habían participado en el
prestigioso certamen literario organizado por la Concejalía
de Transportes de la localidad; no estaban todos los relatos
concursantes, pero sí la mayoría de ellos.
Como los juntaletras saben muy bien, en los dominios
de la Literatura las obras que son leídas una sola vez por
cada persona, aunque sean miles los ojos que recorran sus
letras, tienen un mérito relativo, más bien escaso. El mérito se
incrementa exponencialmente con el número de veces que son
visitados por un mismo lector. Cuando el cuento alcanza las
cinco relecturas, ya empieza a oler a clásico.
Pues bien, en el último vagón del metro de la L-1, habían
sido metidos a plumazo limpio los cuentos que no habían
sido releídos ni una sola vez en la página web donde se
exponían los textos participantes en el reputado concurso
literario. Aunque algunos de ellos habían sido leídos, a fondo
o superficialmente, por cientos de usuarios, ninguno de éstos
le había honrado con una segunda lectura.
A los cuentos, que habían sido condenados a morir en la
guillotina de una imprenta de las afueras de Capital, antes de
la ejecución masiva, se les concedió un último deseo, el cual,
109
tras una breve deliberación entre los desgraciados, consistió
en viajar todos juntos hacia el punto final en el mismo medio
de transporte que había inspirado su concepción.
De camino al patíbulo, sin embargo, aconteció un hecho
que, incluso en un ámbito donde los milagros están a la
orden del día (¿o acaso no es un milagro crear un mundo
propio de la nada de un folio en blanco?), fue calificado de
prodigioso. Sabedores de que vivían los postreros instantes de
su malograda existencia, los cuentos, entretanto rumiaban
sus cuitas con las letras caídas, al sentir el contacto literario
de otros congéneres, paulatinamente se animaron a airear
sus penas. Era la última oportunidad que se les presentaba
de dejar constancia de su paso por la literatura, ¿por qué no
morir entonces con las letras bien puestas?
Todo comenzó inmediatamente después de que el tren
echase a andar. En el fondo del vagón, recostado contra la
puerta, un cuento lastrado por un final cruel y amargo, se
animó a ceder una parte de sí mismo al colega que se apretujaba
contra él, un texto de un final empalagosamente feliz; éste,
a su vez, agradecido por la crudeza de unas palabras que
conferían algo de realismo a un texto tan cursi como el suyo,
correspondió al detalle regalando a su benefactor unas frases
almibaradas que, de inmediato, colocadas estratégicamente
en un par de párrafos, suavizaron la cruel amargura de éste.
Estimulados por el ejemplo de los dos cuentos solidarios, otros
condenados se animaron a dar una porción de sus entretelas, y
otros y otros. Y como el que da, casi siempre recibe, ninguno
de los ocupantes del vagón se quedó sin recibir, ya que todos
ellos dieron algo de sí mismos.
En los siguientes minutos, en el último vagón del metro
de la L-1 se produjo un memorable intercambio que, a falta
110
de otro calificativo más certero, alguien, en un ramalazo de
retórica, denominó ficcional; así, las carencias de uno eran
compensadas con las redundancias de otro; el texto que iba
recargado de calificativos, volcaba parte de ellos sobre un colega
que andaba escaso de ellos; el cuento en el que proliferaban las
metáforas, traspasaba unas cuantas al que se caracterizaba por
su estilo hiperrealista y aséptico; el que abundaba en diálogos,
cedía unos cuantos al que era meramente descriptivo
El
último vagón del metro se había convertido en un hospital de
campaña en cuyos quirófanos cientos de relatos eran sujetos
agentes y pacientes de una gigantesca operación de cirugía
narrativa.
Cuando el tren suburbano llegó a su destino, cuarenta
minutos más tarde, todos los cuentos condenados, ahora
bendecidos por la gracia de varios congéneres, habían sido
leídos y releídos, y, por lo tanto, estaban listos para concursar
en otro premio literario, quizá en la siguiente edición del
certamen de Capital. Habían compartido todas sus letras, y
así no hay cuento que sea malo. Y lo que no es malo, siempre
es releído. Les doy mi palabra. Por eso todos ellos, colmados
de vida, emprendieron el viaje de vuelta a la estación de
origen. El final era el principio. Habían sido indultados por
la Literatura.
EL DILEMA DEL PILOTO
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l avión de pasajeros, con el motor envuelto en llamas,
estaba a punto de estrellarse contra la ciudad costera.
Sólo el comandante del aparato podía impedir la tragedia.
Para ello, debería dirigir la aeronave hacia el mar; morirían
111
irremisiblemente los cien pasajeros y los seis miembros de la
tripulación; pero si no lo hacía, el aparato, al colisionar con la
tierra, mataría a cientos de ciudadanos, tal vez a miles.
A los cinco segundos de reflexión, el piloto se dirigió a los
pasajeros:
Señores viajeros, les habla el comandante de la nave. Les
ruego que se pongan el chaleco salvavidas que tienen delante
de ustedes. Si alguno no sabe nadar que se aproxime a esta
cabina.
Dicho lo cual, el piloto dirigió el avión contra el mar.
Abajo, no se distinguía ningún tiburón, sólo varios delfines
haciendo cabriolas. Una buena señal.
A SALVO DE INDISCRECIONES
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n cuanto tomó asiento en el vagón, se ajustó los auriculares
y puso la pantalla del chisme electrónico delante de sus
ojos. Una manera elocuente de expresar su deseo de que
nadie le molestara con preguntas indiscretas o comentarios
banales. Tenía por delante cinco horas de viaje. En la capital le
aguardaba el cuarto de hora de gloria que tanto anhelaba. El
hombre, otrora actor de postín, estaba invitado al programa
de telerrealidad en el que relataría las desavenencias que
mantenía con sus hermanos por el reparto de la herencia de
sus progenitores.
CIMA ABISMAL
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orrían malos tiempos para él. Pese a vivir en las alturas,
se sentía un desgraciado. Excepcionalmente, la cima
112
constituye un abismo. Veía a todos desde las alturas, pero
nadie lo veía a él. Sin los ojos de un lector, ¿qué sentido tiene
la vida de un libro?
EL OLOR DE LA SABIDURÍA
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l viejo lector visitaba una vez por semana la librería
ubicada en el corazón del Barrio del Oeste, uno de los
pocos comercios de la capital que aún conservaban el aroma
a alcanfor. Aunque siempre adquiría alguno de los títulos
que amablemente le recomendaba el librero, un sujeto con
quevedos que parecía salido de las entrañas de una novela
de Charles Dickens, el objetivo del viejo no radicaba en la
compra, sino en percatarse de todo lo que le faltaba por leer.
Y como le faltaba casi todo, cada semana su inteligencia se
fortalecía con la verificación de su ignorancia.
EL PRESENTE, SIEMPRE
J
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unto a ella, el presente siempre era presente. Por eso, cuando
la mujer falleció, en la vida del hombre, la muerte se hizo
eternamente presente.
LOS OJOS LE GUÍAN
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as olas han volcado la barcaza, el niño bracea con
desesperación; en medio de la oscuridad, unos ojos le
muestran el camino que conduce a la salvación. Los ojos, tras
113
hacer lo que debían hacer, se adentran en las profundidades
marinas; allí les aguarda el cuerpo sin vida de la mujer que no
sabía nadar. El niño jamás olvidará esos ojos; forman parte de
su ser. Los ojos de la madre.
UNA VIDA CON SENTIDO
¿Cuál es el sentido de la vida, abuela?
Ser recordados con amor.
¿Por quién?
Por nuestros seres queridos. En mi caso, tú, por ejemplo.
Entonces, si tú me recuerdas con amor, mi vida, tendrá
sentido.
Yo no te recordaré. No podré, pero confío en servir de
estímulo a tus recuerdos.
UNA MUERTE
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L
a Muerte le visitó por sorpresa en la flor de la vida.
¿Por qué? Yo todavía soy joven.
Porque a ti te ha tocado la muerte traicionera. Lo siento.
Entonces, la Muerte no es una sino varias.
¿Varias? Somos tantas como vidas hay.
LA BÚSQUEDA
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P
oco antes de morir en la flor de la vida, la mujer pidió a su
marido que, dentro de un tiempo, cuando los rasgos faciales
114
de ella estuvieran a punto de difuminarse en la memoria de él,
saliera a buscarla por los lugares de la ciudad donde se habían
conocido y se habían amado. Allí volvería a encontrarla.
El hombre hizo lo que su esposa le pidió. A los diez años,
cuando ya sólo podía recordar nítidamente su rostro ojeando
el álbum de fotografías, la buscó por todas las calle de la
ciudad. La encontró un año después de iniciar la búsqueda,
en el vagón de un tren de cercanías. Estaba muy cambiada,
pero era ella, aunque la mujer no lo sabía.
EL NIÑO DE LA LLUVIA
M
M
aría Consuelo no sabía qué hacer con Benjamín, su nieto
de nueve años. Su hija le había pedido que cuidara de él
las dos primeras semanas de julio, y la anciana, entusiasmada
con la idea, se ofreció a quedarse con el niño, en la casa del
pueblo de la costa, incluso durante todo el mes. Sin embargo, le
habían bastado unos pocos días para percatarse del tremendo
error que había cometido.
Benjamín, exceptuando las horas de sueño y los minutos
del aseo y las tres comidas, se dedicaba exclusivamente a jugar
con la videoconsola.
La madre del chiquillo no pareció preocuparse demasiado
cuando la anciana le expuso el problema por teléfono.
¿Que está sentado muchas horas delante de la pantalla?
Mejor para ti, mamá. Así te dejará tranquila. No le des
importancia. Durante el curso, con las clases particulares y
los deberes escolares, apenas ha jugado con la videoconsola.
Tiene mono de pantalla. Déjalo que se desahogue. Está de
vacaciones y ha sacado muy buenas notas.
115
Pero la anciana sí que le dio importancia, ella sí. Al octavo
día, colmada su paciencia, no pudo contenerse más.
Estás en un pueblo precioso y hace un tiempo magnífico,
Benjamín. ¿Qué haces todo el día metido en casa pasmado
frente a una pantalla? Sal a la calle a hacer de niño. Al otro
lado de la calzada, tienes un parque con columpios, pista de
baloncesto y una amplia extensión de césped donde los niños
juegan al fútbol. ¿No te gusta el fútbol?
Benjamín, transformado en un héroe que debía recuperar
con urgencia los planos de un arma secreta cuyo extravío
podía poner al planeta al borde del apocalipsis, ni siquiera
dirigió una mirada a la mujer.
¿No puedes dejar la videoconsola aunque sólo sea un
minuto?
¿Hablas conmigo, abuela? el niño pulsó la tecla de
pausa del mando a distancia.
¿Con quién voy a hablar? Sólo estamos tú y yo en la
vivienda.
¿Sucede algo? preguntó Benjamín, volviendo a
reanudar el juego.
¡Benjamín! bramó la anciana, sorprendiéndose a sí
misma por el voluminoso estruendo de su voz.
De la impresión, al niño se le cayó el mando al suelo.
Menudo susto que me has dado, abuela. ¿Qué te pasa?
A mí no me pasa nada, es a ti a quien le pasa. Escucha
dijo la anciana, en un susurro, extendiendo el índice hacia
la ventana entreabierta.
¿Qué he de escuchar?
Shhh
El sonido de la vida en la calle. Alguien acaba
de marcar un gol
¿Y?
116
Y los pájaros trinan en los árboles, y una niña tararea
una canción mientras salta a la comba
¿Los oyes?
Benjamín aguzó el oído.
Los oigo dijo al cabo de unos segundos. ¿Quieres
decirme algo más, abuela?
Estoy esperando a que tú me digas algo a mí. Mejor
dicho, a que lo hagas.
Ni sé qué decirte ni lo que deseas que haga. Dímelo
luego y seguro que lo hago y lo digo, pero ahora déjame que
siga buscando los planos de la fórmula secreta. El mundo
corre un grave peligro.
Los planos te estarán esperando cuando vuelvas de la
calle.
Y dale con la calle, abuela. Aquí estoy bien.
Al aire libre estarás mejor. Además, puedes contarles
a los niños de la urbanización qué estratagemas estás
empleando para encontrar los planos secretos cuyo robo ha
puesto al mundo al borde del abismo; quizás alguno pueda
ayudarte a recuperarlos.
Si me ayudara alguien, entonces no sería yo el que los
recuperase.
¿Cómo que no?
No. Sería yo con otro.
La anciana giró sobre sus talones y se dirigió a la cocina.
Esperaría dos días más y si su nieto, pasado ese tiempo, seguía
sin reaccionar, tomaría medidas drásticas.
Las cosas continuaron igual durante las siguientes
cuarenta y ocho horas. En cuanto desayunaba y almorzaba
y merendaba y cenaba, Benjamín, erre que erre, se plantaba
delante de la pantalla del monitor a buscar fórmulas secretas
y a combatir la maldad de los innumerables malvados que
117
poblaban el atormentado mundo que reflejaba la pantalla.
A media mañana del décimo día de la llegada del niño
al pueblo, la anciana, rebosada su paciencia, desenchufó el
aparato.
A la calle. Puedes jugar un rato con la videoconsola
después de comer, y también los días de lluvia.
Quiero jugar ahora.
Ahora, no. ¡Fuera!
¿Y qué hago en la calle, abuela?
Esa es una de las preguntas más tristes que me han
formulado en toda mi vida, Benjamín.
Dímelo. ¿Qué hago?
Cruza la calzada y dirígete al parque. En el vestíbulo,
junto al paragüero, te he dejado un balón. Utilízalo para jugar
al fútbol.
No me gusta el fútbol. Ya te lo he dicho.
Pues juega al baloncesto.
Meter la pelota en una canasta
Qué cosa más tonta.
En cuanto encestes varias veces, adiós tontuna. Empieza
a practicar.
¡Quiero jugar con la videoconsola!
La mujer, adoptando el gesto más severo de su repertorio,
señaló con el índice el pasillo que conducía al vestíbulo.
Creo que está lloviendo, abuela.
Está nublado, pero no cae ni una gota. ¿A qué esperas?
Arrastrando los pies y lloriqueando, Benjamín abrió la
puerta de la calle y se sentó en el soportal de la casa.
A los cinco minutos, la abuela, a través de la ventana
entreabierta del salón, oyó una voz aguda muy familiar que
cantaba una cantilena del año de Maricastaña.
Que llueva, que llueva,
118
la Virgen de la Cueva,
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan.
Que sí, que no
que caiga un chaparrón
con azúcar y turrón
LA FE EN EL AMOR
¿Te quieres casar conmigo? preguntó la mujer.
No respondió el hombre.
¿Y dentro de un año?
No lo creo.
La mujer compuso un gesto de consternación.
Pero, como sabes, soy un incrédulo añadió él.
Y yo tengo mucha fe.
LA ÚLTIMA DESPEDIDA
S
S
e despidió de ella en la habitación y en el pasillo del
vestíbulo y bajo el dintel de la puerta y en el rellano de la
escalera.
¿Por qué te despides tantas veces?
Quiero darte tiempo para que evites que me despida
para siempre
Adiós. Ahora es la definitiva.
Si se hubiera despedido también en el portal, no lo
habría perdido para siempre, se lamentaba la mujer meses
después, sumida en la nostalgia más amarga, la que no admite
el consuelo.
119
ALUMBRAMIENTO
A
A
guzó el oído interno y escuchó lo que le decía su
memoria
A los dos minutos, pulsaba con energía las teclas del
ordenador portátil. Su pensamiento acogía múltiples voces
que alumbraban otras tantas perspectivas, pasadas, actuales y
futuras. Estaba embarazado de una historia.
PESCADOR GLOBALIZADO
T
T
enía una barca de pesca con la que conseguía lo necesario
para vivir. Pero un día llegaron de Europa unos barcos
enormes que esquilmaron los peces de la zona. Desesperado,
vendió su barca para poder pagarse el visado que le permitiría
emigrar al extranjero. Volvió un año después, como miembro
de la tripulación de un arrastrero gigantesco que faenaba a
cincuenta millas de la costa de su pueblo natal.
EL PÁLPITO DE LA SOLEDAD
U
U
n infarto de miocardio fulminante lo mató a traición. Se
fue sin que ella le pudiera decir lo mucho que lo amaba.
Pensaba decírselo, pero fue retrasándolo y retrasándolo,
hasta que ya fue demasiado tarde. Y ahora el lugar de él ha
sido ocupado por el vacío de la soledad. La soledad absoluta,
la que nunca encontrará la compañía deseada.
120
No obstante, por si acaso, mirando al vacío, la mujer
pronunció las palabras que tenía que haber dicho días o
semanas atrás: Te amo, Rafael.
Sorprendentemente, el corazón de la mujer, al pronunciar
estas palabras, dio un brinco. No estaba sola, nunca lo estaría.
EL LUGAR DE SIEMPRE
E
E
l hombre deambula por las calles de la capital, desde que
termina su jornada laboral, a primeras horas de la tarde,
hasta el anochecer.
Si me buscas, yo te encontraré le dijo ella, hace casi
un año, en la estación, cuando se despidieron con premura,
después de compartir varias horas de viaje en un tren de largo
recorrido.
¿Dónde? preguntó él, ansioso.
Tú sabrás. Camina.
Desde entonces, el hombre camina todos los días, a la
buena de Dios, siempre con los ojos fijos en los ojos que le
miran.
Sus pasos, hoy, guiados por una corazonada, le conducen
al andén número uno de la estación de ferrocarril. Una mujer,
con una maleta entre los pies, le sonríe abiertamente.
Te he encontrado yo exclama él.
¿Estás seguro? Yo no te he buscado. Me he limitado a
esperarte en el lugar de siempre.
121
CONSUELO PARA LOS ARTISTAS
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brió una consulta para consolar a los autores no leídos.
Tuvo un éxito fulminante. La mayoría de sus clientes
eran autores que encabezaban la lista de best-sellers.
EMPEZAR DE CERO
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l empresario se quedó de una pieza cuando vio entrar a la
mujer en su despacho. Indudablemente, no era la persona
que esperaba. Una simple aspirante a secretaria no podía
poseer semejante belleza. Imposible.
¿Es usted Rebeca Canales?
Sí, señor. ¿Le sorprende?
Le seré franco. Me sorprende y mucho.
Quizá le sorprenda todavía más saber que hasta la
semana pasada fui prostituta, no de las que hacen la calle,
pero prostituta al fin y al cabo. Aunque tengo estudios, las
circunstancias me abocaron a ejercer el oficio más antiguo del
mundo, tal y como proclama el tópico. Ahora, deseo empezar
de cero.
De cero no empezará, pero empezará, se lo aseguro le
dijo el empresario con los ojos encendidos.
Y allí mismo la mujer hizo su primera labor de secretaria.
LAS ALTURAS
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esde el pasado, el joven vino a él, detuvo su recuerdo frente
a sus ojos, y le hizo una reverencia antes de regresar a sus
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raíces. El viejo, entonces, con los ojos convertidos en espejos,
cogió impulso y, de un impresionante salto, se posó en su cima
palpitante.
LA FORMACIÓN DE UN ECOLOGISTA
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uando mordió el bocadillo, el muchacho, contemplando
el pan que sostenía entre las manos, en una súbita
inspiración, hizo un descubrimiento que marcó un antes y un
después en su vida: sin el panadero que había elaborado el pan
reflexionó, él no tendría el bocadillo entre sus manos, y el
panadero, por su parte, no hubiese podido hacer su trabajo sin
disponer de la harina que le había proporcionado el molinero,
quien había realizado su producto con el trigo que había
comprado al campesino
Y no hubiese habido ni trigo ni
harina ni pan ni bocadillo sin la lluvia que moja la tierra y la
luz del sol que insufla vida a la naturaleza.
Cuando propinó el último mordisco al bocadillo, el
muchacho se había convertido en todo un ecologista.
LA PRUEBA Y LA EVIDENCIA
¡Eres bella! dijo la mujer a su amiga.
Y tú, buena.
Tú tienes ventaja.
¿Por qué?
Porque yo tendré que demostrar mi bondad; tú, en
cambio, sólo necesitarás que vean la evidencia.
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LA CREACIÓN
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on los ojos fijos en la pantalla en la que parpadeaba la
página de un periódico digital de economía, la mano
izquierda ajustó el pendrive en el ordenador mientras que
la derecha pulsaba el botón de encendido del escáner
Máquinas y más máquinas, un día sí y otro también, mañana,
tarde y noche. ¿Esto es vida?, se preguntó el ingeniero
informático mirando lánguidamente a su derredor. ¡No!,
bramó una voz desgarrada salida de lo más profundo de sus
esencias, tal vez de los sueños de su infancia.
No fue un no cualquiera, fue el no que propició un
sí de efectos balsámicos en la vida del hombre. Desconectó
todos los aparatos, extrajo un cuaderno y una pluma del cajón
del escritorio y, en los siguientes minutos, escribió lo que
alguien dentro de él le dictaba.
La creación fue su primer microrrelato.
LA ABUELA DE LAS ESTRELLAS
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a abuela Adela, viuda desde hacía dos lustros, en el límite
de la pobreza, se las arreglaba cada día para transformar
su humilde morada en el hotel de las incontables estrellas.
La paciencia y el ingenio convertían los limones en una
dulce limonada, los trozos de pan duro en torrijas y sopas
gatas, el cocido sobrante del almuerzo en el frito de la cena
La escasez, aliñada con amor, sabe incluso más sabrosa que
la de cinco tenedores. Ésta compra con dinero lo que aquélla
logra con ingenio y esfuerzo. Y no es lo mismo. Una deja a
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su paso un placer menguante, la otra, la de las estrellas, una
dicha inconmensurable.
En vísperas de Navidad, la vieja mesa de madera que
campeaba en el centro del salón de la humilde vivienda era
transmutada por la abuela Pepa en una réplica del portal de
Belén; con el papel azul metamorfoseado en los meandros
de un río, el de estraza en tierra de labranza y el de plata en
estrella brillante, unos trozos de cartón convenientemente
adheridos hacían de cueva y unos pedazos de plastilina se
transfiguraban en José, María, el Niño Jesús, la mula, el buey
y los pastorcillos.
En la fiesta de los Reyes Magos, la imposibilidad material
de adquirir libros y juguetes para los dos nietos huérfanos,
de cinco y nueve años respectivamente, que vivían bajo su
techo, la anciana la suplía con los cuentos y las leyendas que
inventaba o rememoraba y con las figuras de cartulina y trapo
que creaban sus portentosas manos, unas modestas obras de
arte que hacían las delicias de los pequeños.
La casa, transformada en una fuente inagotable de amor,
milagros culinarios y múltiples hazañas artesanales, pronto se
convirtió en un centro de peregrinación para los vecinos más
curiosos del lugar. Nadie necesitaba llamar a la puerta, ya que
ésta se abría con el silencio. Y, aunque parezca mentira, a la
abuela Adela sólo la Literatura le ha erigido un monumento:
éste que ha llegado a su punto final.
MATICES DEL AMOR
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l y ella, sentados en la orilla de la playa, se miraban
intensamente a los ojos: estaban enamorados; un minuto
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después, acariciados por la brisa marina, él y ella miraban
hacia el mismo punto del horizonte: se amaban.
CUANDO ELLA QUERÍA
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a veía. Estaba muerto, pero la veía. Sólo a veces, y cuando
ella quería. Todos a quienes se lo contaba lo miraban con
condescendencia, como si se dijeran: Pobre hombre, es tanta
la añoranza que siente por su mujer ausente, que hasta sufre
alucinaciones.
No comprendían nada, ojalá que nunca tuvieran que
comprenderlo. Sólo la veía cuando ella quería
¿Querría
también mañana?
LO INMEJORABLE
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epasó el texto horas y horas, durante días, semanas y
meses. Al año, tras releer el cuento por enésima vez, el
escritor se dio por satisfecho. Ya no podía mejorarlo más;
había alcanzado la belleza de la sencillez.
LOS MISMOS PERSONAJES
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l dramaturgo escribió dos obras con idénticos personajes.
La primera fue una comedia; la segunda, una tragedia.
Aquélla terminó con la boda de la pareja protagonista;
ésta, una tragedia, comenzó justo donde había terminado la
comedia.
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EQUÍVOCOS
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lla le suplicó que no le enviase ningún texto más.
¿Por qué?, le preguntó lacónicamente él en un correo
electrónico.
Porque no puedo dormir, respondió ella.
¿Acaso te producen pesadillas mis relatos?, inquirió él.
Tonto. No me dejan dormir porque leo y releo y releo.
UNA PALABRA
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unque era una de las palabras más débiles del diccionario,
en la voz de aquella mujer sonó como un ciclón.
Mi debilidad es mi fuerza.
UNA LÁGRIMA
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a tormenta trajo la lluvia que remojó su alma reseca. Fue
entonces, con el libro abierto entre las manos, el libro
escrito por su mujer difunta, cuando por fin pudo derramar
una lágrima. Cayó justo en la primera línea. Empezaba una
nueva vida.
SUEÑOS UNIVERSALES
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ada medianoche, miles de criaturas saltaban de las
estanterías, abrían la puerta de la librería Universal y
se dirigían hacia los sueños de quienes los habían ojeado y
hojeado durante el día.
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LA LUCHA DE DOS LECTORES
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uando se hacía de noche en la Biblioteca Universal, Anna
Frank se dirigía a los estantes en los que estaban colocados
los libros de ensayo, y extraía uno de los dos ejemplares del
volumen titulado Mi lucha, de Adolf Hitler, y reanudaba su
lectura. Adolf Hitler jamás se movía de su sitio. A él sólo le
interesaba un libro: el mismo que leía Anna Frank.
LA FIESTA
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u memoria se había convertido en un coladero por el que
se escurrían casi todos sus recuerdos; se había olvidado de
vivir y de lo que había vivido; pero se acordaba de algo, de la
fiesta de su sexto aniversario, una fiesta con globos de colores,
serpentinas tartas y velas. Y ahí se quedó, hasta el final, en la
alegría de la inocencia.
LA AUSENCIA HERMOSA
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uando le llegó la hora de la ausencia, todo se hizo hermoso
en el recuerdo. La ausente había dejado una honda huella
en sus seres queridos. Y como es sabido, la huella honda en
la memoria es conocida, en el otro mundo, como la belleza
indeleble.
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MIENTRAS DURE EL DESEO
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speraba su llamada mañana, tarde y noche, todos los
días de las últimas semanas. Él dijo que llamaría cuando
estuviera dispuesto a volver. Ella esperará esa llamada
mientras desee que vuelva.
EL ABRAZO DE UNA AMIGA
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a amiga, de mediana edad, trataba de insuflar ánimo al
viejo escritor, achacoso y enfermo.
Ha llegado usted a ser elegido académico de la lengua,
un honor al que muy pocos llegan. Es para sentirse orgulloso.
A este viejo escritor le enorgullecería más ser abrazado
por una amiga.
La amiga abrazó al académico. Un abrazo preñado de
sentimiento. Y el viejo, entonces sí, se sintió orgulloso de
hacerse merecedor de semejante abrazo.
LO PRIMERO DE TODO
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omo la pobreza se había abatido sobre ellos, no les quedó
más remedio que plantar un huerto con sus propias manos.
Después, con perseverancia y esfuerzo, vino todo lo demás:
la adquisición de nuevas tierras, los peones, los tractores, el
invernadero, el chalé con piscina, los coches deportivos, los
pisos en Madrid, París y Londres, la barca de recreo, los viajes
a países exóticos
Cosas sin importancia. Lo mejor quedó
atrás, plantado en el primer huerto: la ilusión.
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LA LIBERACIÓN
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l cuerpo de la mujer estaba inmóvil, pero su alma se había
marchado. ¿Dónde se encontraría?, se preguntó el anciano.
Una noche ella lo miró fijamente, no era la mirada
extraviada de otros días, ésta despedía un fulgor extraño y a
la vez familiar. El hombre se puso las gafas para ver de cerca,
y entonces la vio con nitidez. Estaba ahí, dentro, tal vez en lo
más hondo, atrapada, esperando pacientemente el día en que
por fin pudiera volver a ser quien era. El día en que la noche
oscura la librara de la prisión de su cuerpo marchito.
EL TRAJE DE ALGUIEN
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n lo más profundo de su ser anhelaba convertirse en
alguien, pero como era consciente de ser un don nadie, se
vestía de acuerdo a lo que creía que era. Esa mañana, como
tantos otros días, se puso la timidez de chaqueta y la modestia
de pantalón, y salió al encuentro del mundo. Cuando cruzaba
la Plaza Mayor del pueblo, un par de transeúntes le hicieron
sendas reverencias. Qué sensación más placentera, se dijo el
hombre mientras se abotonaba la chaqueta de la timidez y se
embutía las manos en los bolsillos del pantalón de la modestia.
EL ESCUCHADOR MISTERIOSO
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uardaba silencio porque no tenía nada que decir. Lo
curioso era que los demás le hablaban continuamente.
Pronto le colgaron la etiqueta de gran escuchador; incluso
ante su pertinaz silencio, fueron muchos los que se acercaron
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a él deseosos de escuchar sus palabras. Así fue como el
hombre silencioso empezó a hablar, pese a que no tenía nada
interesante que decir. Desde entonces, no calla.
PRESENCIA AUSENTE
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uando ella desapareció engullida por la multitud, su imagen,
con una fuerza incontenible, emergió en su pensamiento y
en su corazón y en todas las células de su ser. Cuando estaba
presente, él se encontraba ausente, abstraído en sus asuntos
laborales y de faldas; pero, ahora, con ella desaparecida, tal vez
de manera definitiva, el hombre se percataba de que el recuerdo
de su mujer siempre estaría presente en su vida, a todas horas,
todos sus días, para martirizarle por sus constantes ausencias.
EL ELEFANTE DE MADERA
Mañana, probablemente me moriré. Ya va siendo hora
dijo el abuelo a su nieto predilecto, un muchacho
de dieciocho años.
El joven hizo un ademán con el brazo, como diciendo:
Qué cosas dices, abuelo.
El viejo entregó al joven un elefante de madera.
Lo tallé hace años. Es mi animal preferido. Tuyo es.
Gracias, abuelo, pero
Mañana, en cuanto esté muerto, no vayas a visitarme al
cementerio. Allí sólo habrá huesos. Si te apetece decirme algo
o echarme un ojo, habla o mira al elefante. Lo hice con mis
propias manos. Ahí estaré yo.
En tu obra, abuelo.
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LA INVOCACIÓN DE LA MEMORIA
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uando sintió la cercanía de la muerte, pugnó por aferrarse
a la vida, al menos unas semanas más. Guiado por este
propósito, se dispuso a pedir a sus tres hijas que no le olvidasen
nunca; pero, en el último momento, se mordió la lengua.
Inopinadamente, la memoria que pretendía invocar le invocó
a él: Recuérdalas tú a ellas; ahí palpita la vida que anhelas.
Y, en sus últimos días, hojeando el álbum de fotos, se dedicó a
recordar mañana, tarde y noche. Todas sus mejores vivencias
recordó. Y la vida sólo necesitó unos pocos días para hacerse
grandiosa, inolvidable, eterna.
EL MOMENTO DEL CUENTISTA
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l germen de un cuento brotó de repente en su sesera. Lo
anotó de prisa y corriendo en un trozo de papel. Ya le daría
forma más adelante, ahora no estaba en su momento álgido.
El más adelante se presentó al día siguiente. Demasiado tarde.
El momento de ese cuento había pasado. Lo que escribió
no se parecía en nada a lo que podría haber sido el cuento
de haberse escrito cuando lo pospuso para más adelante. Y
entonces escribió en su cuaderno de anotaciones: Ahora es
el momento. Una reflexión que, más tarde, le permitió escribir
otros cuentos que alguien calificó de sublimes.
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DOS MUERTOS
¿Estás muerto?
Sí.
¿Cómo puedes estar muerto si has respondido a mi
pregunta?
Es verdad. Tal vez no esté muerto o
¿O qué?
O quizá tú no estés vivo.
Si fuera así, si los muertos pudiesen hablar, entonces la
muerte no existiría. Además, si yo te he matado a ti, ¿quién me
ha matado a mí?
Yo
antes de morir
Y se oyó un disparo.
POMELO Y MANDARINA
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quella noche, al entrar dentro de ella, no la llamó
Mandarina como otras veces; aquella noche, en silencio,
la llamó Pomelo. El amor se había convertido en rutina.
EL ÚLTIMO ACTO
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n el lecho mortuorio, el anciano compuso una mirada de
piedad, acaso de perdón. Una mirada que encontró eco
en los ojos del otro. El padre era el hijo, y el hijo, el padre.
El tiempo cronológico había abdicado de sus dominios; en la
estancia sólo prevalecía el tiempo de los sentimientos. Los dos
hombres se redimieron al unísono. Era posible el perdón, era
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posible el amor. Y la muerte lo entendió, por eso abandonó
sigilosamente la sala en la que el padre y el hijo se fundían
en uno. Ya volvería más tarde, cuando la memorable función
hubiese terminado.
EL AMOR, EL MILAGRO
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uando la mujer se disponía a marcharse para siempre,
lejos, muy lejos, le dio la bienvenida al amor, otra vez.
Fue una especie de epifanía en la que el tiempo puso patas
arriba sus recuerdos presentes y virtuales. Vio el futuro, sin
él, y entonces, el presente, con él, se convirtió en el futuro. Al
oír por el megáfono la voz que anunciaba la inmediata salida
del tren, bajó precipitadamente la escalerilla del vagón y se
arrojó en los brazos del cónyuge. El hombre, con la vista
fija en el tren que se alejaba, mientras sentía el brazo de ella
ceñir su cintura, se sintió embargado por una sensación que,
traducida en palabras, a él, el otro él, le hubiera parecido una
cursilería, y que ahora, que volvía a sentir la indescriptible
sensación de ser amado por la mujer a la que amaba, a la que
hace un minuto creía haber perdido para siempre, esa certeza
se le antojó la verdad de las verdades. El milagro es el amor, el
amor es el milagro.
LA TERCERA PATA
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omo tenía salud y amor, se dedicó con toda su alma a
hacerse de dinero, la tercera pata del banco de su felicidad.
Así fue como, en los siguientes años, en su porfía por acumular
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un capital, perdió el amor y la salud. Los millones atesorados
le permitieron luego rodearse de mujeres, que no de amor, y de
médicos, que no de salud.
LA OTRA PANTALLA
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o tenía televisor; prefería entretenerse mirando por la
ventana que daba a los columpios del parque: el mejor
programa.
LA RESPUESTA DEL GORRIÓN
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oseía un palacete de gran valor arquitectónico y un
Porsche deportivo y la mayor parte de las acciones de la
empresa familiar; y, lo más importante de todo, la escultural
modelo que nadaba en la piscina le decía un ciento de veces
cada día que estaba enamoradísima de él; además, en el
último año, había adelgazado los diez kilos que su cuerpo
demandaba para exhibir la musculatura de un atleta
Y,
sin embargo, no era feliz. ¿Por qué? ¿Por qué? El eco de la
trascendental pregunta le llegó al gorrión que sesteaba en una
de las ramas del sauce llorón que sombreaba parte del césped
que delimitaba la piscina; el pájaro, espabilado por el segundo
por qué, respondió con un hermoso trino. El hombre oyó el
canto del gorrión, pero no lo escuchó; la espectacular mujer
que emergía de la piscina reclamaba toda su atención.
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EL CUIDADO DEL MUNDO
Cuida de mis tiestos le pidió la madre moribunda a
su hija.
¿Te refieres a las plantas que adornan el balcón, mamá?
Sí, plantas parecidas a esas las heredé de mi madre, tu
abuela
¿Lo harás?
Pues
la hija parecía dudar antes de comprometerse.
El cuidado del mundo es un hábito que se hereda
añadió la madre entre jadeos.
Lo haré.
El mundo, por el momento, seguía teniendo a alguien que
lo cuidara.
UNO Y LOS OTROS
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l relacionarse con los otros, se descubrió a sí mismo.
Ahora, cada vez que se sumerge en sus adentros, conoce
a quienes le permitieron conocerse a sí mismo: los otros.
LA ESENCIA DE UNOS OJOS
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intió unas ganas irrefrenables de inmortalizar en una
imagen el momento en que ella le miró con aquellos ojos,
de aquella forma. Después, contemplando la fotografía, supo
el porqué. El esplendor de los ojos de la mujer provenía de su
olor a esencia profunda.
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VACACIONES DE FONDO
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as vacaciones, demasiado cortas, llegaban a su fin.
Los quince días, como siempre, habían transcurrido
demasiado pronto. La última noche, en la estantería del salón
del apartamento que había alquilado su familia, el muchacho
se topó con un libro cuyo título llamó poderosamente su
atención: Correr, de Jean Echenoz. A él no le gustaba
mucho leer, pero sí correr. Leyó la primera página. Zatopek,
el nombre le sonaba. Sí, era un atleta de la primera mitad del
siglo XX. Se acomodó en el sofá con el libro entre las manos.
Lo cerró ya de madrugada. Había recorrido la vida entera de
Zatopek, probablemente el atleta de fondo más legendario de
todos los tiempos, en menos de tres horas de lectura, en la
última noche de sus vacaciones de verano. Esa noche, aprendió
algo muy importante que enriquecería los siguientes decenios
de su vida: que las vacaciones, por muy cortas que sean, se
alargan hasta el infinito si, a ratos, uno se sumerge en un libro.
EL VUELO DIARIO
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l muchacho, con las piernas inertes, como cada mañana,
arrimó su silla de ruedas a la ventana de la habitación, en
su casa de planta baja, cerró los ojos y, tras hacer acopio de
energías, se visualizó a sí mismo poniéndose en pie, cogiendo
impulso y
Un día más se dio un morrocotudo trompazo
imaginario.
Mañana, a primera hora, volvería a intentarlo. Mientras
no se sintiera derrotado, las circunstancias no le habrían
vencido.
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LA ALTURA DE PABLO
¿Cuántas veces he de decirte que no te subas al árbol,
Pablo?
No lo sé, mamá.
¿Por qué lo haces?
Porque así estoy más cerca del cielo.
Ten cuidado, hijo mío.
MUECA HERMOSA
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nsiste en que no es tan hermosa como él la ve.
Mis ojos no mienten repite el hombre.
La mujer arruga el entrecejo y reproduce una mueca.
¿Qué ven ahora tus ojos?
A la hermosura haciendo una mueca con el ceño
fruncido.
LA LUZ
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e ha quedado solo en la cabaña durante un tiempo, el
suficiente para escuchar el silencio y ahondar en sus
adentros. ¿Le dirá algo el silencio? ¿Verá algo nuevo en sus
entretelas? El silencio calla, el interior habla; el silencio
habla, el interior calla. Así, paulatinamente, el silencio ha ido
poblándose de sonidos que surgen de un interior luminoso. En
el silencio estaba la luz, su luz.
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LA LEGALIDAD DEL AMOR
No tengo trabajo ni perspectivas de tenerlo confesó
el inmigrante del otro lado del Mediterráneo a la
mujer peninsular que decía estar enamorada de él.
No me importa, Omar. Yo te quiero.
Dicen que soy ilegal, María.
Careces de unos documentos, nada más. Ya los tendrás.
Lo importante es el amor que siento por ti.
¿Hablas en serio, María?
Mírame a los ojos, Omar, para que escuches bien lo que
te voy a decir: eres el amor de mi vida.
Y Omar, sin papeles, sin trabajo, sintió que no se había
equivocado de destino: estaba en el paraíso.
EL SEGUNDO PRIMER BESO
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uando se dieron el segundo primer beso, se convencieron
de que el primero era peor que el segundo, o dicho con
más propiedad, menos sabroso que el segundo. Y entonces,
claro, continuaron con el tercero y el cuarto y
Hoy se besan
de vez en cuando y, en ocasiones, el primer beso resurge del
fondo sin fondo de sus caricias, y, arrebatados por la pasión
recuperada, vuelven a besarse como la segunda primera vez,
la mejor de todas.
LA RAZÓN MARAVILLOSA
Eres maravilloso. Por eso te amo.
Si tú supieras
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Si yo supiera, ¿qué?
Que soy maravilloso desde que me amas.
UN LASTRE LIGERO
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l bote se hundía por el excesivo peso; había que arrojar
lastre. El náufrago se quedó con unos paquetes de galletas
y unas botellas de agua, y lanzó por encima de la borda
casi todo lo demás: los zapatos, el cinturón, la mochila, los
cigarrillos, el mechero, el licor, los libros
Sólo se quedó con
una novela: Robinson Crusoe.
GRANDES
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ran pequeños y hermosos y fuertes también
cuando se
juntaron.
ESPEJOS
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l mirarse en el espejo, la vio a ella; mientras tanto, ella le
miraba a él al mirarse en otro espejo.
EL BESO PATRIOTA
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ablaba una lengua extraña y su piel era cobriza, pero sus
besos tenían el sabor de la patria, la de ella y la de él,
también la de todos.
140
EL OTRO DEL AUTOR
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l personaje iba desarrollándose a golpe de experiencias
en lo que podía considerarse una novela de formación.
Lo curioso es que cuando el autor concluyó la obra y se miró
casualmente en el espejo, no se reconoció. Era otro
mucho
mejor.
EL COLOR DE LA BRISA
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ntentaba una y otra vez, sin éxito, colorear la brisa del mar
Queriendo ser un pintor, se había convertido en un poeta.
UN BURRO DE LEYENDA
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l ver al burro, ese burro, el autor pagó por él mil euros,
una medalla de oro y un reloj de plata. Luego, inspirado
por el animal, escribió su mejor novela: El otro Platero y yo.
ELLA, POR FIN HALLADA
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uscaba el amor sin saber que ya lo había encontrado. El
día que cumplió los cincuenta años, tras cinco lustros
de búsqueda, por fin reparó en ello. Ese día, su razón se
enteró de las razones de su corazón. Estaba enamorado de
su condiscípula de colegio, quien también fue su amiga de
instituto y universidad y su vecina en los últimos treinta años.
Sólo necesitó que ella se alejase por la acera cogida de la
141
mano de otro hombre para darse cuenta de que había estado
buscando lo que nunca había perdido.
¡Lucía! exclamó desde el dintel de la puerta de su casa.
Y Lucía giró la cabeza y le sonrió al mismo tiempo que
soltaba la mano que la enlazaba.
ELLA, EN EL ESPEJO
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ada vez que ella se despedía de él, el hombre corría al espejo
a admirar la belleza que el amor había dejado en los
ojos que lo habían visto.
LOS OJOS DE ASÍS
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a joven lectora, que había alzado unos segundos los ojos
para masticar el párrafo que acababa de leer, creyó sufrir
una alucinación. El hombre que había entrado en el vagón
del tren era idéntico al que se había forjado en su imaginación
mientras leía el último relato del libro de narrativa que sostenía
entre sus manos. Lo observó fijamente: mediana edad, cabello
castaño ondulado, manos de pianista, mirada nostálgica
Acuciada por la curiosidad, se dirigió al asiento que estaba
libre junto al personaje.
Discúlpeme, señor, le voy a hacer una pregunta que probablemente
le sorprenderá, pero le aseguro que no es mi intención
tomarle el pelo.
Entonces, no me lo tomarás. Pregunta lo que quieras.
Ojalá pueda responderte.
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¿Es usted Asís, el protagonista del relato Los ojos de
Asís?
Ese soy yo dijo el hombre inclinando levemente la ca
beza.
Mi nombre es María
¿Qué hace usted en la vida real?
¿Vida real? Estoy donde siempre he estado, María. Eres
tú quien está en mi relato.
Entonces, punto final.
LLUVIA DE PALABRAS
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n cuanto la mujer del tercero se asomó a la ventana, le
cayó encima una lluvia de palabras. El vecino del cuarto,
poeta, había sacudido la alfombra.
ESPECTÁCULO FELINO
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uando llegaba la noche, el gato se agazapaba en un rincón
de la cuna para observar lo que concebía como el mejor
espectáculo del mundo: el discurrir silencioso del bebé por entre
las nubes algodonosas del sueño.
DEMASIADO
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os dos hijos del banquero, aún niños, tenían una habitación
tan grande y con tantos juguetes, que cuando jugaban
al escondite, jamás se encontraban.
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LAS DUDAS DEL ESCRITOR
Este libro es el mejor que ha escrito sentenció el
crítico literario.
¿Qué quiere decir? ¿Que los anteriores no eran buenos?
preguntó el escritor engreído.
ALUCINADO
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oñó con una mina rebosante de abundantes tesoros.
Cuando despertó y abrió los ojos a la realidad, sólo vio
cosas vulgares, así que se imaginó que su casa era una mina.
Ahora lo llaman el Alucinado. Pero tiene una mina llena
de tesoros.
AL GALOPE
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l niño de piel tostada con quien nadie quiere jugar se
monta en el caballo verde del tiovivo, aferra las riendas y
apremia al cuadrúpedo a que galope más rápido. El paraíso de
su tierra natal les espera.
UN TELÉFONO PARA EL DIFUNTO
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ntes de que el difunto fuese enterrado, la mujer introdujo
en el bolsillo del hombre un papelito con su número de
teléfono. Por la mañana temprano, una melodía despertó a la
mujer. Sonaba el teléfono.
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ANTES DE LA PSICOLOGÍA
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l niño, invocando al sueño, sintió lo que años más tarde
reformularía con estas palabras: No valía lo suficiente
para persuadir a mi madre de que pasara más tiempo conmigo.
Dicen que con ese niño nació lo que la Psicología, siglos
más tarde, retrospectivamente llamaría Autoestima.
VIDA EN RENGLONES
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erca del final, se compró un libro blanco para anotar todo
lo que recordase de la que había vivido. Los garabatos
sólo llenaron una página. ¿Tan poco he vivido?, se preguntó
apesadumbrada.
No encontró respuesta hasta días más tarde, cuando
alguien, cuya voz le recordó a su madre en un momento
y a su padre en otro le dijo: En la página escrita del libro
blanco resaltan los recuerdos más hermosos; los otros, los
que confieren ejemplaridad a éstos están hechos de sudor y
esfuerzo.
EL PRIMER SUEÑO
¿Por qué no abrirá los ojos mi padre? ¿Seguirá arras
trando sueño después de dos días seguidos durmiendo?
No se despierta hoy tampoco
¿Existirá entonces el
sueño eterno?. Dicen que estos fueron los pensamientos del
primer hombre que vio a un congénere muerto.
145
CONCIENCIA DEL DOLOR
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laboró su dolor y lo convirtió en un pensamiento enunciado
y, entonces, tuvo conciencia del dolor. Y se rebeló,
para que otros no sintieran un dolor tan fuerte como el suyo:
el dolor de la injusticia permanente.
UN HUÉRFANO ESPECIAL
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uando, a base esfuerzo y coraje, se hizo famoso, conoció
a los que decían que eran sangre de su sangre, o sea: al
padre biológico, a los tíos, a los primos
A la madre, no; a la
madre la conoció cuando él nació y ella murió.
AMANECER NOCTURNO
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o temía la noche oscura. Hacía unas horas, había contemplado
la aurora, y llevaba el amanecer consigo.
EL CHÓFER DE BALTASAR
E
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l camello se desplomó a un kilómetro de su destino; había
cumplido su ancestral deseo: morir con la joroba puesta.
Baltasar, tras abrazar al animal, se transformó en un autoestopista;
pronto sería medianoche, y debía visitar infinitos hogares.
¿Le dejo en algún sitio? le preguntó un conductor.
En todos.
146
Suba.
Llevo prisa, así que vaya despacio pidió al automovilista.
¿Bromea?
Lo importante es llegar.
¿Aunque sea tarde?
Conduzca, que de la hora me encargo yo.
No entiendo nada.
A los Reyes Magos no hay que entenderlos, hay que
creer en ellos.
Y el chófer redujo la marcha.
UN SUPERVIVIENTE
Ú
Ú
ltimamente, nadie lo contemplaba, ni siquiera le dirigían
una mirada fugaz; no obstante, se sentía orgulloso de ser
quien era: un superviviente de innumerables purgas. Cada vez
que entraba un nuevo inquilino en la casa, otro salía; y él llevaba
más de veinte años viviendo bajo el mismo techo. ¿Se decidiría
alguien a cogerlo entre sus manos para volver a sentir la
inefable sensación de sentirse útil? Alguien que le concediera
la oportunidad de lucir sus galas, las que engalanan el interior,
no exclusivamente la fachada. Alguien, un lector.
LA CULTURA
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scuchando la canción del verano, recordó una frase atribuida
a Sócrates. Entonces, supo que la cultura que le habían
enseñado, él la había hecho suya.
147
LOS MÉRITOS DEL JUEGO
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ra el más enclenque y el más bajito y el más pobre, y, sin
embargo, cada tarde, en la Campa de los Ingleses, se convertía
en el más poderoso. El enclenque y el bajito y el pobre
era un genio jugando al fútbol.
EL EXCESO DE VELOCIDAD DE PAPÁ NOEL
P
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apá Noel, en su trineo motorizado, tomó la curva a excesiva
velocidad y arrolló a un motociclista, quien quedó
tendido en la calzada.
El personaje mitológico se vio inmerso en un dilema moral
de proporciones colosales, algo a lo que jamás se había
enfrentado. Él se dedicaba a repartir alegría, no pena. ¿Qué
hacer? Pronto sería medianoche, y si atendía al herido, no podría
hacer su prodigioso trabajo.
El motociclista gimió.
A freír gárgaras la Navidad. Papá Noel, haciendo uso
de sus excelsos poderes, se quitó la pelliza roja y se puso la
bata de médico.
MUERTOS MUY MUERTOS
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E
n el más allá, hay muertos que siempre están muertos. Son
los olvidados. Nadie los recuerda en el más acá.
148
EL INMIGRANTE DEL CIELO
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l agente, con voz entrecortada, se cuadró ante el oficial.
Señor, uno de los sujetos, que acaba de saltar la valla,
dice que no podemos devolverlo a su país.
¿No? ¿Por qué?
Porque asegura que es Jesucristo.
El andoba tiene razón. No podemos devolverlo tal cual.
Dadle antes una buena soba.
¿Y si en realidad
?
El oficial fulminó al subordinado con una mirada
incendiaria.
¿Decía algo, agente?
¿Cuánto de soba?
Con un par de hostias tendrá suficiente.
EL CAZADOR Y EL CIERVO
D
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e regreso a casa al término de una frustrante jornada
de caza, al final del sendero del bosque, entre unos
matorrales, el cazador se encontró con un ciervo que lo
miraba fijamente a los ojos. El hombre retrocedió con sigilo
unos metros, desenfundó la escopeta que llevaba colgada
del hombro y, al apuntar al animal, vio lo que nunca había
visto, no en un bosque, no en un rumiante. Se vio a sí mismo
escrutando a un bípedo que le apuntaba con un arma de fuego.
Entonces, enfundó la escopeta, giró sobre sus patas y se alejó a
saltos por entre los matorrales.
149
EL ESPEJO DEL ARTE
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eyendo la poesía de su mejor amiga, al arquitecto se le
ocurrió de repente el boceto de un palacio. Fue su mejor
obra. Años después, inspirada en la belleza del palacio que
había construido su mejor amigo, la poeta escribió su mejor
poema.
MIRADAS
S
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e miraban desde lo más profundo del alma, así él y ella
se veían en todo su esplendor, pese a su ceguera o quizá
precisamente a causa de ella.
LOS OTROS
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atricia estaba deseando que oscureciese para huir de los
gritos, la violencia, el miedo
Al otro lado, los otros
siempre la aguardaban. ¿Por qué? ¿Cómo lo hacían? Los
otros se limitaban a decirle que el secreto estaba en los ojos de
Patricia. Bastaba con que ella alzase los párpados de golpe,
para que ellos desaparecieran. En efecto, el secreto parecía
estar en ella. Los otros, las criaturas del sueño, a veces con
rabo y tridente, no podían revelarle que la preparaban para
su aterrizaje en el otro planeta, el de la adultez, el de la
venganza.
150
TRIGO EN LA SOMBRA
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n hombre corpulento y de rostro avinagrado sube al
tren de cercanías y se sienta frente a la mujer que lleva
a su hijo pequeño en brazos. En el momento en que el tren
pasa por un túnel, el hombre mira distraídamente hacia el
cristal y ve reflejados en él su rostro, sombrío, y el del crío,
sonriente. El hombre gira el cuello lentamente hacia el niño, y
sus ojos lánguidos se encuentran con unos inocentes ojos en
los que palpita la expectación. El hombre vuelve a mirar por
la ventanilla. El tren circula por entre campos de trigo. Un
espectáculo maravilloso hasta para un rostro sombrío.
EL VALOR
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laudia regresó cabizbaja del colegio, como si hubiese
sufrido, con varios años de antelación, su primera
decepción amorosa.
¿Qué te ocurre, hija? le preguntó, solícita, su madre.
En el colegio dicen que no valgo nada.
Qué disparate. Vales muchísimo le dijo la madre
posando las manos en los hombros de la niña y mirándola
fijamente a los ojos.
Eso lo dices porque eres mi madre.
En efecto, lo digo porque soy tu madre: la persona que
mejor te conoce de todo el mundo.
151
MIS MEJORES CUENTOS
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a hija adolescente le hizo a su padre cincuentón, escritor
vocacional, el regalo que éste, decenios después, en el
corazón de la vejez, consideraría el mejor que le habían hecho
en su vida. La joven le entregó a su progenitor un libro de
pastas duras titulado Mis mejores cuentos. Cuando el
hombre lo abrió, ante su sorpresa, comprobó que el tomo
estaba formado por doscientas hojas en blanco. En los años
siguientes, a base de observación, imaginación y trabajo, el
libro se convirtió en lo que hoy es.
Mis mejores cuentos me dijo el viejo muy viejo
tendiéndome el libro.
UN CORAZÓN POR CEREBRO
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ecían sus tres hijos, al unísono, que el cerebro de Madre
tenía forma de corazón y, para demostrar el fundamento
de esta ilustrísima metáfora, desgranaban algunas de las
hazañas amorosas que había protagonizado la gran mujer, a
cual más admirable, tal era el nutrido legado de recuerdos que
había dejado Madre en la memoria de sus vástagos.
Así fue como, sin llegar a conocerla, empecé a admirar
a la mujer del cerebro encorazonado, y la admiré tanto que,
decenios después, cada vez que escucho la palabra abuela, el
cerebro mío empieza a palpitar.
152
EL MOMENTO DE UNA PAREJA
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l psicoterapeuta les pidió que rememoraran el mejor
momento de su vida matrimonial.
Con el semblante convertido en un jardín de primavera,
ella recordó una tarde de junio en Sevilla, en la Torre del Oro,
contemplando el río Guadalquivir mientras una agradable
brisa le acariciaba la piel.
Él se limitó a carraspear. Se había dado cuenta de que
no había nada que hacer para salvar el matrimonio. El mejor
momento de la mujer, el hombre lo recordaba como un día
atroz. Jamás había pasado tanto calor en su vida.
PASOS EN LA MEMORIA
N
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otaba ruidos en su cabeza desde hacía tiempo, como los
pasos amortiguados de unos pies desnudos que caminan
de puntillas para no despertar al durmiente.
Consultó a tres neurólogos y a otros tantos psiquiatras,
pero ninguno de ellos le dio una respuesta tan convincente
como la que ayer le ofreció el jardinero de su urbanización.
Esos sonidos no son parecidos a los que producen unos
pies desnudos. Son precisamente los ruidos de unos pies.
¿Bromea?
Sé de lo que le hablo. Son los pies de los congéneres
que han compartido con usted algunos recuerdos dignos de
ser recordados. Usted fue el coprotagonista de todos ellos, por
eso lo buscan en su memoria.
153
DOS HOMBRES DIVORCIADOS
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unque los dos estaban divorciados y habían sido
abandonados por sus respectivas mujeres y tenían
menos de cuarenta años, eran diferentes en casi todo,
también en la manera de afrontar el divorcio. El primero,
profesor universitario, estaba sumido en la depresión; el otro,
campesino, aunque se acordaba a menudo de su cónyuge,
afrontaba cada amanecer con una enorme ilusión; aquél era
erudito, éste era sabio.
HAMBRIENTO
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ólo le quedaban en el armario de casa una lata de comida
para perros, y el hambre le roía el estómago. Abrió la lata
y se comió todo su contenido. Después, se sintió fatal, no a
causa del contenido de la lata, sino porque no tenía nada que
darle a su perro.
EL NIÑO DEL DESARME
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l Palacio Multiusos de Metrópoli acogía la Conferencia
Internacional sobre el Desarme. A los pocos minutos de
comenzar el evento, un niño de unos ocho años llegó hasta
la puerta del edificio, la cual estaba custodiada por varios
soldados fuertemente armados.
Tenga, señor envuelto en un pañuelo de seda, el
chiquillo tendió un objeto a uno de los guardias.
Era un juguete bélico.
154
¿Y esto para qué?
Es el último cañón que me queda.
LUZ EN LAS SOMBRAS
S
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e había ido la luz de la vivienda a causa de una avería. La
joven universitaria, en medio de la oscuridad reinante,
abrió los ojos hacia el único sitio donde podía ver algo: su
propio interior. Increíblemente, en las siguientes horas, vio lo
que nunca antes había visto, las luces y las sombras de su vida.
Antes de que se restableciese el fluido eléctrico, tuvo tiempo
de prometerse a sí misma que, a partir del día siguiente a la
avería, en sus sombras también habría luz.
LOS BESOS DE JUAN
J
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acinta, la vecina escritora, en una de las pocas veces en
que llamó a la puerta de Juan, un hombre famoso en la
comunidad por su contumaz laconismo, le dijo que hay
silencios muy elocuentes y que algunos, los mejores, incluso
besan. Unas palabras a las que Juan apenas prestó atención.
Otra metáfora almibarada de la buena de Jacinta, se dijo
para sus adentros. Pero una mañana, meses después, en una
biblioteca pública, se percató retrospectivamente de que
las palabras de Jacinta no articulaban una metáfora más o
menos lúcida, proclamaban una de las grandes verdades de la
vida. En una antología de narrativa, Juan leyó el cuento El
beso, de Anton Chejov, y, nada más terminarlo, notó que su
corazón se esponjaba ebrio de dicha; el silencio elocuente de
155
Chejov, había penetrado en sus entretelas. Desde ese día, Juan
se convirtió en un prójimo afectuoso que repartía besos aquí y
allá, a éste, a ése y aquél
Besos de palabra.
LO QUE SABÍA EL PERRO
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uando él le dijo a ella que la abandonaba, el perro de la
pareja le propinó un mordisco en la pierna.
El chucho, para ti. No lo quiero vociferó el hombre
antes de hacer las maletas.
Ha pasado un año desde entonces, y no hay día en que
el hombre no contemple con ternura la pequeña cicatriz que
le dejó el mordisco del perro; le recuerda que a menudo los
perros saben más que los humanos sobre el amor. Pero hay
hombres que aprenden lo suficiente de los recuerdos de una
cicatriz para volver a casa y pedir perdón con humildad y
deseos de enmienda
Y algunos son perdonados entre besos
y ladridos.
EL HORIZONTE DE LA FELICIDAD
C
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ada atardecer, el niño, de siete años, se dirige a las afueras
del pueblo; allí, recostado contra la fachada de la última
casa del municipio, aguarda pacientemente con la vista fija
en el fondo del horizonte. No tiene que esperar demasiado.
Pronto, en un recodo de la vereda, aparecen varias personas
que acaban de terminar su jornada laboral en el campo, entre
ellas, una de rasgos inconfundibles.
¡Hijo!
156
¡Mamá! grita, eufórico, el niño mientras corre a
arrojarse en los brazos de la felicidad.
LA ALEGRÍA CELESTE
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ada vez que le invade la melancolía, cierra los párpados
y, con los otros ojos, contempla la luminosidad del cielo
mediterráneo que resplandece en su alma. En la belleza celeste
siempre encuentra la alegría para reanudar el camino que le
conduce al mundo que palpita bajo otros párpados, en los
ojos del ser amado.
UN PADRE Y UN HIJO
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I
ntuía que sería la última vez que vería a su padre con vida, y
supo lo que debía hacer, alguien dentro de él lo guio.
Te quiero, papá. Eres y serás un espejo para mí.
Diez palabras, sólo diez, para conferir sentido a noventa
años de vida. El viejo, parco en palabras, con los ojos
humedecidos, posó una mano en el hombro de su primogénito,
y, luego de tragar saliva tres veces, dijo:
Tú eres lo que siempre quise ser.
Y el hijo supo entonces lo que tendría que hacer para ser
como debía ser.
EL VIAJE ETERNO
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n un descuido de los guardias, la mujer subió al vagón.
No podía dejarlos solos. Eran sus niños. La enfermera los
acompañó hasta el final del camino, que fue el suyo también. Han
157
pasado más de setenta años desde entonces, y la estación en la que
la enfermera cristiana subió al vagón que trasladaba a los niños
judíos al matadero lleva un nombre bellísimo: Esperanza Flores,
el nombre de la enfermera. En el recuerdo de sus compatriotas,
Esperanza ha cumplido ya los cien años. Su viaje fue eterno.
EL PRIMER Y ÚLTIMO BESO
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l avión pierde altura, por los altavoces se pide a los pasajeros
que se pongan los chalecos salvavidas, una azafata
corre por el pasillo, al fondo se oyen gritos de pánico
El hombre solitario, físicamente no muy agraciado, quien
durante las dos horas previas se ha sincerado con la mujer
bella del asiento contiguo, mira a ésta con ojos resignados,
como diciéndole: Hasta aquí hemos llegado. El hombre
poco tiene que perder, abajo nadie lo echará de menos, nadie
lo ama; la mujer, en cambio, es madre de tres hijos, tiene dos
hermanas a las que adora, y sobrinos y cuñados y amigos
Sus ojos, desorbitados, reflejan el espanto que le produce la
inminencia de la muerte. El aparato sigue perdiendo altura.
A usted la llorarán sus seres queridos susurra el
hombre. Nadie derramará una lágrima por mí. Vivo en
soledad forzosa
Le voy a revelar un secreto: a mis cincuenta
años, nadie me ha besado en los labios. Jamás.
Alguien, sí.
La mujer, cuya principal cualidad es la generosidad, gira
el cuello, inclina el tronco y besa largamente en los labios al
hombre solitario. Va a morir como ha vivido: repartiendo
generosidad a diestro y siniestro.
Segundos después, antes de que el avión se estrelle contra
158
la montaña, la mujer es iluminada por el resplandor que
irradia el hombre solitario, quien, en los últimos momentos
de su vida, ha conocido la dicha. Por fin una mujer lo ha
besado.
EL SONIDO DEL ALMA
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l posar la mano en su pecho, sintió el sonido del alma.
En una especie de lenguaje morse, le hablaba espaciando
las sílabas y con una voz clara y pausada. ¡El corazón tiene
alma!, exclamó, eufórico, el viejo. Mi corazón, sí, agregó
mientras se ponía a silbar la canción que le cantaba a menudo
su madre. Era una nana.
LA COSTA DEL MONTE
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uenta la leyenda que, de su viaje a la costa, el hombre de
las montañas regresó con el mar dentro de sus adentros.
Desde entonces dicen que cuando él, en la cima del monte, se
baña imaginariamente en el mar, las montañas, convertidas en
arena, son arrojadas por las olas a la orilla de la playa.
LAS RAÍCES DE JACOBO
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l viejo muy viejo, con un libro bajo el brazo, titubea delante
del vagón del tren de cercanías. La plataforma va atestada
de viajeros. Una joven, de mirada limpia, al percatarse de los
apuros del anciano, le tiende la mano desde el interior del
convoy: La ternura hoy también ha cogido el tren. Vamos
159
con ella, lee el hombre en los ojos de la muchacha un segundo
antes de resolver sus dudas.
¿Tenía miedo de subir? le pregunta la muchacha.
Sí, los asientos están ocupados, y de pie lo paso fatal.
Agárrese a mi mano. Así. ¿Siempre lleva usted un libro
consigo?
Este libro, sí el viejo muy viejo señala con la barbilla
el volumen que sostiene en la mano derecha.
¿Es valioso para usted?
El más valioso. Se titula Raíces profundas; son mis
memorias, mi único libro, el último ejemplar que me queda.
Recoge el testimonio de mis ochenta y ocho años de vida, lo
más importante de lo que he aprendido y desaprendido, mis
alegrías y tristezas, mis amores y desamores, mis éxitos y
fracasos
Ya ve, soy un viejo vanidoso que está convencido
de que, si no dejas tras de ti una estela de palabras, el mundo
se perderá algo grande. Enviudé hace cinco años, tres meses y
dos días, y, aunque Maite y yo lo intentamos con entusiasmo,
no pudimos tener hijos.
¿Dónde puedo comprarlo? inquiere la muchacha
señalando el libro.
Está descatalogado. Toma, es tuyo.
Pero es su último ejemplar.
Por eso mismo. A mí me queda muy poco, los últimos
coletazos. Esta noche, en el sueño, escuché la voz de mi mujer.
Antes de su marcha, me prometió que se las arreglaría para
avisarme con al menos unas horas de margen, y, como siempre,
ha cumplido su palabra.
¿De qué le avisaría?
De que la Dama Negra ha partido en mi busca. Llegará
esta madrugada.
160
La Dama Negra
¿La Muerte?
Sí. Mucho gusto, señorita. Me llamo
Jacobo Salazar completa la joven observando la
portada del libro. Raíces profundas. Qué título más hermoso.
Comenzaré su lectura hoy mismo. Por lo tanto, dentro de un
ratito, Jacobo pasará a formar parte de mí, para siempre. Mi
nombre es Clara Flores.
¿Clara?
Así me llamo
y me llaman.
Qué maravillosa coincidencia. Ese es el nombre que
íbamos a poner Maite, mi mujer, y yo a la criatura que
concebimos. Por desgracia, Clara no llegó a nacer. El círculo
se ha cerrado. Me bajo en esta estación.
Y el viejo muy viejo, con las manos desnudas, se apea en
la estación de Los Cipreses, no muy lejos del cementerio. En el
vagón, su vida se ha quedado con Clara Flores.
PLUMA OCIOSA
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ra tan gandul, que sólo escribía cuando las musas lo
visitaban. De ahí que no escribiera nunca.
DULZURA EN LA BOCA
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ndulzaba sus palabras antes de pronunciarlas. Sabía por
experiencia que algunas de ellas debería tragárselas.
161
OTRO TREN
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L
a mujer trata de conciliar el sueño en un banco de la
estación de ferrocarril; pero le resulta imposible. Hay
demasiado ruido a su alrededor y, además, en su cabeza alguien
llora amargamente. Alguien, ¿quién? La infancia, la juventud,
la adultez, la vejez que se avecina, la vida que ya se fue
La mujer por fin consigue dormirse en un banco de la
estación en cuya vía principal acaba de detenerse un tren, otro
tren.
TRAS LOS PÁRPADOS
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e habían ido demasiado lejos, pero casi todos ellos regresaban
por las noches, en sueños, y así el pasado se hacía presente
en las tinieblas, tras los párpados, cuando los difuntos le
mostraban con sus fulgurantes apariciones que el mañana era
hoy, era ayer, era siempre.
LA ABUELA NO SE CANSA
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l marido estaba cansado, y el hijo y la hija también, y el
nieto y la nieta; pero la abuela, no. Alguien tenía que faenar
mientras los demás ganduleaban. Si no, ¿quién movería la bola
del mundo?
162
LA FORTALEZA DEL RECUERDO
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o tenía ganas de ser feliz. Ese día, no, su mejor amigo había
muerto en un accidente. La felicidad volvería más tarde,
quizá con el recuerdo del amigo. Y el joven comprendió que
la felicidad del recuerdo es más poderosa que la muerte. Es la
eternidad.
ALEGRÍAS EN EL CEMENTERIO
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S
in nada mejor que hacer, la anciana María, cada mañana,
compra diez alegrías en la floristería de su barrio, se
encamina al cementerio de Metrópoli; allí, sin prisas, con
mucha calma, deposita las diez flores en otras tantas tumbas,
las más tristes de todas, las que hace mucho tiempo que
nadie visita. Al mediodía, la mujer regresa a casa caminando
despacio, muy despacio. Quien se cruza con ella, corrobora la
verdad que proclama el aserto que pronto será leyenda: en las
pupilas engrandecidas de María parecen bailar una veintena
de ojos.
AL DOBLAR LA ESQUINA
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reía que había visto todos los rincones de la ciudad, pero
una mañana, al doblar una esquina, se percató de que no
había visto nada. Todo se encontraba al doblar la esquina.
Unos ojos violetas: un mundo por descubrir.
163
EL CAMINO A DIEGO
El tiempo no pasa en balde, se dijo Paula, contemplán
dose en el espejo del tocador, mientras trataba de disimular
con una capa de maquillaje las ojeras, cada día más
pronunciadas, que se extendían por debajo de sus párpados.
¿Dónde estará Diego ahora? ¿Se habrá olvidado de mí?.
Cinco años sin él. Cómo pudo ser tan estúpida. Era el hombre
de su vida
¿Y si
? Paula se afanó en el maquillaje, escogió
el vestido rojo que no había vuelto a ponerse en el último
lustro, se calzó unos zapatos negros, los que más tacón tenían,
se embutió en un chaquetón a juego y, colgándose del antebrazo
el bolso que él le regaló en su trigésimo cumpleaños,
salió a la calle sin saber qué camino tomar, aunque conocía su
destino. Los treinta y cinco primeros años de su vida habían
sido poca cosa, pero los próximos podrían convertirse en todo
si él aún la estuviera esperando. Paula cogió un taxi.
¿A dónde vamos, señora? preguntó el taxista.
Paula se palpó el corazón. Latía muy fuerte.
Recto, hasta el final de la calle.
Y, luego, ¿qué dirección?
Se lo diré después.
¿Es que no sabe a dónde va?
Claro que lo sé. Voy hasta Diego.
Entonces, es a la izquierda.
164
EL ESCONDITE
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H
uyendo de los largos tentáculos de la crisis, se adentró
en una novela; y la crisis, de perseguidora pasó a ser
perseguida.
EL TOBOGÁN
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S
egundos después de que la enfermera apagara la luz y cerrase
la puerta de la habitación, el agonizante, en el silencio
de la noche más larga de toda su existencia, se vislumbró
haciendo cola en la línea de salida de este mundo, acaso en
la de entrada. Aunque estaba irreconocible, sabía con certeza
que esa criatura era él. ¿Llegaremos a la vida por el mismo
camino que nos marchamos, o acaso nos marcharemos por el
mismo camino que hemos venido?, se preguntó el moribundo,
en el epicentro del delirio.
Con el tiempo cronológico derogado, horas o instantes
después, en otra dimensión temporal, la fuerza de los hechos
respondió a su alucinada pregunta. Notó que una energía
arrolladora, la de la naturaleza, lo proyectaba hacia delante,
por una especie de tobogán que desembocaba en una rendija a
través de la cual se distinguía un haz de luz.
Así, mujer, así
Lo estás haciendo muy bien. Empuja
un poquito más, más, más
. Enhorabuena. ¡Es un niño!
165
EL REGALO DE LA DESPEDIDA
C
C
uando iba a despedirse de él para siempre, convencida de
que con el tiempo se había convertido en un egoísta incorregible,
el hombre le hizo un regalo intangible que hizo dudar a
la mujer, un regalo elaborado con palabras, quizá el regalo más
valioso de todos:
Gracias por demostrarme que también puedo ser amado.
La mujer, flanqueada por dos maletas, en el vestíbulo de
la casa, con la puerta entreabierta a su espalda, le miró largamente
entretanto trataba de sofocar, sin conseguirlo, las lágrimas
que humedecían sus ojos.
¿No te vas? preguntó el hombre, quien en unas horas
había envejecido varios años, al cabo de un larguísimo minuto
en el que cupieron los episodios más memorables de los quince
años de vida en común de la pareja.
Lo estoy pensando.
¿Puedo cerrar la puerta de la calle? Hay mucha corriente.
La mujer pronunció unas palabras entre susurros, inaudibles
para el hombre, luego cogió la maleta y se adentró en el pasillo.
¿Has dicho algo? preguntó él, con el rostro súbitamente
rejuvenecido.
Sí, todo, lo he dicho todo respondió ella.
LÁGRIMAS POR UN ABRAZO
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C
uando él la abrazó por primera vez, ella se echó a llorar.
¿Por qué lloras, Rosa? preguntó él deshaciendo el
abrazo.
Abrázame, tonto.
166
TODO O NADA
L
L
os labios del hombre por fin se decidieron a emprender
el viaje decisivo. El presente y el futuro, todo o nada. Y
los labios de la mujer, los otros labios, se entreabrieron para
acoger el beso decisivo, porque no se trataba de un beso cualquiera;
era el beso más hermoso de todos los tiempos: el beso
del amor.
DIRECCIÓN CONTRARIA
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uando cruzó la meta, desanduvo todo el camino que le
había llevado a ella, con los ojos bien abiertos, mirando
a uno y otro lado. Cuánta belleza se había perdido por mirar
sólo al fondo, a la línea de llegada.
UNAS PALABRAS IMPERIALES
Ha sido un honor tenerte como hijo. Vales mucho. Esas
fueron las últimas palabras que le dedicó la madre,
muerta en la flor de la vida, a su hijo púber. Eran pobres y
no pudo dejarle al chico nada más que la casucha en la que
vivían. Pero esas últimas palabras que le regaló a su vástago
fueron suficientes. Con ellas, el hijo construyó su imperio.
VERBOS TRANSITIVOS
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l joven se sentó al lado de la anciana desconocida; ésta lo
miró unos segundos, como calibrando la calidad humana
167
del muchacho que tenía delante, luego empezó a hablar. Por
fin alguien la escuchaba.
El joven, mientras tanto, según el verbo de la anciana se
hacía un hueco en la Plaza Mayor de su memoria, corroboraba
la sabiduría de las palabras que le dedicó su abuela poco
antes de morir: Dar es recibir, recibir es dar.
EL NACIMIENTO
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olía pensar lo contrario de lo que decía y decía lo contrario
de lo que pensaba. No acertaba a comprender por qué.
Lo que no admitía duda es que a menudo no se reconocía en
el espejo. Puestas así las cosas, una tarde de primavera, cogió
un bolígrafo y un papel y se puso a escribir. Ahí comenzó la
leyenda que lo condujo al corazón de sí mismo, a lo mejor y lo
peor. Desde entonces, escribe a diario.
EL FARO DE LA MEMORIA
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L
o besó con profunda ternura, y el viejo, desde un abismo
insondable, la miró con intensidad, como si recuperara
súbitamente la lucidez. Al cabo de unos segundos, cogió con
suavidad la cara de la mujer entre sus manos trémulas, y la
besó dulcemente en los labios, como la primera vez, hacía casi
cincuenta años, cuando, en el mismo escenario, frente al mar
Mediterráneo, acunado por el rumor de las olas, el joven farero
sintió que unos ojos lo escudriñaban, los ojos más bellos que
jamás había visto, los ojos que se recreaban en el corazón de
su alma. Instantes después, la mente del viejo volvió a perderse
168
por los laberintos del alzheimer. Mañana, la anciana lo traería
de nuevo al lugar predilecto del hombre, el faro de entonces, y
volvería a iluminar los recuerdos de él con el beso de siempre,
el de todos los tiempos.
EL ARTE DEL NIÑO
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l niño corría por el museo mientras las figuras de los cuadros
lo seguían con los ojos. Por fin, ellas podían admirar
el arte de la vida.
EN EL PUNTO DE PENALTI
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uando falló el penalti, giró sobre sus pasos y se alejó cabizbajo
del área grande; pero, antes de llegar al centro del
campo, se detuvo un momento y volvió sobre sus pasos. Se le
había olvidado algo. Se acercó al punto donde había lanzado
la pena máxima, se agachó y recogió algo intangible del suelo:
la experiencia.
UN CUENTO FRESCO
L
L
a región sufría una persistente ola de calor, y, en la capital,
la temperatura superaba con creces los cuarenta grados. El
viejo Juan, escritor vocacional desde su adolescencia, carecía de
aire acondicionado en su apartamento diminuto, y sólo poseía un
viejo ventilador que funcionaba a ráfagas. Sudaba copiosamente
desde la mañana temprano, y, en su tercera ducha del día, se
169
le ocurrió una idea para aliviar el bochorno. Cuando salió del
cuarto de baño, se sentó delante de la mesa de su escritorio,
abrió el cuaderno, empuñó el bolígrafo y empezó a escribir una
historia protagonizada por un viejo escritor que se encontraba
con Rosario, una amiga de su juventud, en la heladería de un
pequeño pueblo situado a orillas del Mediterráneo. En la calle,
el sol achicharraba el asfalto.
¿Qué les pongo? preguntó la heladera.
Un limón helado.
A mí, una horchata de chufa dijo el viejo escritor.
Cuánto tiempo sin vernos.
¿Veinticinco años? tanteó Juan.
Más o menos dijo Rosario. He vivido varios lustros
en el extranjero.
Yo, sin embargo, no me he movido de aquí.
¿A qué te dedicas ahora, Juan?
A escribir principalmente, me jubilé hace ya diez años.
¿Y qué escribes?
A ti y a mí, en una heladería, combatiendo el calor
agobiante.
Tras reencontrarnos agregó Rosario.
Entre las letras, delante de un limón helado y una
horchata de chufa.
Un cuento fresco
y hermoso.
UN MAESTRO
E
E
ra un maestro admirable. Tras desplegar sus enseñanzas
en el aula, se ocultaba entre bastidores para que el alumno
ocupara todo el escenario.
170
UN POETA
Q
Q
uiso expresar el silencio con palabras, y se quedó en los
puntos suspensivos
OLOR ETERNO
L
L
a anciana, enferma terminal, pidió que perfumaran de
incienso la habitación del hospital en la que se consumía.
¿Por qué de incienso, madre? le preguntó la hija.
Porque es el olor de la eternidad dijo la moribunda
con un hilo de voz
EL DICCIONARIO OBEDIENTE
E
E
l escritor vocacional, como cada mañana, se sentó en el
banco del parque de Los Atardeceres, extrajo un cuaderno
y un diccionario de la mochila y se puso a escribir.
Se marchó una hora más tarde con varios microcuentos
en el zurrón. Cuando se había alejado unos cincuenta metros,
un niño reclamó su atención: Escritor, escritor. El aludido
giró el cuello en dirección a la voz. Se ha dejado usted el
diccionario, le dijo el pequeño. El hombre esbozó una sonrisa
de agradecimiento antes de emitir un silbido. El diccionario,
ante la llamada de la vocación, de un impresionante salto,
cayó en la mochila del escritor.
171
LA COMPAÑÍA
R
R
odeada de goteros, bombonas de oxígeno y seres de bata
blanca, la moribunda creía estar a merced del dolor
y la misericordia. Se equivocaba. También su memoria la
acompañaba, o sea, su vida entera.
VIEJOS TIEMPOS
A
A
l sentir los primeros síntomas de la depresión, abrió
el ropero, se enfundó el disfraz de payaso y corrió al
Hospital de los Desahuciados. Quería rememorar los viejos
tiempos, aquellos en los que le pagaban por hacer reír a la
gente.
EL SILENCIO DE LOS JUEVES
L
L
os jueves, a las siete de la tarde, todos los vecinos del
inmueble apagan sus chismes electrónicos, incluidos los
televisores, y aguzan el oído durante los siguientes cuarenta y
cinco minutos. El inquilino del piso tercero, el pianista, ensaya
el recital que ofrecerá el domingo en el Teatro de los Sueños.
Dicen que, al otro lado, en los edificios fantasmagóricos
que habitan los duendes, también se hace el silencio.
EL PODER
L
L
a elección de aquel imbécil como presidente del país del
que se cuenta que fue la cuna de la democracia, demostró
172
por enésima vez la sabiduría que encierra el famoso retruécano
del Doctor Pandemio, al que los hechos posteriores han
elevado casi a un dogma de fe: El poder es la propaganda, la
propaganda es el poder.
CORAZÓN ETERNO
E
E
n cuanto el coche invadió súbitamente la acera, el joven
supo que el atropello sería mortal de necesidad; pero tuvo
tiempo de ponerse de perfil y, así, preservar del impacto el
costado izquierdo. Su corazón era lo mejor que tenía, bueno
es que sobreviviese al accidente para conferir ulteriormente
vida plena a un pecho moribundo.
Una sirena silenció las interjecciones y los gritos
desgarrados de algunos transeúntes.
El joven donante murió con los ojos fijos en los ojos que le
miraban, los ojos en los que distinguió el corazón del prójimo,
el que acogería su recuerdo eterno.
TIERRA DE NADIE
C
C
elebraron su boda a un kilómetro de sus respectivos
países, en una tierra de nadie. Allí decidieron fundar su
nueva patria.
UNA PAUSA
C
C
ierra los ojos, se vislumbra abriendo la puerta de su casa,
recorriendo el pasillo, el salón, la cocina, el patio
¡El
patio! Ahí están, desperdigados por el suelo, el fuerte y los
173
indios y las canicas y la jaula de los conejos y el triciclo que
sólo conserva dos ruedas
Un minuto después, abre los ojos
y regresa al trabajo. Tal vez mañana, en otra pausa, se dé un
nuevo garbeo por el mundo de su infancia.
EL HIMNO DE SU PATRIA
C
C
ada vez que la embargaba el desánimo, entonaba los
acordes de la nana que antaño le cantaba su madre. La
nana, el himno de su patria.
LA ESPERA DE LA ABUELA
L
L
a abuela está sentada junto a la chimenea, con la mirada
perdida en el vacío; no hace nada, sólo espera. ¿A quién
estará esperando la abuela?, pregunta el nieto adolescente.
A que vuelva el recuerdo, responde el silencio.
PAPELES PARA LA MADRE
L
L
a joven, escritora vocacional, enferma de leucemia en fase
terminal, sacando fuerzas de flaqueza, dejó decenas y
decenas de cuentos y ensayos suyos desparramados por toda
su casa. Así, cuando, dentro de unas semanas o unos días, ella
ya se hubiese ido con la mayoría, su madre, enfrascada en la
lectura de los textos, no se muriese de pena.
174
UN INSTANTE
A
A
trapó ese instante de felicidad convirtiéndolo en palabras
para que la memoria jamás olvidara el momento en que
se hizo eterno.
BOLSILLOS DE CEREZAS
E
E
l niño salió de casa con los bolsillos colmados de cerezas,
y volvió dos horas después con los bolsillos llenos de
piedras.
¿Y las cerezas? le preguntó su madre.
Se las tiré.
¿A quiénes?
A los que me arrojaron las piedras.
LA ÚLTIMA BALA
E
E
staban rodeados, sin posibilidad de escapatoria, apenas
les quedaban municiones. En cualquier momento, los
enemigos, una multitud, que se ocultaban en el bosque se
abalanzarían sobre ellos. Ahí vienen. El soldado, mientras
disparaba, la vio a ella, la mujer que le quería. Estaba junto a
él, en la trinchera, y le acariciaba el rostro con suavidad, y le
besaba en la frente, en los ojos, en el entrecejo, en la nariz
Justo cuando sus labios se juntaban con los suyos, la mujer
se volatilizó. La última bala fue el amor.
175
AL OTRO LADO DE LA NOCHE
E
E
l niño llamó a su madre con una voz más angustiosa de lo
habitual. Esa noche, había llegado demasiado lejos.
La mujer, sintiendo en el grito extemporáneo de su hijo una
urgencia más apremiante que la de otras ocasiones, se levantó
de un salto de la cama y corrió hacia la habitación del pequeño.
¿Qué te sucede, Daniel?
Abrázame, mamá, para que así pueda volver contigo
respondió el niño, tembloroso, en medio del sueño.
La madre lo estrechó entre sus brazos con infinito amor,
y al instante supo que la criatura había regresado al aquí y
ahora desde el otro lado de la noche, probablemente desde las
tinieblas del otro mundo.
EL PODER INFINITO
A
A
lgunos lloran, otros ríen, éstos se emocionan, aquéllos
tuercen el gesto
Aunque todos dirigen los ojos en la
misma dirección, cada cual interpreta lo que ve a su manera.
Las palabras están ahí, inamovibles desde hace siglos, y, sin
embargo, a lo largo de la historia, ninguno de los miles de
millones de ojos que se han detenido ante ellas han percibido
exactamente lo mismo. El libro clásico es un espejo infinito.
LA FELICIDAD DE LAS LÁGRIMAS
P
P
osó el índice en la cara de la mujer y, con las lágrimas que
ésta derramaba, trazó una sonrisa en su boca.
176
¿Qué dibujas? preguntó ella, incapaz de contener la
emoción.
La felicidad.
¿De quién?
La tuya, la mía
La nuestra.
UNA HUCHA PARA AMPARO
A
A
mparo, septuagenaria, llevaba tres meses sin pagar
el alquiler del piso en el que vivía desde hacía casi
cinco lustros. El arrendador se presentó en la vivienda para
reclamarle el dinero adeudado. Amparo le explicó que había
tenido que ayudar a su hijo pequeño, casado recientemente y
que de la noche a la mañana se había quedado en el paro.
Paciencia, José. Le pagaré pronto.
Le doy un mes, Amparo, no más.
A las cuatro semanas, José le anunció a Amparo que, al
cabo de siete días, el jueves siguiente, a las 11 de la mañana, se
presentaría con la policía para expulsarla de la vivienda.
Tenga piedad, José. Cobrará todo. Lo prometo.
Necesito el dinero
ya.
Pero usted posee varias casas en alquiler.
Y muchos gastos.
El día del desahucio, el arrendador, acompañado por tres
policías, llamó a la puerta del piso. Amparo acudió a abrir
arrastrando las dos maletas en las que portaba sus últimas
pertenencias. Fue en ese instante, cuando de la casa de enfrente,
salió una niña, Eva, con un cerdito de barro contra el pecho
y, tras dedicar una sonrisa espléndida a Amparo, ofreció la
hucha a José.
177
Son todos mis ahorros. ¿Le vale? Quiero muchísimo a
Amparo.
José, con el cerdito entre las manos, escrutó los ojos de la
niña y vio reflejados en ellos a un hombre inmisericorde junto
a una anciana desahuciada.
Le doy otros tres meses, Amparo.
Después, devolvió la hucha a Eva y descendió las escaleras
seguido por los policías.
CAMINO DESDE LA POBREZA
A
A
nte los recurrentes lamentos del adolescente acerca de las
condiciones precarias en las que se encontraba su familia,
la abuela materna, que hacía las veces de matriarca de la casa,
decidió tomar cartas en el asunto.
Basta ya, Gonzalo. Convierte la pobreza en una ventaja.
¿Ventaja, dices? ¿Cómo abuela?
La anciana hizo un gesto al muchacho para que se acercase
a la ventana del salón.
¿Ves el camino que hay al otro lado de la acera, el que se
adentra entre los árboles?
Lo veo, abuela.
Es el camino de la virtud, el orgullo de tu familia.
Recórrelo con la cabeza bien alta.
EL BOSQUE DE LOS ROBLES
¿Recuerdas, Ángela? preguntó el hombre convaleciente
con un hilo de voz.
178
La mujer, con los ojos vidriosos, le dirigió una mirada
colmada de tierna nostalgia.
Decenios atrás, Damián y Ángela velaban los últimos
días de vida de sus respectivas madres, en dos habitaciones
contiguas del Hospital de La Esperanza de Metrópoli. A
primeras horas de la mañana de un lluvioso día de primavera,
entablaron conversación en el pasillo del pabellón de enfermos
terminales. Al mediodía, coincidieron en el bar-restaurante del
centro sanitario y decidieron sentarse a la misma mesa. Al día
siguiente, horas antes de que sus progenitoras fallecieran con
apenas cinco minutos de diferencia, compartieron desayuno.
Al anochecer, entre lágrimas y algún sollozo, se confortaron
mutuamente.
Dos semanas más tarde, Ángela y Damián fueron juntos
a esparcir las cenizas de las difuntas en un bosque ubicado en
las afueras de la capital. Las dos ancianas habían expresado el
mismo deseo antes de su fallecimiento: descansar junto a las
raíces de unos robles. Tras el emotivo acto, almorzaron en un
restaurante rural situado en la linde del bosque, al pie de un
arroyo.
Claro que me acuerdo, mi querido Damián. Hace
cuarenta años que nos conocimos aquí, en este hospital,
desgarrados por el dolor y exhaustos por el cansancio, un día
antes de que nuestras madres se fueran casi de la mano al otro
mundo. Lo peor dando la bienvenida a lo mejor.
La vida, además de un misterio, es un carrusel, Ángela.
Nos devuelve siempre al punto de partida.
Pero, a veces, volvemos transformados en otros seres
distintos, mucho mejores. El amor lo ha hecho posible. Te
amo, Damián la mujer besó febrilmente las manos del
hombre.
179
Gracias, Ángela, por haber sacado a la luz al mejor
Damián que llevaba en mis adentros. Tú has sido lo mejor
de mi vida.
El anciano, dicho lo cual, entornó los ojos, inspiró
y
expiró. Pronto, el bosque de los robles lo acogería en su seno.
EL VAGÓN DE LOS CLÁSICOS
A
A
primera hora de la mañana, el viejo muy viejo entraba
en el último vagón del tren de cercanías arrastrando una
maleta con ruedas, se sentaba en la primera plaza que veía
libre, preferentemente junto al pasillo, y, tras recuperar el
resuello durante un par de minutos, procedía a descargar el
contenido de la maleta: libros, libros y más libros.
Esta operación la repetía a diario desde hacía cuatro
semanas.
Aquella mañana de domingo, al anciano le costó un
esfuerzo supremo arrastrar la maleta rodada, tal vez porque
pesaba más, o acaso porque él podía menos que otros días.
Cuando empezó a depositar con sus manos temblorosas
los libros en el pasillo del vagón, una mujer de mediana edad,
apiadándose de él, se ofreció a ayudarle.
Gracias, señora. El Parkinson mío, hoy, está más
alterado que de costumbre, tal vez porque los domingos
prefiere estar en la cama, y no en un tren. Eche un vistazo a
la colección que he traído, y, si le gusta alguno de los títulos,
quédese con él.
Es usted muy amable. Me quedaré con éste que tiene
una tapa muy bonita y la mujer guardó en el bolso una
edición antigua de Papá Goriot, de Honoré de Balzac.
180
Coja alguno más. Los días festivos suele viajar muy
poca gente en el tren. Habrá libros para todos.
Con uno me sobra. Yo, ahora, a causa de las dioptrías, leo
bastante despacio, y, además, dispongo de muy poco tiempo.
Siempre se tiene el tiempo que uno quiere para leer un
poco cada día reflexionó en voz alta el viejo.
La mujer siguió colocando libros en el suelo, en silencio.
No tenía nada que objetar al comentario del anciano. Por
supuesto que una persona dispone del tiempo que quiere para
leer al menos unos minutos al día.
¿No le gustan? preguntó la mujer al viejo muy viejo,
unos segundos después, una vez que los libros estuvieron
perfectamente alineados en el pasillo.
Todo lo contrario, señora. Mi vida ha sido muchísimo
más completa gracias a ellos. Su lectura me ha ayudado
a entablar frecuentes diálogos con lo mejor y lo peor de mí
mismo, diálogos cuyos frutos, después, me han permitido salir
al exterior, al encuentro del mundo, más sabio o, si lo prefiere,
menos estúpido, porque el libro, que no es un fin en sí mismo,
cumple su cometido cuando incita al lector a aproximarse al
otro, no a huir de él. La literatura, señora, en mi caso, no sólo
me ha liberado de los estrechos límites del yo, también me
ha conducido al corazón del prójimo el anciano suspiró
mientras sus ojos, como si súbitamente le hubiesen insuflado
vida, resplandecían con un extraño fulgor. Qué panorama
se divisa desde allí, desde el santuario del otro: lo mejor y lo
peor de la humanidad, o sea, lo peor y lo mejor de uno mismo.
Nada más y nada menos.
Si sus libros le han aportado tantas satisfacciones, no
acierto a comprender por qué los abandona a su suerte, aquí,
en el vagón de un tren de cercanías.
181
Para que otras personas dispongan de la oportunidad
de obtener el mismo provecho que yo. Ya no los necesito.
¿Cómo que no? Los libros se pueden releer.
Se pueden y se deben releer. Por eso los he releído,
algunos, como: La isla del tesoro, El Aleph, Crimen y
castigo, Campos de Castilla, La montaña mágica, El
paraíso perdido, Don Quijote de la Mancha, Tom Sawyer,
Los miserables, Guerra y paz, El corazón de las tinieblas,
El retrato de Dorian Gray, El pabellón número 6 y algún
otro que ahora mismo no consigo recordar, más de media
docena de veces. Los libros que he traído conmigo al tren en
las últimas semanas son mis favoritos, y no puede calificarse
de favorito un libro que no se ha releído, ¿no le parece?
Ya lo creo que me lo parece. Esa es la razón por la
cual yo legaré a mi hijo todos los libros que poseo, varios
centenares, la mayoría de tapa dura. Haga usted lo mismo,
y no se desembarace de ellos de esta forma. Si los heredan
sus seres queridos, cuando se vaya al otro mundo, tendrá la
seguridad de que los deja en las mejores manos.
Las mejores manos son las que veo en este vagón.
Hace ya demasiado tiempo, señora, que mi casa sólo acoge la
soledad forzada de un hombre decrépito que arrastra los pies
cansinamente por un largo pasillo poblado de añoranzas. Soy
viejo, demasiado viejo, y ha llegado la hora de descansar. Está
bien que mis libros sigan latiendo en el corazón de la vida, en el
tren, en el lugar donde muchos de ellos palpitaron de alegría.
Aquí, entre viaje y viaje, leí la mayor parte de ellos. Trabajé de
interventor ferroviario durante más de cuarenta años.
Ya decía yo que su cara me resultaba conocida.
Yo también la conozco a usted. Antes, siempre iba
leyendo durante el trayecto.
182
Hasta que me quedaba dormida. ¿Devolvemos los
libros a la maleta?
¿Qué dice? Entonces, perderían su razón de ser.
Si los relee, no. Deles una nueva oportunidad.
Eso es lo que estoy haciendo, darles una nueva
oportunidad. Yo, señora, ya estoy muerto.
Dicho lo cual, el viejo muy viejo se desplomó hacia un
lateral y cayó fulminado sobre uno de los libros.
Los otros ocho ocupantes del vagón, todos a una, se
congregaron en torno al anciano justo a tiempo de distinguir,
en los ojos de éste, las palabras que componían el título del
libro sobre el que reposaba su cabeza: La isla del tesoro. Las
letras tenían forma humana.
SUEÑOS DE ESCRITOR
E
E
scribía mientras soñaba, soñaba mientras escribía. Así,
poquito a poco, esfuerzo a esfuerzo, se hizo realidad su
sueño: la novela soñada que él había escrito.
EL ESPECTÁCULO
H
H
ablaba y hablaba en silencio, y qué palabras más hermosas
pronunciaba. Los ojos lo contemplaban con delectación;
las neuronas bailaban, el alma ronroneaba
Qué espectáculo
más maravilloso: ¡el libro!
183
LA DIMENSIÓN DE UNA MIRADA
Cierra los ojos y duerme, que el día será largo.
O corto si te miro.
REALIDAD SOÑADA
S
S
oñé que tú me leías. Sí, tú, que me estás leyendo.
LETRAS EN EL SUEÑO
S
S
oñé que te escribía; al despertar, escribí mientras te soñaba.
DESCUBRIENDO EL SABER
E
E
scribía para aprender, y, como escribía todos los días, todos
los días descubría algo que ignoraba de su persona. ¿Cuánto
le quedaría por saber? Todo lo que le quedaba por escribir.
LA SINCERIDAD DEL POLÍTICO
E
E
n el acto de presentación de su candidatura a la presidencia
del Partido Nacional, el alcalde, en un insólito arrebato de
sinceridad, declaró: Yo no luché contra el franquismo.
184
UN MICRORRELATO CON FINAL FELIZ
E
E
l sol se hundía en el horizonte derramando a su alrededor
una sinfonía de colores. Una puesta de sol bellísima y, en
el paseo marítimo, pese al gentío, solo una persona parecía
estar contemplándola: un viejo muy viejo.
El escritor, curioso, se acercó al anciano.
¿Qué ve usted que otros no parecen querer ver?
Tal vez mi futuro inminente.
Tal vez.
Y mi pasado, también.
¿Me da permiso para mirar con usted?
Miremos. Todo un honor.
Es como un microrrelato con final feliz reflexionó el
escritor.
Póngalo de título.
Hecho.
LA VIDA POR DELANTE
C
C
uando perdió el control del coche y cayó por el precipicio,
el joven pensó que había llegado su final con cincuenta
años de adelanto. Pero en el fondo del barranco no le
aguardaba la muerte, sino la vida, otra vida más acá de la
muerte. Increíblemente, el joven no sufrió más que unos
rasguños. ¿Por qué? Lo averiguaría. Tenía toda la vida por
delante.
185
LEJOS DE LA IMAGINACIÓN
L
L
a buscaba desde la noche de los tiempos, y, justo cuando
estaba a punto de abandonar la búsqueda, la vio en un
vagón del metro. No se parecía a la mujer que había imaginado,
pero no había duda: era ella. El amor, a veces, cambia de cara.
EL GRAN MÁS ALLÁ
N
N
o todo el mundo, cuando muere, va al más allá. Algunos
privilegiados descansan eternamente en el más allá del
más allá; son aquellos que, cuando vivieron, por dondequiera
que pasaban, el más acá se hacía más grande.
LA VIDA HUMILDE
V
V
ino al mundo en un pueblo pequeño y pobre que se
regía por unas normas de convivencia muy sencillas. En
semejantes circunstancias, él, un recién nacido, tenía todas
las papeletas para que, a la vuelta de unos calendarios, le
aguardase un destino humilde. Sin embargo, contra todo
pronóstico, su destino fue de todo menos humilde.
Medio siglo después, el hombre nacido en un pueblo
pequeño y pobre fue elegido presidente del Gobierno. El
destino inalterable es la muerte. La vida es el camino.
186
LA ÉPOCA DORADA
L
L
o suyo era recordar la etapa fundamental de su vida,
aquella época dorada en la que un minuto era una hora;
una hora, un día; un día, una semana; una semana, un mes;
y un mes duraba un año. El tiempo contenía el presente que
se expandía hacia el devenir del futuro. Una eternidad. Y, por
aquel entonces, los recuerdos no se recordaban; se vivían en
el eterno presente. Carentes de la experiencia que convierte el
hoy en una mera copia del ayer, todo parecía diferente para
aquellos chiquillos sedientos de vida. Luego, cuando el paso de
los días trajo el conocimiento y, a veces, también la sabiduría
que irradiaba la reflexión de la experiencia, el tiempo se
comprimió. Un minuto era un segundo, una hora un minuto,
un día una hora, una semana dos horas
Y, en el presente, en
la vejez, lo que correspondía era recordar la infancia, la época
en la que el tiempo claudicaba ante el empuje de la vida.
LA MANO DE LA VEJEZ
L
L
a infancia llevaba de la mano a la vejez para que ésta no
se perdiese por los laberintos de la juventud y la madurez.
LOS SALTOS DE JUAN
E
E
l niño Juan saltaba y saltaba incansablemente. Pugnaba
por alcanzar el cielo.
¿Por qué te empeñas en saltar y saltar? le preguntó su
mejor amigo.
187
Cada vez más alto.
Sí, cada vez más alto. ¿Por qué, Juan?
Porque mi madre se marchó la semana pasada sin
avisarme y me han dicho que está en el cielo.
CORAZONADA POÉTICA
T
T
razó en el cuaderno, con letras caligráficas, la palabra
más hermosa que conocía: amor, y aunque la leyó y
releyó un ciento de veces, no sintió entre sus letras el efecto
de la poesía romántica de la que tanto le habían hablado.
Guiado por una corazonada, le añadió varios vocablos, uno
por delante y cuatro por detrás: Ay, amor, si tú me quisieras.
Ahora, sí, suspiró ebrio de emoción. Había nacido un poeta.
LA VERDADERA ALTURA
H
H
abía cumplido su sueño de la niñez. Medía más de un
metro setenta y cinco centímetros, tenía un cuerpo
proporcionado, y, pronto, desfilaría en La Cibeles; sin embargo,
cada noche, en la cama, repasando los acontecimientos del
día, se sentía una vulgar paticorta sin ningún encanto. Por eso,
luego, a la luz del día, era consciente de que su altura sólo era
mera apariencia.
188
VIAJE AL FONDO DE LAS LETRAS
L
L
as palabras impresas le alejaron de sí mismo y, en volandas
de la imaginación, sobrevoló hasta los confines de sus
recuerdos. El texto le había llevado lejos, muy lejos, a un lugar
remoto de su existencia; un lugar del que regresó colmado
de recuerdos hermosos, colmado de lo mejor de sí mismo.
Bajó los ojos y volvió a sumergirse en el libro, tal vez en la
hermosura de otros recuerdos.
PONTE GUAPO
Ponte el traje azul y la corbata del mismo color y los
zapatos de charol. Ponte lo mejor que tengas y así
parecerás por fuera tan guapo como lo eres por dentro.
¿Y eso para qué, Alicia?
Vaya pregunta. Para que yo te contemple.
¿Tú? ¿Por qué, Alicia?
Porque te quiero, tonto.
EL SABIO DEL AMOR
A
A
base de contemplar la ternura que desprendía su mujer, se
convirtió en el sabio del amor. Sí, sabio porque la teoría
se encarnaba en sus actos cotidianos, actos que intensificaban
la ternura que irradiaban los ojos de ella, la fuente de su
sabiduría.
189
LOS RECUERDOS EN LA PORTADA
A
A
partir del día que sintió que empezaba a perder la cabeza,
en cuanto se despertaba, tras las abluciones pertinentes
y el desayuno, se dirigía como un autómata a su biblioteca
particular. Allí, ojeando al azar un buen número de sus libros,
el viejo recuperaba parte de la memoria que había quedado
varada por los laberintos del olvido. Cuando al mediodía la
hija entraba en la estancia con el almuerzo sobre una bandeja,
hallaba al viejo dormitando en la butaca, con un libro contra
el pecho y los recuerdos tendidos en el regazo.
ALUMNO DE LA ESCUELA DE LOS PESCADORES
M
M
ientras los hijos de las clases más favorecidas adquirían
conocimientos y saberes en selectos colegios dirigidos
por hombres con sotana y mujeres con toca, él cultivaba el
aprendizaje en la Escuela de los Pescadores, sobre todo en el
patio. Un cultivo que, andando el tiempo, floreció en la sabiduría
que iluminó a los coetáneos y a los hijos de éstos que
frecuentaban las aulas y los patios de los colegios dirigidos
por hombres con sotana y mujeres con toca.
ESPERANZA
L
L
os padres contemplan embelesados a la criatura recién
nacida, su segunda hija.
190
Ha venido para enseñarnos todo de nuevo. Se llamará
Esperanza dice el padre.
Y esta vez sí que aprenderemos añade la madre.
EL FARO DE LA SIRENA
T
T
odas las noches, el pianista y la sirena se citan en el faro
de los sueños.
LAS PALABRAS DE LA IMAGEN
En definitiva, una imagen vale más que mil palabras,
concluyó el profesor de Publicidad, tras una larga
y poco inspirada exposición de más de una hora en el Aula
Magna de la Universidad.
Si es así, profesor, díganos con una imagen que una
imagen vale más que mil palabras le pidió un alumno que
intervenía muy poco en clase, pero que, cuando lo hacía,
siempre ponía en aprietos al docente.
Y, en los siguientes minutos, buscando una imagen, la
cabeza del profesor se llenó de miles de palabras.
LA COMPAÑÍA DE LOS VIEJOS
¿Por qué te gusta tanto la compañía de los viejos?
Porque la mayoría sabe más que yo.
¿De qué?
De la vida.
191
UNOS MINUTOS DE RUMBA
E
E
n el hospital de la capital le acababan de confirmar que
tenían que extirparle urgentemente un tumor en la mama
(Venga usted el jueves que viene, a la misma hora), y el
autobús llegaba con casi una hora de retraso, y hacía una de
las mañanas más calurosas de los últimos veinticinco años
Qué día más aciago, probablemente el peor de su vida. Sin
embargo, la mujer, esa mujer, minutos después, acompañaba
con palmas y olés al grupo de jóvenes viajeros que cantaban
una rumba en los asientos traseros del autobús que la conducía
al pueblo. Hasta que sonara la hora del tumor, la mujer
procuraría aprovechar lo que la vida le ofrecía, y, en aquellos
momentos, le ofreciese unos minutos de rumba.
LA FELICIDAD DE LA ABUELA
¿Qué es la felicidad, abuela?
Esa es una ilustrísima pregunta que exige una
respuesta meditada, Alicia.
Tres días después, los padres de Alicia, el hermano y
la abuela se encontraban sentados en torno a una mesa
celebrando el cumpleaños de la anciana.
Fue entonces cuando ésta respondió a la pregunta que le
había planteado su nieta.
Esto es la felicidad, Alicia dijo la anciana señalando,
uno por uno, con su tembloroso índice a los comensales.
192
EL RODAJE DEL AMOR
S
S
e enamoraron en el rodaje de La ruptura, un drama en
el que los personajes que encarnaban él y ella, hastiados
el uno del otro, después de diez años de tedioso matrimonio,
emprendían un tumultuoso divorcio a lo Kramer contra
Kramer. Fingían no quererse en el escenario mientras se
amaban con pasión entre bambalinas. Meses después del
estreno de La ruptura, un unánime éxito de crítica pero no
tanto de taquilla, los actores fueron nombrados candidatos
respectivamente a los Oscars a la mejor interpretación
masculina y femenina del año. No se enteraron de sus
nominaciones hasta el día siguiente de hacerse públicas.
La reconciliación de La ruptura, una jornada más, había
alcanzado su apoteosis bien entrada la noche, y los artistas,
con sus cuerpos entrelazados, no se durmieron hasta mucho
después del amanecer.
BIEN ACOMPAÑADA
Mamá, ¿por qué me pusisteis de nombre Fátima María
Juliana Raimunda?
Para que vayas siempre muy bien acompañada. Juliana y
Raimunda son los nombres completos de tus abuelas Juli y Rai.
¿Y por qué también María?
María soy yo.
Pero tú te llamas Mar.
Mi nombre completo es María del Mar.
¿Y quién es Fátima?
Fátima eres tú.
193
UN ENSAYO PARA LA VIDA
E
E
l niño, de poco más de un año, rompió a llorar en el
momento en que su madre se sentó en la plaza que le
correspondía del vagón. El pequeño, que era la primera vez que
viajaba en un tren, ardía en deseos de explorar el nuevo territorio,
un territorio diferente a los otros que conocía, éste se movía. La
madre se mantuvo firme. No, Julián, aquí no. Cuando se cansó
de protestar a su estruendosa manera, el niño se durmió en los
brazos de la mujer.
Fue un sueño ligero. En cuanto el crío abrió los ojos, a los
veinte minutos, se encontró con la sonrisa de su madre y el pezón
de un biberón entre los labios; estaba rica la leche con cereales,
sobre todo, cuando la tomaba acunado por el bello canto de su
progenitora. Después, con la tripa llena, tras contemplar un par
de minutos el paisaje que se deslizaba por la ventana, a Julián
le entró de nuevo la modorra. Esta vez, el sueño se prolongó
durante más de una hora. Su madre lo recibió a este lado con un
aluvión de besos y cosquillas. El niño empezó a reírse a carcajadas.
Cuando la mujer se cansó de hacerle carantoñas, Julián expresó
su malestar como mejor sabía, con una impresionante llorera.
Luego hubo más cabezadas, y más caricias y más risas y más
biberón y más llanto.
A las tres horas de viaje, la madre, tras pedir disculpas a los
demás viajeros por las molestias ocasionadas, con la maleta en
una mano y el niño sujeto contra el pecho en la otra, se bajó del
vagón. Había llegado a su destino. Probablemente, el pequeño
Julián nunca sabría que, en ciento ochenta minutos de viaje en
tren, había vivido un anticipo de todo lo que le esperaba en el
resto de su existencia: hambre, comida, sueño, amor, frustración,
llanto y risas.
194
FIEL AL AMOR
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e joven, fue famoso entre sus convecinos por su
extraordinaria capacidad en conservar la cabeza mientras
perdía el corazón. Ahora, que empezaba a perder la cabeza, se
había desarrollado en él una habilidad especial para conservar
el corazón. Amaba a quien amó cuando el corazón dejó de
perderlo, hacía cuarenta años.
LOS NIÑOS DE LOS MAGNOLIOS
E
E
l talador, con una sierra mecánica entre las manos,
se dirigió con paso decidido hacia los dos magnolios
que estaban plantados en un extremo del patio del colegio
Enseñanza Libre.
Un grupo abigarrado de alumnos de ambos sexos jugaba a
la antigua usanza (canicas, chapas, cromos, saltos a la comba)
en las amplias sombras que proyectaban los dos árboles.
Ahí viene gritó uno de los escolares.
Al instante, los niños, entre ocho y trece años, cogidos de las
manos, se alinearon delante de los dos árboles. En un principio,
los colegiales con inquietudes ecologistas no habían dado
crédito a los rumores que circulaban por los mentideros de
Enseñanza Libre desde hacía varias semanas; pero, en cuanto
los rumores, abundantes en detalles (Van a hacer reformas en
el colegio. Van a asfaltar el patio. Van a colocar porterías
de fútbol. Van a talar los magnolios
esta misma mañana),
se convirtieron en noticia, los niños aprovecharon los minutos
de recreo para diseñar el plan a seguir. Inspirados en Gandhi,
el único plan que se les ocurrió, tal vez porque era el único
195
realizable, consistió en impedir el paso al talador formando
una cadena humana en torno a los magnolios.
El jefe de las obras, todo sonrisas, tras fracasar en su
intento de convencer a los escolares para que despejaran el
terreno, reclamó por el teléfono móvil la presencia de don
Anselmo Bracamonte, el director del colegio. Éste, un hombre
de mediana edad, muy corpulento, a quien los alumnos
profesaban un respeto rayano con el temor o quizá un temor
que confundían con el respeto, irrumpió en el patio al minuto
y, en cuanto fue informado de la situación, se encaminó a
grandes zancadas hacia los amotinados; tras medirlos con una
severa mirada durante un larguísimo minuto, se dirigió a ellos
con una voz sorprendente, por su entonación, amable, y por
su volumen, casi un susurro.
El recreo ya ha terminado. ¿Se puede saber qué estáis
haciendo, mis queridos niños?
El silencio fue la respuesta que se merecía una pregunta
tan melosa y absurda como esa. Hacían lo que estaba a la
vista: defender la vida de los indefensos magnolios.
El director, con un gesto ostensible del brazo, ordenó a los
rebeldes que volvieran a clase.
Los escolares ni se inmutaron.
Don Anselmo Bracamonte, poco acostumbrado a la desobediencia,
profirió un grito ininteligible, a lo Tarzán, que aterró
por igual a los niños y a los pájaros que dormitaban en las ramas
de los magnolios. Las aves, al intuir en tan terrible sonido un
peligro inminente para su especie, huyeron despavoridas hacia
las alturas; mientras tanto, los escolares más medrosos hicieron
ademán de romper la cadena, pero sendos oportunos apretones
de manos de sus compañeros devolvieron el valor de la solidaridad
al lugar que le correspondía, junto a los magnolios.
196
¡Volved a clase ahora mismo! insistió don Anselmo.
Como los niños se limitaron a mover los párpados, el director
retrocedió unos metros para tomar carrerilla, y, seguidamente,
tras emitir dos aparatosos resoplidos, avanzó hacia ellos con
la cabeza gacha, como si fuese un toro de lidia dispuesto a embestir
a todo lo que se le pusiese por delante; sin embargo, en el
último momento, el toro con apariencia humana recuperó la racionalidad,
y se detuvo en seco a unos centímetros de los alumnos
rebeldes. Enseñanza Libre era el colegio más reputado de
la capital, uno de los más prestigiosos del país, y el director no
podía arriesgarse a dilapidar la fama del centro en un violento
arrebato del que se lamentaría durante el resto de su vida. Mantendría
la compostura. Que los sopapos los repartieran otros.
Tenéis unos minutos para retiraros de ahí, el tiempo
que tarde en anotar vuestros nombres en un papel; después,
llamaré a vuestros padres.
Los niños, todos a una, suspiraron aliviados. Sus
progenitores se enojarían, y mucho, pero se trataría de un
enojo matizado por el amor; la irritación de don Anselmo, en
cambio, al no haber amor de por medio, resultaba previsible
dentro de su imprevisibilidad: habría castigo (lo previsible),
aunque era difícil imaginar en qué consistiría éste: ¿Tortas
a tutiplén? ¿Supresión del recreo durante varias semanas?
¿Escribir cientos de veces una frase de arrepentimiento?
¿Permanecer de pie en el pasillo del aula el resto del curso?
¿Cantar el himno del colegio todas las mañanas del próximo
mes? ¿Limpiar los cuartos de baño hasta que las ranas criasen
pelo? Estando el director de por medio, en cuestiones de
castigo, cualquier cosa era posible.
Cuando don Anselmo Bracamonte terminó de escribir en
un cuaderno los nombres de los alumnos díscolos, a los cinco
197
minutos, y los niños, plantados sobre las raíces de los árboles,
le sostuvieron valientemente la mirada, dio media vuelta y se
encaminó a paso ligero a su despacho mascullando maldiciones.
Durante la media hora siguiente, fueron personándose
en el patio todas las madres de los niños indisciplinados que
habían podido ser localizadas por vía telefónica, una docena.
Padres, de momento, no apareció ninguno.
Vamos, niños, sed buenos y apartaos de ahí suplicaron
a sus hijos.
Los niños insumisos, a cuya causa se habían adherido
en los últimos minutos cinco condiscípulos más, se negaron
a cumplir los deseos de las madres. Les bastaba mirar los
magnolios para saber que la razón estaba de su parte.
Estos árboles nos dan sombra argumentó un rebelde.
Y buen olor apuntó otro.
Y nos alegran la vista con sus flores blancas agregó
una niña.
Y los oídos también informó otra.
Van a quitar los árboles por vuestro propio bien razonó
una madre. Así podréis disputar los partidos del campeonato
escolar de fútbol en el patio del colegio, sin tener que desplazaros
al campo municipal.
Ni siquiera el argumento futbolístico hizo mella en la
actitud indomable de los niños.
Don Anselmo Bracamonte, en una improvisada reunión
en el centro del patio con las mujeres, comunicó a éstas que
los árboles serían talados ese mismo día.
Pese a quien pese añadió tras una pausa.
¿Puede ser más preciso? preguntó una madre.
Por supuesto, señora el director se enjugó el sudor
que bañaba su frente y fue lo más preciso que pudo: Si no
198
consiguen ustedes, o sus respectivos cónyuges, convencer a
sus retoños de que vuelvan a clase por las buenas, tendremos
que hacerlo por las malas. Disponen de una hora. Ni un
minuto más. Si el talador no ha terminado para el mediodía,
cobrará horas extraordinarias.
¿Qué entiende usted por las malas? inquirió una de
las mujeres.
Lo mismo que usted.
Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos,
las mujeres llamaron urgentemente a sus respectivos esposos,
las que lo tenían. Mientras tanto, en el patio del colegio se
habían congregado algunos curiosos, adultos, intuyendo que
algo gordo estaba a punto de pasar.
Tres cuartos de hora más tarde, una docena de hombres,
varios de ellos exhibiendo un rostro plagado de pulgas muy
malas, seguidos por veinte mujeres, avanzaron, como si de una
formación militar se tratara, en dirección a los niños rebeldes,
quienes, mientras tanto, habían aumentado su número en
otros cuatro; ya eran treinta.
¡Fuera de ahí! vociferó el padre más musculoso de todos.
Ni uno sólo de los escolares se movió de su sitio. El mayor
del grupo, un púber de trece años pecoso y con gafas, haciendo
de improvisado portavoz, recurrió a la filosofía para explicar
la insólita actitud levantisca del grupo.
Don Jacobo, el profesor de Ética, nos suele decir que,
cuando se trata de defender la justicia, la desobediencia a
veces es mejor que la obediencia.
Conque esas tenemos, ¿eh?
Tres padres temperamentales, incapaces de contener la
irritación, se lanzaron contra sus hijos. Los amotinados, todos
a una, rechazaron a los agresores.
199
Las cosas se complicaron todavía más cuando empezaron
a congregarse en el patio decenas de personas ajenas al colegio,
entre ellas, varios periodistas de la prensa audiovisual y escrita,
alguno con una cámara al hombro. En cuanto los niños de
los magnolios así los denominó la becaria de una revista
de actualidad, una expresión que pronto hizo fortuna entre la
opinión pública vieron las cámaras de los reporteros, como
si una sola voluntad los guiase, distribuyeron sus fuerzas
equitativamente en torno a los árboles, quince por magnolio.
Habían visto suficiente televisión para saber que la presencia
de los reporteros les brindaba una inmejorable oportunidad
de salirse con la suya.
Don Anselmo Bracamonte, asomado a la ventana de
su despacho, en cuanto vio lo que vio, visualizó, como un
fogonazo, lo que vería al día siguiente en la prensa y la
televisión, y reaccionó como Enseñanza Libre esperaba de
él. Bajó a la carrera al patio y, con voz engolada, reclamó la
presencia de los periodistas.
Soy Anselmo Bracamonte, el director de Enseñanza
Libre, y tengo el honor de comunicarles que el colegio ha
decidido conservar los magnolios. Rectificar es de sabios.
¿De momento, o para siempre? preguntó una
periodista novata y, por lo tanto, sin pelos en la lengua.
El director carraspeó. Su estrategia, la de ganar tiempo, se
había venido abajo con la impertinente pregunta de la joven.
¿Para siempre? reiteró ésta.
Hasta que los magnolios aguanten respondió don
Anselmo hundiendo la barbilla en el pecho.
Para siempre, entonces.
La periodista novata corrió hacia los niños y les comunicó
la buena nueva.
200
¡Hurra! gritaron éstos mientras danzaban alrededor
de los magnolios; los pájaros, que habían contemplado los
acontecimientos desde las alturas, cayendo literalmente del
cielo, se posaron sobre las ramas de los árboles. ¡Su hogar!
Pero lo memorable de esta historia, la que le otorgaría
la relevancia suficiente para figurar en los telediarios y en las
portadas de casi todos los periódicos del país y algunos del
extranjero, fue lo que aconteció en los minutos siguientes.
Una grulla, enorme, de plumaje plateado, surgida de Dios
sabe dónde, aterrizó delante de los niños y, tras agitar levemente
las alas, ejecutó un espectacular número de baile al ritmo del
canto melodioso que fluía de entre las ramas de los magnolios.
Cuando concluyó su sublime actuación, la majestuosa ave, se
paseó parsimoniosamente por delante de los niños rebeldes,
ahora salvadores, con el cuello girado hacia éstos, como si
pretendiera grabar sus rasgos faciales en la memoria colectiva
de los pájaros; hecho lo cual, retrocedió unos metros sin perder
de vista a los escolares y, con las alas desplegadas, inclinó la
cabeza hasta tocar el suelo con la punta de su largo pico.
¡La grulla ha hecho una reverencia a nuestros niños!
exclamó una madre, ebria de orgullo.
Cuando, instantes después, la grulla se elevó a los cielos,
dejó tras de sí un reguero de plumas de plata.
EL PORQUE DEL POR QUÉ
Abuela, ¿por qué tengo una nariz tan pequeña y unas
orejas tan grandes?
Porque sólo tú eres tú.
201
LA OTRA COMPAÑÍA
Sin papá, ¿no te sientes demasiado sola en la casa?
No, hija. En cuanto miro en torno a mí, la cabeza se
me llena de recuerdos.
Es una vivienda demasiado grande para una persona
sola.
No estoy sola, la casa está llena de tu padre. Los buenos
recuerdos, hija mía, son lo mejor de la vida. Por eso debes
coleccionarlos en abundancia mientras puedas.
¿Cómo, mamá?
Viviendo una buena vida.
LA NUEVA VIDA
S
S
e conocieron en el jardín del pabellón del cáncer del hospital
de beneficencia, y, en cuanto se miraron, vieron su vida
reflejada en los ojos del otro. Y, en ese instante, sintieron que
eran personas, no enfermos terminales. Al día siguiente, en
cuanto las circunstancias les fueron propicias, se apresuraron
a bajar al jardín a confirmar lo que, durante la víspera, habían
visto en los ojos del otro. La noche de esa memorable jornada,
se entregaron al sueño reconfortados por los inolvidables
recuerdos que habían atesorado durante las últimas horas. Y
a pesar del dolor, las pastillas y la sentencia inapelable de la
Medicina, se durmieron acunados por la esperanza de que, al
amanecer, se les presentaría la oportunidad de vivir un nuevo
comienzo.
202
EL ESPECTÁCULO DE PAPÁ NOEL
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uando la luz de la aurora abrió los ojos del niño Adrián,
éste se encontró con un hombre orondo profundamente
dormido a los pies de su cama. Pero no se asustó. Todo lo
contrario. El intruso, un personaje de leyenda, no inspiraba
miedo sino ternura.
¡Papá Noel! ¿Qué hace aquí a estas horas? ¡Está
amaneciendo!
¡Por todos los renos!
Me he quedado dormido
dijo el hombre incorporándose mientras se ajustaba
imperceptiblemente la barba blanca.
¿Dormido, usted, en la noche de todas las noches?
Pues sí. Al disponerme a entrar en la habitación, hace
unas horas, y verte en la cama, despierto, ensimismado en la
lectura de un libro que enseguida comprobé que se trataba
de Un cuento de Navidad, de Charles Dickens, mi escritor
preferido, no pude resistirme a la contemplación de semejante
espectáculo. Recuerdo que dejé el saco de los regalos en el
suelo con mucho cuidado para no distraerte de tu grandiosa
ocupación, y, acurrucándome tras el quicio de la puerta, me
quedé embelesado mirándote mientras leías.
Y, más tarde, se durmió.
Luego, cuando entré a dejarte los regalos. Por lo visto,
entonces, me dejé caer en la alfombra, junto a ti, Adrián. Qué
sueño más hermoso.
¿Sabe mi nombre?
Pues claro que lo sé. Por cierto, es el nombre de niño
que más me gusta. Adrián leyendo el cuento más famoso de
Charles Dickens
Mi niño leyendo a mi autor predilecto
203
Es lógico que me haya quedado dormido. La felicidad siempre
atrae al mejor de los sueños.
Usted habrá tenido el mejor de los sueños, pero menudo
chasco se habrán llevado esta mañana muchos niños.
¿A qué niños te refieres?
A todos los que le faltaban por visitar cuando entró en
mi dormitorio. No habrán recibido ningún regalo. ¿O era yo
el último de su lista?
La espontánea sonrisa que acogieron los labios de Papá
Noel descompuso su bigote, el cual se movió lateralmente
unos centímetros, como si fuera de pega.
No te preocupes, Adrián. En estos casos, siempre me
reemplaza el otro.
¿Qué otro?
El segundo Papá Noel. El Bis.
¿Tiene sustituto?
Cuando, excepcionalmente nos recreamos en la contemplación
de un espectáculo asombroso, no digamos nada
si se trata de uno de los mayores del mundo como ha sido mi
caso, el Bis siempre sabe que debe coger el relevo.
¿Yo, uno de los mayores espectáculos, Papá Noel?
Tú, siempre, sobre todo cuando invocas al sueño
enarbolando Un cuento de Navidad. Sin personas como tú, no
habría lectura ni
ni
Diga lo que tenga que decir, Papá Noel. Le aseguro que,
oiga lo que oiga, no me enfadaré. Sin personas como yo, no
habría lectura ni
Ni Navidad, hijo mío, para mí, no. Hasta pronto,
Adrián. Aquí tienes tus regalos. Espero que te gusten. Dale
recuerdos a tu mamá.
Se los daré. Gracias, Papá.
204
ANTES DE QUE LA MEMORIA SE VAYA
C
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ogió la sartén del lavaplatos y la guardó en el frigorífico,
no por descuido, sino porque pensaba que era el sitio
que le correspondía. Esa fue la primera señal. La segunda se
presentó al día siguiente, cuando la mujer salió de paseo por
las inmediaciones de su casa, y se extravió. Su marido no la
encontró hasta horas después, en el bosque, acurrucada junto
a un roble, tiritando.
La memoria de la mujer se borró demasiado deprisa. Pero,
antes, el hombre la miró como jamás la había mirado, y, en
lo más hondo de sus adentros, vio con nitidez lo que en los
años anteriores sólo había vislumbrado: el santuario donde
la mujer guardaba lo mejor de su vida; y, en lo mejor, lo que
más resplandecía era él. Y dos corazones latieron al unísono,
con más fuerza que nunca, antes de que la memoria de ella los
abandonase para siempre.
LA OTRA MEDICINA
No puedo hacer nada por usted. Lo siento dijo el
médico al moribundo.
Sí que puede hacer algo susurró el estertor de una voz
desde las profundidades de la almohada.
El médico se detuvo bajo el umbral de la puerta de la
habitación.
¿A qué se refiere?
Puede acompañarme hasta la muerte.
El médico dejó el maletín en el suelo, giró sobre sus talones,
y se dirigió a la vera de la cama del moribundo.
Fue el día en que alcanzó la cúspide de la medicina.
205
EL SOL DEL DINOSAURIO
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E
l enfermo terminal, quien aún no había cumplido los
treinta años, acuciado por el dolor, luchaba a brazo
partido con la Muerte. Una batalla perdida de antemano.
Era demasiado joven para saber que la Muerte jamás se mete
en la cama de un moribundo para sestear. El hombre, en el
fragor de la contienda, aliviado por la dosis de morfina que le
había administrado la enfermera, hizo un esfuerzo supremo
para incorporarse, pero sólo pudo alzar unos centímetros la
vista, lo suficiente para que el sol, que entraba a gritos por la
ventana de la habitación del hospital, lo iluminara por fuera y
por dentro. ¡El sol! El mismo sol que había acariciado la piel
de los dinosaurios hacía millones de años. Y acunado por este
pensamiento, el joven se ovilló en la cama, como un feto, y se
durmió agarrado a la Muerte.
ESTUDIOSO HASTA EL FINAL
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ra tan estudioso que, cuando murió, se dedicó a estudiar
la nada. Y aprendió todo, absolutamente todo.
LA SENDA FINAL
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mprendió solo el último viaje, ya no le quedaba nadie a
este lado; pero sabía qué camino debía tomar. Los seres
queridos que le habían precedido, al marcharse, habían
trazado una senda entre las tinieblas para que él llegara hasta
el final del principio.
206
BENDITA MADRE
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E
l hijo, mayor de edad, cuando se disponía a partir rumbo
a los destinos inciertos y apasionantes de la vida, al
despedirse de su madre, ésta se prosternó ante él y le pidió que
la bendijese.
Pero, ¿qué haces, madre? Eres tú la que debe bendecirme
a mí.
Te equivocas, hijo. Tú eres mejor que yo.
Porque llevo la belleza tuya conmigo, en el corazón de
mis adentros, por eso, pensó el hijo bendiciendo a su madre.
ALGO BUENO
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o estaba pasando fatal, pero algo bueno podía extraer
de la experiencia atroz que estaba viviendo: ahora estaba
mejor dotado para comprender el sufrimiento del otro Y él
era escritor.
AMOR ARIO
Usted es una mujer aria.
Lo soy.
¿Por qué se casó con un judío?
Porque mi corazón sólo veía a una persona digna de mi
amor.
Es usted la...
Sí, la mujer de un judío. A mucha honra.
La viuda de un judío, quería decir.
207
DOBLE DERROTA
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S
u oponente se mofó de él cuantas veces le derrotó, que fueron
muchas. Éste, lejos de sentirse vencido, ardía en deseos de
enfrentarse una vez más al ganador. Pronto se le presentó la
oportunidad que tanto anhelaba. Apabulló al que siempre le
había derrotado, y, luego, se burló de él. Fue entonces cuando
se percató de que, habiendo ganado, se sentía más perdedor
que nunca. Había desaprovechado la oportunidad de triunfar
a lo grande.
CIVILIZACIÓN
¿Qué es la civilización, abuela?
La ternura con la que me miras, hija mía.
EL OTRO CUADRO
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E
n cuanto terminó el cuadro, el pintor, de un salto, se metió
dentro de él. Quería conocer la otra cara del arte.
LA JUSTICIA EN SU SANTUARIO
¿Por qué llaman a esta ciudad el Santuario de la Justicia?
Porque aquí se juzgan los actos que cometen las
personas, y no las personas que han cometido los actos.
208
EL BOCADILLO Y EL LIBRO
¿Qué es más importante, maestro: un bocadillo o un
libro?
Lo importante es leer con el estómago lleno.
No ha respondido a mi pregunta.
Lee para comer, y, luego, lee después de comer.
¿Para poder volver a comer?
Y para poder volver a leer.
LA MUERTE NO ESTÁ INVITADA
A
A
nunció a sus familiares y a sus mejores amigos que él
se moriría como nadie había muerto: sin que la muerte
estuviese presente. Ninguno de sus interlocutores prestó
excesiva atención a las disparatadas palabras de un viejo que
había empezado a chochear. Sin embargo, sorprendentemente,
dos meses después, su vaticinio se hizo realidad. El anciano
murió mientras bailaba con su nieta pequeña en la boda de su
nieta mayor, fulminado por un ataque de vida.
EL SECRETO DEL GANADOR
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E
l secreto del ganador era muy simple: mientras el juego
duraba, jamás se daba por vencido. Y el juego era la vida.
209
EL REMEDIO DE LA VIDA
L
L
a adolescente, cuyo cuerpo sin vida se encontraba en el
fondo de un pozo, no le quiso revelar a su madre que se
encontraba en el otro mundo. Temía su reacción. La muchacha
se equivocó. La incertidumbre le dolió a la desconsolada
mujer mucho más de lo que le hubiera dolido la confirmación
de la muerte de su hija, ya que, desde que ésta desapareció, la
enterraba cada día sin enterrarla del todo. Así que, para aliviar
el sufrimiento infinito de su progenitora, a la joven difunta
no le quedó más remedio que hacerse presente. Y, entonces,
volvió a nacer.
UN RECUERDO
E
E
l recuerdo aquel que creía haber dejado definitivamente
atrás, tirado en la cuneta de un lejano calendario, lo
alcanzó a los ochenta años, cuando ya no podía emprender el
camino de la redención.
¡Maldita vejez del demonio!, se dijo.
Maldita la juventud tuya le replicó, airada, la vejez
suya.
¿Por qué maldita?
Porque el asesinato que cometiste se convirtió en un
recuerdo imperecedero cuando lo sepultaste en el olvido.
¿Y por qué me lo recuerdas ahora?
No he sido yo. Ha sido tu juventud que, como intuye el
principio del final, siente remordimientos de conciencia.
210
TREINTA NIETOS
L
L
a anciana tenía treinta nietos y a todos los quería, a unos
más y a otros menos, pero todos se sentían amados por
la mujer.
¿Cómo es posible, abuela, que tengas tanto amor
para repartir? le preguntó su nieto vigésimo en la cena de
Nochebuena.
El amor se multiplica con su uso.
¿Y cómo es posible eso?
Porque nada es imposible para el amor.
PERSONAJE HUÉRFANO
E
E
l personaje, a mitad de una novela, se había quedado sin
autor. Confuso, sin saber qué hacer con su orfandad,
se dedicó a lamentarse de su mala suerte durante las horas
siguientes. Sin embargo, cuando menos lo esperaba, luego, en
el silencio de lo más profundo de la noche, algo se encendió
en sus letras, como una luz sobrenatural. Era la inspiración. Y,
entonces, volvió a la vida.
EN BUENAS MANOS
Oliver Twist, el memorable libro de Charles Dickens, fue
abandonado por el joven lector encima de un asiento
del vagón del metro, al menos eso es lo que pensó el niño
Oliver mientras todas las letras que componían su nombre
gemían de dolor.
211
Una adolescente, apiadándose del desamparo que irradiaba
la novela, la recogió un minuto más tarde. Oliver, sin
embargo, sólo sintió un moderado alivio. No las tenía todas
consigo. Había distinguido en los ojos de la muchacha más
lástima que amor por la lectura. Además, era un libro de bolsillo
cuya legendaria belleza interior latía bajo una apariencia
desaliñada.
Mientras Oliver aguardaba con inquietud la decisión de
la viajera, ésta, hojeando las páginas del libro, encontró una
tarjeta personal.
En la salida de la estación, llamó al número de teléfono
que figuraba en ella.
El joven lector le dijo que no había olvidado a Oliver
Twist en el vagón, sino que lo había dejado a propósito para
que otra persona tuviera la posibilidad de leerlo.
Otra persona, por ejemplo, tú.
¿No te ha gustado?
Si no me hubiera gustado, no lo habría dejado en el
asiento del vagón razonó el joven lector.
Continuaron hablando durante un par de minutos, y Oliver,
en el interior del bolso entreabierto de la muchacha, sumido
todavía en el escepticismo, sólo pudo captar algunas palabras
sueltas, las cuales no le proporcionaron ninguna pista sobre el
destino que le aguardaba. Sin embargo, cuando escuchó a la
joven despedirse, disipó casi todas sus preocupaciones. Si era
una persona de fiar, ahora todo dependía de él, de sus letras.
Y tenía plena confianza en ellas.
Cuando lo lea, te llamaré para decirte lo que me ha
parecido.
De acuerdo le dijo él.
La muchacha llamó al joven lector tres días más tarde, y
212
le propuso quedar para conocerse. Éste aceptó. Se citaron a
media tarde, en la entrada del metro de la Plaza Mayor.
La muchacha, tal y como habían acordado, llegó con
Oliver Twist abrazado contra el pecho. El joven lector la
estaba esperando. Se miraron a los ojos durante unos instantes,
dudando entre darse la mano o besarse en la mejilla, y, al final,
resolvieron sus dudas dejándose llevar por la espontaneidad;
se besaron en la mejilla entretanto se estrechaban la mano.
Me llamo Daniel.
Y yo Paula.
¿Qué te ha parecido? preguntó él señalando a Oliver.
Es una novela maravillosa. Mañana, empezaré a leer
David Copperfield.
Oliver me ha convencido de que merece
la pena conocer en profundidad al autor de sus días
, de sus
páginas, quiero decir.
Y de sus días también, unos días que durarán toda la
vida. Las novelas clásicas no morirán nunca
Eso espero.
Intuía que Oliver Twist iba a caer en buenas manos. No
dejes de leer la que a mí me parece la mejor obra de Charles
Dickens, me refiero a Grandes esperanzas. Se han hecho
varias versiones cinematográficas de la novela. Una de ellas
titulada Cadenas rotas.
¿La historia de un niño pobre que ayuda a escapar a un
prófugo y que, al cabo de los años, un benefactor misterioso
empieza a costear todos sus gastos?
Esa.
La he visto varias veces en televisión. Toma, Daniel.
El joven se negó a aceptar el libro que le devolvía Paula.
Es tuyo. Abandoné a Oliver Twist a su suerte. Conmigo
ya no tenía nada que hacer. Lo he leído cinco veces.
¿Y crees que la fortuna le ha acompañado?
213
Por supuesto
¿A dónde vamos?
A donde Oliver nos lleve, Daniel.
Cuando Oliver coge a alguien por los ojos, siempre lo
lleva hasta el punto final.
Pues hasta el punto final iremos.
Vamos.
Y los dos jóvenes lectores se adentraron en la estación del
metro. Oliver estaba en las mejores manos.
LA GRAN PREGUNTA
¿Cuál es el sentido de mi vida?, preguntó el hombre
desde la cumbre de la montaña.
En un principio, creyó que el eco le devolvía la pregunta:
¿Cuál es el sentido de tu vida?; pero, pronto, se percató de
que no había sido el eco, ya que los ecos se limitan a repetir,
no a matizar. Y la pregunta que acababa de resonar había
cambiado el adjetivo posesivo mi por tu.
¿Quién eres?, voceó.
La vida, le respondió la voz.
UN HÉROE DE GUERRA
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l joven universitario, con una mochila al hombro, se
dirigió hacia el único asiento que había libre en el vagón
del tren de cercanías, junto a la plaza que ocupaba un viejo
muy viejo cuyas manos, temblorosas, reposaban sobre el
puño dorado de un bastón. Sin que existiese una razón lógica,
el estudiante titubeó unos segundos antes de tomar asiento.
214
Aunque el viejo, con traje y corbata, presentaba un aspecto
pulcro, su persona irradiaba algo intangible, como un aura
negativa, que producía en el observador una sensación de
rechazo. No obstante, al final, el joven optó por sentarse.
Hasta la parada de la universidad le quedaban casi treinta
minutos de trayecto, y, luego de haberse quedado estudiando
hasta altas horas de la noche, le vendría de perlas echar una
cabezada para despejar la mente y afrontar así en mejores
condiciones el examen de Historia de España que tendría
lugar a media mañana.
Yo, a los dieciocho años, fui un héroe en España, en la
Guerra Civil, y, poco después, recién cumplidos los veinte, en
Rusia, en la Segunda Guerra Mundial. Pertenecí a la División
Azul le dijo el viejo muy viejo, a los dos minutos, con un
carraspeo previo a modo de aviso, cuando el joven, con un
libro entre las manos, empezaba a amodorrarse.
¿En serio?
Muy en serio. ¿Has oído hablar de la División Azul?
Algo, sí. Estudio Historia en la universidad.
¿Y, siendo historiador, sólo sabes algo?
Estoy en primero de carrera.
¿Y qué has oído o leído de la División Azul?
Que la formaban unos fachas españoles que
combatieron en el frente ruso, durante la Segunda Guerra
Mundial, junto a los nazis.
¿Unos fachas, has dicho? El viejo aferró con sus
manos sarmentosas el bastón y, con los ojos desorbitados y
las mejillas encendidas, giró la cabeza hacia el universitario.
¿Unos fachas los voluntarios de la División Azul, muchos de
los cuales, yo entre ellos, eran falangistas? ¿Esa es la historia
que os enseñan en la universidad?
215
En la universidad y en mi propia casa, señor. Mi abuelo
materno fue un oficial republicano en la Guerra Civil. Una vez
terminada la contienda, lo encarcelaron, y ocho años se pasó
en presidio, obligado a trabajar en la construcción del Valle
de los Caídos, en San Lorenzo de El Escorial. Allí perdió, el
pobre, la salud. Él fue quien me habló de cómo la gastaban los
falangistas en la guerra
y después de ella.
Algunos falangistas, que de todo hay en la viña del
Señor. Además, lo que Franco hizo en la posguerra, no gozó
de mi aprobación. Tenía que haber sido más misericordioso
con los vencidos, y no tan cruel y vengativo. En fin, vuelvo
a mi historia. Mientras tu abuelo trabajaba a la fuerza en el
Valle de los Caídos, yo, que en aquel entonces tenía más o
menos tu edad, defendía el orgullo patrio, junto a mi hermano
y a mi primo predilecto, combatiendo en Leningrado contra
otros rojos muchísimo peores que los españoles. Aquellos
pretendían dominar el mundo.
¿Ha dicho usted el orgullo patrio?
El orgullo patrio, sí, porque nos enorgullecíamos
de luchar, en nombre de España, contra la tiranía del
comunismo. Incluso nos negamos a enfundar el uniforme de
la Wehrmacht, tal y como pretendían los mandos alemanes.
Nos sentíamos muy orgullosos de lucir el color azul de los
falangistas, esos a los que tú tan alegremente has descalificado
hace unos instantes. Si debíamos morir en aquel lodazal de
sangre, vísceras y arroyos de lágrimas, lo haríamos ataviados
con nuestra gloriosa indumentaria el viejo hincó la barbilla
en el pecho y se mantuvo en silencio unos segundos, con los
ojos fijos en la contera de su bastón; luego, con una voz de
ultratumba, agregó: Lo peor vino después, cuando nos
retiramos del frente ruso.
216
¿Qué sucedió entonces?
Sólo podrás entender lo que ocurrió si te cuento lo que
precedió al entonces. En Leningrado, cuando mi hermano y
mi primo cayeron literalmente despedazados por un mortero
(yo me salvé de milagro gracias a que segundos antes me
había alejado unos metros de la trinchera para ir a hacer mis
necesidades. Una cagada me salvó la vida. Qué cosas). Cuando,
a los cinco minutos, regresé y vi sus restos hechos trizas, me
convertí en un monstruo sediento de sangre roja, un monstruo
sin miedo a nada, ni a los rusos ni tampoco a la muerte. Mi
osadía, unida a mi agilidad y una formidable puntería, me
permitieron protagonizar varias hazañas bélicas que me
labraron el respeto y la admiración de los mandos alemanes.
Cuando Franco ordenó la repatriación de la División Azul,
yo me quedé con los nazis. Las ansias de venganza tiranizaban
mi voluntad. Tras una serie de avatares, alguno rocambolesco,
poco tiempo después, pasé a formar parte de la Gestapo, bajo
las órdenes implacables de Reinhard Heydrich, el carnicero de
Praga. En la capital checa, adonde pronto me trasladaron, el
héroe del frente ruso degeneró en una alimaña. El sadismo de
su jefe lo inspiraba.
Se convirtió en un asesino despiadado, ¿no? el joven
ya no tenía que disimular que escuchaba al viejo, la historia
había ido despertando un interés creciente en él.
Más o menos. Como me supongo que sabrás, un
comando suicida checo perpetró un atentado contra Reinhard
Heydrich. Éste, mal herido, sobrevivió a la bomba que
arrojaron contra su coche, pero murió a los siete días por una
septicemia. Después de aniquilar a los autores del magnicidio
en la iglesia de Praga donde se habían escondido, la delación
217
recompensada de uno de los miembros del comando, quien
nos facilitó un informe detallado de todas las andanzas de
los terroristas hasta la comisión del atentado, emprendimos
una cacería contra los ciudadanos checos que habían dado
cobertura a los asesinos. Yo maté con mis propias manos a
más de una decena de civiles, entre ellos, un cura, dos mujeres,
una madre sexagenaria y su hija treintañera, y un chiquillo de
apenas trece años.
¿Por qué me cuenta todo esto, a mí, que soy un
desconocido para usted?
Porque, porque
¿Para aliviar su conciencia, o para fanfarronear de sus
hazañas bélicas?
El viejo dirigió a su interlocutor una mirada preñada
de una infinita tristeza y, obviando la pregunta planteada,
continuó narrando su macabra historia.
Las víctimas de Praga, sus súplicas, sus rostros
aterrorizados, y sobre todo, la mirada pavorosa del púber, no
me han permitido dormir en paz ni una sola noche de estos
últimos sesenta y tantos años. Por cierto, la mujer treintañera
a quien ejecuté, estaba embarazada.
En la guerra, por desgracia, los humanos nos
convertimos en unas bestias sedientas de sangre. La sangre de
los otros, los que consideramos infrahumanos.
Sí, ellos pensaban lo mismo, me refiero a los nazis.
Decían que liberaban de su mediocridad a los habitantes de
los países conquistados, por no mencionar de qué liberaban a
los judíos. Los gritos de la mujer encinta señalándose el vientre
antes de coserla a tiros, el gesto misericordioso de la anciana,
como perdonándome mi atrocidad, y los ojos suplicantes del
muchacho
¡Ay, el muchacho!
218
No se atormente, abuelo. Ha pasado más de medio
siglo, con sus remordimientos ya ha pagado con creces las
tropelías de su yo veinteañero.
No, no las he pagado todavía, pero, si te dignases en
hacerme un gran favor, quizá podría descansar en paz de una
vez por todas
Dígame de qué se trata. Si está en mi mano, prometo
ayudarle.
Claro que está en tu mano, muchacho, precisamente
en ella está. En mi casa, en un cajón de mi escritorio, guardo
una pistola y varias balas el viejo muy viejo acercó la
boca al oído del estudiante y, con voz apenas audible, agregó
entre susurros: ¿Me ayudas a matarme? Yo solo no puedo.
Carezco de valor.
LA HOMBRÍA
C
C
uando se hizo hombre entre las piernas, se percató de que
la humanidad estaba más arriba, a su izquierda, y que
tendría que crecer mucho para alcanzarla.
EL FINAL DEL INTERROGANTE
E
E
mpezó siendo un puntito que había emergido del extremo
de una especie de surtidor; después, se convirtió en un
punto que, en la oscuridad de la noche, desorientado, se
dejó guiar por el azar. Era un azar bendito que lo condujo
al seno de una cueva cálida. Pronto se quedó profundamente
dormido; al alba, lo despertó un haz de luz. La curiosidad y
219
el hambre lo animaron a aventurarse fuera de la cueva. En el
calvero de un bosque, se erigía una extraña fuente, cóncava,
de la que fluía una sustancia blancuzca. La probó. Sabía bien.
Se dio un festín durante unos minutos. A media mañana, se
detuvo delante de una laguna, atraído por la imagen que se
reflejaba en la superficie: había crecido tanto que ya era la
primera letra de una frase ilegible que terminaba en un signo de
interrogación. Reanudó su camino. Por la tarde, en la ribera de
un río, comprobó que había alcanzado el interrogante del final
de la frase: ¿Quién eres? Corrió en busca de la respuesta. La
encontró al anochecer, al final de un largo camino, junto a la
cancela del cementerio. Era un signo de admiración.
LETRAS EN EL CIELO
E
E
l escritor escribe y escribe y escribe. Sus letras, empujadas
por el viento de la imaginación, trazan renglones en el
cielo. De vez en cuando, el escritor interrumpe la escritura y,
con los ojos fijos en el firmamento, se imagina que alguien
trazó unos renglones en las alturas. A la mañana del día
siguiente, escribía y escribía y escribía.
¿Qué escribes, papá?
Letras en el cielo.
EL INSTANTE PERFECTO
C
C
lara Arroyo, con un hatillo sobre la cabeza, camina a
intervalos desde hace varias horas; ignora a dónde se
dirige, sólo sabe que debe seguir hacia delante. Una fuerza
220
misteriosa, surgida de lo más hondo de sus adentros, la
impele a ello.
Su hijo, Abel, al que en ocasiones, en un chispazo mental,
logra reconocer, fue a visitarla a la residencia La edad dorada
a las nueve y media de la mañana, y, aprovechando el sol
radiante de primavera, se empeñó en sacarla a pasear por
el jardín. Clara aceptó a regañadientes, no sin antes reunir
en un hatillo sus pertenencias personales más valiosas: un
sobre amarillento en el que guarda una docena de fotos, un
broche de plata en forma de tulipán, un ejemplar de la Biblia
y un pintalabios. Desde que ingresó en La edad dorada, hace
catorce meses, Clara siempre lleva el atadijo sobre la cabeza
o entre las manos; sin él, se niega a salir de la habitación.
Abel, al principio, trataba de convencerla para que dejara
las cosas dentro del armario.
Aquí nadie te las quitará, mamá le repetía durante
los primeros días.
Ante semejante ocurrencia, la madre miraba a su hijo con
ternura, como apiadándose de su analfabetismo sentimental,
al mismo tiempo que afianzaba el hatillo sobre la cabeza o lo
estrujaba contra el pecho.
Sin embargo, una mañana en la que Abel insistió más de
lo habitual, en un destello de lucidez, la mujer sorprendió a
su hijo con un razonamiento lógicamente irrebatible.
A mí sí que pueden quitarme, hijo. La muerte, a mi
edad, ya no avisa, se ha cansado de hacerlo en los años
anteriores. Cuando suene la hora, y puede sonar en cualquier
lugar y en cualquier instante, hoy más probable que mañana,
se acabó, punto final. Por eso llevo el hatillo, para sentirme
acompañada cuando cruce el umbral del otro mundo.
¿Acompañada de objetos?
221
De recuerdos, hijo. Estas cosas son el ábrete,
Sésamo del santuario de mi memoria. Sin ellas, me quedo
desamparada, a merced del ingrato presente.
¿Por qué no las metes en un bolso? Te resultaría más
cómodo. Podrías colgártelo del brazo y así tener las manos
libres.
Porque prefiero envolverlas en el pañuelo de seda
que me regaló tu padre días antes de que sufriera el infarto
traidor. Además, aunque te parezca increíble, en cuanto
siento el roce suave de la seda en mi piel, mi corazón recupera
el brío de antaño.
Tras escuchar estas palabras, el hijo, con buen criterio,
no volvió a mencionar el asunto.
Al minuto de bajar al jardín, hace unas horas, sonó el
teléfono móvil de Abel. Un asunto imprevisto requería su
presencia inmediata en la oficina. Se despidió atropelladamente
de su madre con un abrazo y la promesa de que volvería al
cabo de dos días.
La anciana, después de dar las vueltas de rigor
alrededor del monolito erigido en honor del fundador de
la residencia, un prohombre de las finanzas, se sentó en un
banco a auscultar el sonido de los árboles, y, al minuto, al
ver de reojo la puerta de la verja entreabierta, espoleada por
una voz surgida del corazón de su alma, salió al exterior sin
que nadie se percatara de ello.
Pronto, perdió de vista el edificio de la residencia. No
era consciente de a dónde se dirigía, pero alguien dentro de
ella sí parecía saberlo.
Pasito a paso, fue alejándose del centro de la ciudad.
En un barrio de los arrabales, en una intersección de
caminos, luego de titubear unos segundos, opta por seguir
222
la recomendación que le hace la voz poética de la Clara
Arroyo adolescente, quien, desde los confines de la memoria,
recita uno de los poemas favoritos de la Clara de todos los
tiempos: Llegué a una bifurcación de caminos, y escogí el
menos transitado; ahí radicó la diferencia.
La anciana se detiene a beber en una fuente natural
de la que mana un chorro de agua fresca y cristalina. Un
peregrino del Camino de Santiago que se halla sentado en la
hierba dando buena cuenta de un bocadillo regado con vino
de Jumilla, le ofrece un plátano y un sandwich de queso
manchego recién curado. Clara sólo le hinca el diente al
plátano; el emparedado, tras envolverlo en una servilleta de
papel, lo guarda en el hatillo.
Eche un trago, señora.
Si lo hiciera, me quedaría varada en el polvo del
camino.
¿A dónde se dirige?
Clara está a punto de confesar al desconocido que huye
de una ciudad inhóspita y extraña, pero, cuando va a abrir la
boca, se le olvida lo que iba a decir.
Adonde mis pies me lleven responde por fin,
recordando fugazmente el título de la última película que vio
en el cine con su amado Jacinto.
Entonces, va en la dirección correcta.
Al poco de reanudar la marcha, la anciana desemboca en
otro cruce de carreteras. El canto de sirena de sus reminiscencias
le insta a tomar la que conduce al pueblo de Los Álamos.
Un kilómetro más adelante, se sienta en un mojón a
comer el pan con queso del peregrino. Mientras mastica con
la mirada enredada en la vegetación que bordea el asfalto y el
oído absorto en el gorjeo de los pájaros, la música de los dioses,
223
el olor a naturaleza despierta un eco en su memoria: Pronto,
Clara, muy pronto.
Al atardecer, extenuada, con las plantas de los pies
salpicadas de ampollas, la mujer desemboca en una calle
flanqueada de casas de planta baja cuya visión reanima
instantáneamente su moribundo cerebro. Unas cuantas
neuronas, sorteando precipicios y pozos sin fondo, a punto
están de fundirse en un inolvidable recuerdo. Lo impide el
grito extemporáneo de una lugareña que pronuncia su nombre
desde una ventana:
¡Clara!
Sin girar la cabeza, la anciana continúa su forzada marcha
apremiada por otra voz mucho más familiar y entrañable.
Al doblar la esquina de la calle, sus ojos, súbitamente
engrandecidos, se dan de bruces contra una cancela de rejas
encajada en un muro remozado de un blanco cegador.
Adelante, Clara, la arenga una voz inconfundible. ¡La
voz!
No se lo piensa dos veces. A unos metros, sus pies se
detienen frente a una lápida cuyo epitafio provoca un respingo
en el corazón de la mujer: Aquí yace un hombre de fortuna.
Clara iluminó su vida
Después de releer el texto media docena de veces,
embargada por la emoción, en un formidable esfuerzo, se
prosterna frente a la lápida. La memoria, enternecida por
las lágrimas que brotan de los ojos de la mujer, le regala las
estampas primaverales de una boda: la de Jacinto Pacheco y
Clara Arroyo. La novia se deja caer sobre el mármol de la
tumba, con el hatillo abrazado contra el pecho, y, al minuto, se
duerme acunada por los sueños de una luna de miel, la suya.
El instante perfecto.
224
DOS VIDAS
L
L
a anciana arrastra bajo la lluvia un carrito rebosante de
bolsas de la compra. En un recodo de la acera alfombrada
de hojas se resbala y está a punto de precipitarse al suelo. Una
mano samaritana la sujeta en el último momento.
Gracias, buen hombre le dice al dueño de la mano.
Mis huesos frágiles no hubieran soportado una caída, o sea,
que me ha salvado usted la vida. Sé que es poca cosa, pero es
lo único que tengo.
¿Poca cosa? Ay, señora. Nadie me ha mirado con los ojos
de gratitud con los que usted me mira. Me ha llenado de vida.
Y dos vidas, bajo la lluvia, cierran sus paraguas para
fundirse en un fenomenal abrazo.
EL PERRO QUE HABLA
Los perros no hablan, ¿verdad, papá?
Los perros ladran.
Entonces, ¿por qué habla el perro del cuento?
Porque tú quieres que hable, hijo.
¿Yo? ¿Cómo?
Cada vez que lees el cuento del perro que habla.
NARCISO A VOCES
N
N
arciso se compró el último chisme del mercado, no por
sus prestaciones, sino por lo que proclamaba al mundo
sobre sí mismo.
225
EL HOMBRE MÁS TRISTE DEL MUNDO
Sólo el amor engendra amor; ahora lo sé, se dijo el
hombre más triste del mundo, el solitario vocacional, en
el ocaso de su existencia.
Y el hijo de sus vecinos, un niño de diez años, lo oyó y lo
escuchó.
ESCONDIDO
A
A
l cerrar los ojos, lo vio.
¿Qué haces, aquí?
Vivir en tu recuerdo.
SOL EN EL OCASO
A
A
l llegar al ocaso de su existencia, el hombre solitario
aprendió la lección que nunca había tenido interés en
aprender: que sólo el afecto genera afecto.
¡Demasiado tarde! exclamó.
No le dijo la mujer octogenaria a la que había
conocido el mes pasado.
¿No? preguntó el hombre.
No respondió la mujer besando con dulzura sus
labios.
LA FRATERNIDAD
N
N
o es una cifra. Es el mundo entero. En sus ojos se refleja
el sufrimiento centenario de sus ancestros, también
226
la esperanza invencible. Nos abrazamos con la mirada. No
entiendo su lengua, él tampoco la mía; pero sabe lo que le
digo, sé lo que me dice. Nuestras manos se juntan. Él soy yo,
yo soy él. Hermanos, para siempre.
MARISOL Y JULIÁN
A
A
unque era abstemio, se pasaba todas las tardes acodado
a la barra del bar. Sólo allí la soledad, entre trago y trago
de agua, le concedía un respiro.
Buenas, ¿está solo?
Sí.
Yo suelo sentarme allí, en el rincón, junto a la ventana,
y siempre me fijo en usted.
¿Y qué ve?
He visto una soledad inmensamente solitaria.
¿Ha visto?
Sí, hasta hoy. Me llamo Marisol.
Y yo, Julián.
Julián y Marisol volvieron al día siguiente al mismo bar.
Juntos.
EL PODER DE UN ESCRITOR
No vales, jamás serás escritor, no puedes
El joven escritor, en la soledad de su cuarto, escribía y
escribía ahogando con el tecleo la voz interior que lo fustigaba:
No vales, jamás serás escritor, no puedes
Años más tarde, mientras el escritor que un día fue joven
tecleaba delante de la pantalla del ordenador, al fondo oyó
227
una vocecilla: No valías, jamás serías escritor, no podías...
Pero pudiste. Fue el día en que terminó su novela.
PUNTOS SUSPENSIVOS
M
M
iró atrás, y divisó el pasado flanqueado por unos signos
de admiración; dirigió la vista hacia adelante, y divisó
en lontananza el futuro entre interrogantes; cerró los ojos y
vio el presente seguido de un punto y aparte.
Reconfortado por lo que había visto, se adentró en lo más
profundo de sus entretelas, dispuesto a sembrar de certezas
el porvenir. Y empezó a escribir la página de hoy. Puntos
suspensivos
EL GRAN CAMBIO
Quiero cambiar de colegio, mamá.
¿Por qué?
Porque mis compañeros me llaman pernicorto.
¿Crecerán tus piernas en un nuevo colegio?
Pues
Las piernas crecerán si quieren crecer. No depende de ti.
Pero sí depende de ti que crezca otra cosa, independientemente
del colegio al que vayas.
¿Qué otra cosa es esa, mamá?
El coraje, hijo.
228
ELLA, LA LUZ
E
E
l día, triste y oscuro, languidecía, cuando, de pronto, todo
se iluminó. Ella lo miraba.
ESPECIALISTA EN SILENCIO
E
E
ra especialista en el silencio; no paraba de hablar de su
especialidad.
INFINITUD
M
M
iraba a menudo hacia el infinito, a todas horas, todos
los días. El infinito: los ojos de ella.
EL SECRETO DEL CAMBIO
Las personas cambian, aunque sigan siendo las mismas.
Cambian a nuestros ojos, se dijo el desenamorado al
contemplar a la mujer a la que ayer amaba.
EL ECO DEL RECUERDO
E
E
staba muriéndose en la más completa soledad. Se moría
como había vivido. ¿Dejaría algo en este mundo aparte de
las donaciones millonarias realizadas a unas cuantas oenegés?
¿Un recuerdo imborrable en la memoria de alguien? ¡No! O
229
quizá sí. Esos ojos lo miraban con arrobo, con ternura incluso.
¿Quién sería?Soy yo, Amelia, la enfermera. Es un usted un
hombre excepcional. Lo recordaré siempre. Descanse en paz,
Santiago.
El anciano cerró los ojos, emitió un suspiro y se coló en la
memoria de Amelia, cuyas puertas estaban abiertas de par en
par a su recuerdo. Luego, Santiago voló muy lejos.
EL PAISAJE DEL AMOR
S
S
e recreaba en la felicidad que irradiaban el hombre y la
mujer que se sentaban a diario frente a él, en la cafetería de
la Plaza Mayor. No los miraba con envidia, sino con regocijo.
Él, un fracasado recalcitrante en la aventura del amor, con el
ejemplo de la pareja, mantenía la esperanza de que un amor
parecido algún día lo mirase con los ojos embelesados con
que la mujer de la cafetería, octogenaria, quizá nonagenaria,
miraba al hombre: los ojos de la ternura.
LADRIDO AL CIELO
E
E
l perro ladra a la luna. Su amo es astronauta.
ABAJO, ARRIBA
S
S
e agachó tras un esfuerzo ímprobo, apoyó las palmas de las
manos en el suelo y se dejó caer. Ya era como un gusano. Ahora,
sí, se dijo incorporándose. Ya estaba listo para tocar el cielo.
230
LA NOCHE DEL HÉROE
¡Socorro! oyó entre sueños.
Se despertó bruscamente. El grito provenía del exterior.
Otra noche que no pegaría ojo.
Se vistió a toda prisa y corrió hacia la calle. En los tiempos
que corren, hay demasiados malvados para tan pocos héroes.
LA LECCIÓN DEL ALCOHOL
S
S
in alcohol, no hubo diversión. Fue una noche inolvidable.
Los jóvenes aprendieron ese día lo aburridos que eran;
alguno, a partir de entonces, obró de acuerdo al saber
aprendido.
ANTES DE PERDER LA ESPERANZA
A
A
nte el sufrimiento, lo que más le dolió fue el silencio sordo
del amigo que, mezclado entre las decenas de curiosos,
no movió un músculo para ayudarle. En ese momento, perdió
la esperanza. Pero sólo la perdió durante unos segundos.
Cuando trataba de protegerse de los golpes que le llegaban
desde todos los ángulos, de entre el grupo de espectadores
surgió un hombre corpulento, un desconocido que lo salvó de
la muerte, la de su cuerpo y la de la esperanza.
231
CARTAS CERTIFICADAS
¿Va a tardar mucho? preguntó la mujer madura al
joven que le precedía en la cola de Correos.
Unos minutos, sí. He de certificar tres cartas.
Ojalá lleguen a su destino dijo la mujer.
¿Por qué ha dicho eso? Pues claro que llegarán, señora.
Las cartas que mando certificadas siempre llegan.
Las mías no llegan nunca, y si llegan, no me entero
razonó ella.
¿Por qué las manda entonces?
Para mantener viva la esperanza.
EL PALACIO DEL AMANECER
S
S
oñó durante toda la noche con palacios; en cuanto la luz
del alba lo despertó, escribió un poema.
AUTORÍA DE UN LIBRO
Escrito por el autor, informaba la etiqueta del libro.
El lector supo que ese era su libro. Por fin un editor
caía en la cuenta de que en la literatura la obviedad se había
convertido en el secreto mejor guardado. ¿Quiénes escribían
los libros que se publicaban? A veces, el propio autor. Es justo
que los lectores lo supieran.
232
EL CAMINO DE LA PALOMA
S
S
e le echó la noche encima en mitad de la nada. Al poco,
empezó a llover con intensidad. Pronto, el camino se convirtió
en un lodazal. Anduvo a tientas por una larga vereda flanqueada
de árboles, luego, sintió que el terreno se inclinaba hacia arriba.
Aunque ignoraba si la pendiente conducía a la cumbre de una
montaña o a un precipicio, siguió ascendiendo. Intuía que su
única posibilidad de salvación se encontraba más arriba. Al cabo
de una hora de ascenso, cayó exhausto, bajo una roca.
Cuando amaneció y miró hacia abajo desde las alturas,
descubrió, asombrado, que en su deambular de aquí para allá,
sus pasos habían dibujado en el barro la figura de una paloma. Y
fue entonces cuando se le ocurrió una disparatada idea. ¿Y si
?
Extendió los brazos, tomó carrerilla y surcó los aires.
EL CONSUELO
C
C
ada vez que la vida le asestaba un revés, se consolaba
arrojándose en los brazos de su madre difunta.
EL NÚMERO DE SU SEGUNDA CASA
¿Qué lleva usted anotado en el antebrazo, señora?
preguntó a la invitada nonagenaria el presentador
de Usted primero, el sorprendente programa de sorpresas de
la televisión pública.
Un número.
¿De teléfono?
233
Es el número de mi segunda casa, allí pasé tres años
interminables.
¿Vive alguien ahora allí?
No lo sé, tal vez sí.
¿Probamos?
Probemos.
La mujer extrajo del bolso un teléfono móvil, y marcó los
números grabados en su antebrazo.
Una voz de ultratumba resonó al otro lado.
Aquí Auschwitz. ¿Quién llama?
LAS RAÍCES DE LAS PREGUNTAS
¿Adónde van a parar las preguntas que se responden?
preguntó la adolescente a su abuelo.
Probablemente, se meten dentro de las respuestas a
esperar su oportunidad.
¿Qué oportunidad?
La de que las respuestas echen raíces y broten en otras
preguntas.
EL PLACER DE UN LIBRO
Me haces cosquillas.
¿Qué? ¿Quién? preguntó la niña, con el libro
entre las manos, mirando a izquierda y a derecha.
He sido yo le dijeron las letras impresas.
La niña, asustada, dejó el libro sobre la mesa.
No temas, y cógeme de nuevo, tonta.
234
La niña, con cierta prevención, fue acercando los ojos al
papel.
¿Cómo puedo hacerte cosquillas a ti, que eres un libro?
Con tus pestañas, cuando me lees
Léeme.
La niña leyó, y el libro, al sentirse cosquilleado, emitió un
suspiro de placer.
ENSEÑANZA DE NOVELA
C
C
omo quería aprender, se puso a escribir una novela.
Aprendió mucho sobre sí mismo, entre otras cosas, a que
no sabía escribir novelas.
MUERTE VIVA
E
E
s el último miembro de su linaje que continúa vivo. Ay, la
supervivencia: la peor de las muertes. Vives para morirte
un poco cada día sabiendo que la muerte, otra muerte, te
aguarda al otro lado de la noche.
LA NATURALEZA SE REBELA
É
É
l no la amaba, así que la naturaleza hizo lo que debía
hacer en las entrañas de la joven para no concebir lo
inconcebible: una criatura fruto exclusivo del placer, no del
amor. Ahí comenzó la revolución de la Humanidad, la que la
Naturaleza llevaba siglos anhelando.
235
EL DÍA DE LA NAVIDAD
E
E
l nieto predilecto de la anciana se presentó de improviso,
en el pueblo, la mañana de Nochebuena.
Adrián, ¿qué haces tú por aquí? preguntó la abuela
mientras sonreía de oreja a oreja.
He venido a pasar la Navidad en el pueblo, contigo.
Fue una de las mejores Navidades que habían vivido hasta
entonces la anciana y el joven veinteañero. Separados por más
de medio siglo, la abuela y el nieto se encontraron en el hoy, la
Navidad en la que la vejez fue joven y la juventud vieja. El día
de todas las edades, el día en que la Navidad se hizo mayor.
EL OTRO CON ÉL
S
S
e sumergió en el pozo del dolor y estrechó la mano que
le tendía el otro mientras los ojos de ambos se fundían
en una mirada de ternura; subió a la superficie colmado de
humanidad. Llevaba al otro, el doliente, consigo, alegrándole
el corazón.
LA BELLEZA DEL NADADOR
S
S
e desliza por la piscina ajeno a la hermosura de la mujer
que toma el sol en el césped. La belleza para el nadador
tiene nombre masculino.
236
NADA, NADIE
M
M
eses atrás no supo articular las palabras que otrora había
pronunciado innumerables veces; hace unas semanas, no
pudo recordar unos cuantos nombres propios; ayer le resultó
imposible reconocer a sus hijos; hoy alguien la está mirando
fijamente sin apenas parpadear; le sonríe abiertamente. Es un
rostro que le remite a un pasado remoto, acaso a su juventud,
quizás a su infancia. Le hace una seña con la mano, como
invitándola a ir con ella. ¿A dónde querrá que vaya? Por ahí
no se va a ningún sitio
¿O sí?
EL POZO DEL TIEMPO
E
E
l hoy, con la vista fija en el horizonte del mañana, no se
percató de que metía el pie en el pozo del ayer.
LUZ
S
S
umido en la noche más oscura, abrió un libro y la habitación
se iluminó.
LUJO NECESARIO
D
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isfrutaba mucho en la piscina de la urbanización. Mal
asunto. El lujo lo había convertido en necesidad. Al día
siguiente de concluir sus vacaciones, se hipotecó. Y, entonces,
el lujo se transformó en hábito.
237
UNA MONJA Y UN MONJE
É
É
l ingresó en un monasterio un mes después de que ella
entrara en un convento. A los cinco años, tras revelarse
Dios a ambos, ella abandonó el convento poco antes de que él
colgara los hábitos.
Se encontraron una semana después en la misma plaza en
la que se conocieron. El Dios de él y de ella guió sus pasos
hacia los brazos del otro. Fue entonces cuando empezaron a
practicar su verdadera religión.
EL ABANICO DE LOS RECUERDOS
E
E
l viejo muy viejo recuerda a diario alguno de los episodios
vividos junto a su mujer y su hijo. Sin él, sus seres queridos
no vivirían; por eso vive, para que ellos no mueran, al menos
eso cree él. Pero está equivocado: no vive para que ellos no
mueran, ya que, al recordarlos, sus ojos refulgen y su ánimo
se entona, y los otros, los vivos, se aproximan al viejo y, al
impregnarse del aroma que destilan sus recuerdos, se llenan
de él, de la humanidad de un viejo muy viejo al que nunca
olvidarán.
VIDA EXCESIVA
C
C
onservaba intactas las facultades mentales, no así el
vigor del cuerpo, mientras acumulaba años en contra del
pronunciamiento de la Demografía. La Muerte pasaba por
sus inmediaciones y, en más de una ocasión, se detuvo en su
casa, no para recogerlo a él, sino a otros. El viejo viejísimo
238
había aprendido la lección: la peor muerte es la vida extrema,
la que se prolonga durante más de cien años.
El día que cumplió el primer año de su segundo siglo,
en una especie de epifanía, supo lo que debía hacer. Desde
entonces, se dedica a enseñar la lección que ha aprendido.
Algunos la aprenden. En efecto, la muerte a su tiempo es vida;
la vida en exceso es muerte.
EL CONSUELO DEL GENIO
E
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l Premio Nobel de Medicina, uno de los mayores genios
de la historia de la humanidad, a solas en su laboratorio,
llegó a la inapelable conclusión de que la gente lo admiraba
por su cerebro, no por su corazón. Ningún medicamento
puede sustituir al amor, se dijo mientras contemplaba la
vacuna, descubierta por él, que había permitido a otros seguir
amándose. Ese era su consuelo.
LOS REYES SON REYES
E
E
l Rey y el Príncipe heredero hicieron respectivamente de
Melchor y Gaspar en la Cabalgata de los Reyes Magos,
y ese día, en la capital del reino, muchos ciudadanos adultos
volvieron a creer en los Reyes.
239
LA ÚLTIMA MIRADA
E
E
l avión en el que viajaba estaba a punto de estrellarse.
Durante unas decenas de segundos, en los que el tiempo
cronológico se ralentizó, el hombre visualizó, como en una
película, los momentos más relevantes de sus cincuenta años
de existencia, y no halló consuelo ni en una sola escena. Su
vida había sido un completo fracaso. Qué muerte más amarga.
En un asiento del otro lado del pasillo, en la misma fila,
una mujer menuda, entre sollozos, repetía los nombres de sus
tres hijos. El hombre, en un impulso, se acercó a ella y le cogió
las manos.
Túmbese en el asiento, señora. Yo la protegeré con mi
cuerpo. Tal vez usted consiga salvarse.
La mujer, con los ojos rebosantes de lágrimas, dirigió a su
protector la mirada más hermosa que éste había visto jamás:
la mirada del agradecimiento. Fue un segundo antes de que el
avión se hiciera trizas contra una montaña. Toda la vida del
hombre no había sido un fracaso.
EL DESCANSO DE LA ESPERANZA
L
L
a anciana convalece en el hospital de una larga enfermedad.
La vida mientras tanto, encarnada en su amada hermana,
mantiene encendida la llama de la esperanza. Aquí o allí, la
mujer convaleciente, cada vez que mira los ojos que la miran,
los ojos del amor fraternal, encuentra el descanso: «Todo está
bien... He vivido».
240
LA MORAL EN EL MAR
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l hombre de la montaña jamás se había bañado en el mar,
tampoco en el río; o sea, que ignoraba si sabía nadar. Lo
supo aquel día, el que vio el mar. Un niño pedía auxilio a una
decena de metros de la orilla de la playa, y el hombre de las
montañas, sin pensárselo ni un segundo, se descalzó y se lanzó
al agua. Tal vez sí supiera nadar.
EL ESPECTÁCULO SIN TIEMPO
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ra tan maravilloso el libro que leía, que, durante las diez
horas que necesitó para concluir su lectura, sólo envejeció
un minuto.
EL HORIZONTE PERMANENTE
C
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incuenta años después, cada vez que se miraban a lo más
profundo de los ojos, veían el mismo paisaje: el alma del
otro.
PUNZADA EN EL PECHO
L
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e dolía el pecho. Era una punzada que no remitía. ¿Será
el principio o el final?, se preguntó. Era el principio. Se
había enamorado.
EL DUEÑO DEL DUERO
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l viejo muy viejo, todas las mañanas, se sienta en un banco
de la ribera del río Duero, a su paso por Soria, y se recrea
en la contemplación del trozo de río al que considera suyo.
Los ríos ni se compran ni se venden, pero éste trozo del Duero
es suyo, claro que lo es. Puede contemplarlo cuando quiera, y
quiere todas las mañanas el viejo muy viejo, el dueño del río
Duero.
EL MAESTRO ECHA UNA CABEZADA
E
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l maestro se quedó dormido en clase al poco de poner unos
ejercicios en la pizarra. Los alumnos no se rieron de él ni
aprovecharon la coyuntura para enredar; todo lo contrario. Lo
arroparon con extremo cuidado y se mantuvieron en silencio
a esperar que se despertara. La noche anterior, el maestro se
la había pasado en el hospital, velando el sueño agitado de su
esposa enferma.
LOCO PALACIO
D
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ice que su humilde dormitorio es un palacio
Lo toman
a risa, pero yo le creo.
LA VOLUNTAD DE UN POEMA
L
L
a mujer treintañera, en la boca de entrada de la estación
del metro de la Plaza de las Alondras, en Villahermosa del
Amanecer, ofreció al hombre un poema amoroso brevísimo a
cambio de la voluntad. El hombre le dio dos monedas de euro y
le dijo que dejara el poema para otro día, ya que llevaba mucha
prisa. La poeta callejera se negó a aceptar el dinero esgrimiendo
un argumento irrebatible:
Mi poesía no acepta limosnas. Escúcheme y deme lo que
merezca, si es que mis letras tienen algún valor material para
usted. Se trata de uno de esos poemas que, por su brevedad, yo
llamo fulminantes: lo he escrito hace cinco minutos, recostada
contra la baranda, aquí mismo. Si no puede demorarse ni siquiera
unos segundos, ya se nos presentará otra ocasión.
El hombre, un escritor vocacional, vaciló durante unos
segundos. Luego, esbozó una sonrisa cálida. La cita podía y debía
esperar. Si se retrasaba, sería por una buena causa: la Literatura
de carne y hueso. El editor lo comprendería.
Adelante, la escucho.
¿No quiere leerlo?
Prefiero escucharla.
La mujer lo recitó de corrido sin mirar el papel:
No me quiere/ pero lo quiero/siempre lo querré aunque nunca
me quiera/ porque yo amo a quien quiero.
Tenga.
El hombre puso en la mano de la mujer un billete de veinte
euros. Ésta, ruborizada, lo rechazó.
Es demasiado dinero.
Es mi voluntad
Y usted me ha regalado el germen de un
cuento y algo más, bastante más insistió el hombre.
¿Es escritor?
Sí, me siento escritor desde que tengo uso de razón, si bien
me gano la vida como funcionario municipal.
¿Dónde puedo leer algo suyo?
243
Aunque estoy a punto de cumplir los sesenta años, todavía
no he publicado ningún libro. Pero hoy mi sueño empezará a
hacerse realidad. Precisamente llevo prisa porque estoy citado,
dentro de veinte minutos, con el propietario de La Aventura
Venturosa, la editorial que publicará mi primer volumen de
cuentos, La vida de las palabras.
¡Enhorabuena! Aquí, una futura lectora de La vida de las
palabras: Carmen Rueda.
Gracias, Carmen. Mi nombre es Abel Ceballos.
El escritor estrechó la mano que le tendía la poeta callejera.
Me decía usted que le he regalado el germen de un cuento
y bastante más. ¿A qué se refiere con ese adverbio adjetivado,
Abel?
A una cura de humildad.
Ahora sí que le acepto los veinte euros.
Y, entretanto guardaba a empujones el billete en un monedero,
Carmen dedicó al escritor una monumental sonrisa.
Una hora más tarde, a una mesa de la cafetería Cervantes,
después de que firmara el contrato de edición de La vida de las
palabras con La Aventura Venturosa, Abel Ceballos le pidió al
editor que le disculpara un minuto.
Se me acaba de ocurrir el título de un cuento.
¿Lo ha escrito hoy?
Sí, en el metro, en el trayecto hasta aquí. Sólo me faltaba
el título.
¿Me deja leerlo?
¿El título o el cuento?
El título y el cuento.
Y el editor comenzó a leer La voluntad de un poema.
244
LA CUEVA DEL MIRAR
M
M
iraba desde la superficie, y todo lo que veía era eso: una
superficie. Un día, paseando, descubrió la entrada a una
cueva. Entró y vio lo que nunca había visto: la profundidad.
Desde entonces, mira a lo más profundo aunque se halle en
la superficie. Lleva consigo el día en el cual descubrió la cueva.
EL ÁNGEL SE HIZO MUJER
L
L
a que era un ángel de singular belleza, con el paso del
tiempo, se convirtió en una mujer madura. Antes, el
hombre estaba enamorado de ella; ahora, la ama.
LOS GLOBOS DE LA ABUELA
L
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os dos chiquillos sueltan globos hacia el cielo. Están
convencidos de que vuelan junto a su abuela, quien ha
muerto hace unas horas. Tal vez los niños tengan razón.
LA RESPUESTA DE LA ABUELA
¿Para qué venimos al mundo, abuela?
Esa misma pregunta la planteé yo en su día a
muchas personas. De todas las respuestas que me ofrecieron,
la que más me convenció fue esta: Venimos a querer y a que
nos quieran.
¿Quién te dio esa respuesta?
Mi abuela.
245
LA FUERZA
L
L
a mujer se ahogaba; el remolino tiraba de su cuerpo hacia
abajo con una fuerza demoníaca, como si Leviatán se
hubiese encaprichado de ella. Aunque braceaba sin cesar,
apenas le quedaban energías. Cuando todo parecía perdido,
algo la empujó con vehemencia hacia arriba. Algo: el instinto
materno la salvó, o tal vez fue la otra vida que llevaba en sus
entrañas la que rescató a la mujer embarazada. Debía vivir para
que la criatura viviera porque sólo si ella vivía, la madre viviría.
PINTOR POETA
I
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ntentaba pintar el color del viento desde sus tiempos de
mocedad. En el umbral de la vejez, lo consiguió. Ahora, a
sus 80 años, ha empezado a escribir Poesía.
CARNICERO
E
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scribía versos de amor por la noche; a la mañana temprano
dirigía las matanzas que perpetraban sus hombres. Le
llamaban el Carnicero, si bien él se presentaba ante el mundo
con el sobrenombre del Cupido de las Letras.
EN ESTADO DE GRACIA
S
S
e halla en estado de gracia... No para de escribir.
246
NUNCA LO CREYÓ
S
S
e niega a creer que su hija esté muerta. No ha visto su
cadáver y, en tanto no lo vea, el hecho de no creer es para
ella la manera de mantener con vida a la niña que el mar se
llevó. Su hija nunca murió, para la madre, no. Así conservó
la esperanza que la mantuvo con vida hasta que la niña,
convertida en una sirena, desde las profundidades del océano,
le cogió la mano y se la llevó.
ESTAR YÉNDOSE
L
L
a escasez de recursos económicos le impedía salir de viaje
tal y como hacían sus vecinos aprovechando el largo
puente. Debía quedarse donde estaba, así que abrió un libro y
se marchó a los tiempos remotos de la lejanía.
ADRIÁN DESENFUNDA LA GUITARRA
A
A
drián Arroyo, funcionario municipal que años atrás fue
vocalista de un grupo musical que actuaba en verbenas,
bautizos, comuniones y bodas, perdió a su mujer, su primer y
único amor, la semana pasada. Un pequeño bulto descubierto
por casualidad en la ducha, una urgente mamografía a las
cuarenta y ocho horas, la sentencia poco después: Lo siento,
señora. Padece usted un cáncer maligno, muy agresivo, con
varias metástasis, y el final, a los tres meses de calvario.
El éxtasis, a un pequeño bulto de distancia de la desesperación.
247
La tristeza que embarga a Adrián, además de irreversible,
es de esas que no sólo colonizan todas las alegrías del mundo,
las fagocitan para, instantes después, expelerlas transmutadas
en melancolía. Ante una tristeza tan triste, Adrián sólo
adivina un remedio. Como no tiene hijos ni deudas morales
contraídas con nadie, al menos eso cree él, en volandas de la
desesperanza, ha acogido con todos los honores la idea que
lleva insinuándosele en el magín en los últimos días; una idea
a la que incluso le hace una reverencia cuando cruza el umbral
de su alma.
Decidido a poner fin al calvario en el que se ha convertido
su vida, Adrián visita a Plácido Abad, su mejor amigo, médico
de profesión, para implorarle que le recete unas pastillas
fulminantes o un brebaje letal con el que pueda irse al otro
mundo sin demasiados padecimientos.
Plácido, que atiende los días laborables a sus pacientes en
una consulta particular, trabaja voluntariamente los fines de
semana en un hospital de la Cruz Roja. Cuando Adrián llama
a la puerta de su despacho, el sábado a media mañana, el
médico se dispone a realizar la segunda ronda de visitas de la
jornada.
Hay muchos enfermos a los que atender, Adrián. Espérame
aquí, si quieres; tardaré una hora, quizá menos.
Adrián Arroyo se acomoda en un sillón dispuesto a rumiar
sus penas; sin embargo, a los pocos minutos, espoleado por un
impulso irrefrenable, decide caminar por el largo pasillo de la
planta hospitalaria. Tras deambular de un lado a otro un par
de minutos, oye al fondo unos gemidos lastimeros. Aprieta el
paso. Está seguro de que esos gemidos se dirigen a él.
Un hombre de mediana edad solloza sentado en la cama
de una solitaria habitación. Adrián entra en la estancia y se
248
sienta en la otra cama, vacía, frente al sollozante. De pronto,
procedentes del lejano ayer, emergen de su garganta los
acordes de una legendaria canción: Extraños en la noche, la
preferida de Adela, su añorada mujer, la misma que sonaba
en el kiosco de la música, en las fiestas patronales del pueblo
de veraneo, cuando Adrián y Adela se conocieron. Aunque es
mediodía y brilla el sol, en la habitación del hospital, dos extraños
se contemplan en la noche, y se reconocen. La tristeza
baila un tango en sus ojos.
Adrián regresa al despacho de Plácido una hora y media
más tarde.
Pensaba que te habías marchado.
¿Marcharme? Qué va. He estado cantando casi todo mi
repertorio, primero, baladas; luego, rumbas.
¿Aquí?
En una habitación del fondo del pasillo, aliviando penas.
¿Cantando para tus adentros? pregunta el médico en
tono escéptico.
Para mis adentros también.
Además de a cantar, me supongo que habrás venido al
hospital por alguna otra razón, ¿no?
Por una razón que dos extraños se llevaron en la noche
responde Adrián. Hasta mañana, Plácido.
¿Mañana?
Mañana, es domingo.
Lo sé. Un excelente día para cantar.
Al día siguiente, domingo, Adrián vuelve al hospital, y el
lunes y el martes, al término de su jornada laboral
Lleva
una guitarra en bandolera. Hay muchas personas solitarias a
las que su voz puede acompañar.
249
UNA FRASE DEMASIADO GRANDE
P
P
ese a las pocas palabras que la componían, la frase, tan
grande y grandiosa, no le cupo en el cerebro. Por eso la
dejó esparcida en el papel, para brindarle la oportunidad de
que perdurase en la posteridad: Somos lo que amamos.
LA QUIERO A MORIR
L
L
es apasionaba la canción francesa. Se conocieron en un
recital de Georges Moustaki. Se enamoraron bailando
pegados al cadencioso ritmo de A toi, de Joe Dassin. En
el ágape nupcial se besaron con pasión amenizados por los
acordes de La quiero a morir, de Francis Cabrel, la canción
predilecta de la pareja. Esa noche, la de bodas, prolongaron
el éxtasis gracias al arrollador estímulo proporcionado por
la susurrante voz de Jane Birkin en Je taime moi non plus.
Ahora, varias décadas después, han intentado resistirse
a la decrepitud sexual estimulándose diariamente con las
imágenes ardorosas de Charlotte Gainsbourg, la hija de Serge
Gainsbourg y Jane Birkin, en la película Nymphomaniac,
pero no ha habido manera. Finalmente, el hombre y la mujer,
ya ancianos, han aceptado la derrota del cuerpo, no la del
recuerdo. Con las manos entrelazadas, acunados por la voz de
Cabrel, miran hacia atrás y sonríen satisfechos. Se han querido
a morir.
250
EL PASADO MUERTO
S
S
u marido, capitán del Ejército Popular de la República,
murió en la batalla de Alfambra (Teruel), y ella, que había
participado activamente en la contienda, huyó a Francia en
los últimos meses de 1939, antes de que los franquistas la
mataran. En el país vecino, un año después, se alistó en la
Resistencia para luchar contra los invasores nazis. Salvó la
vida de milagro en más de una docena de ocasiones. Mientras
en España, amigos y parientes caían ante las balas de los
pelotones de fusilamiento, Beatriz Andújar, colmada de arrojo
y temeridad, mataba soldados nazis en arriesgadas operaciones
bélicas. Terminada la II Guerra Mundial, una noche, antes de
vestirse para ir a cenar a casa de su vecino Pierre, quien decía
estar enamorado de ella, se contempló desnuda en el espejo de
su vivienda de Bayona. Tenía el cuerpo plagado de cicatrices,
tantas como las que le mostraba el alma desde los ojos. Desde
España, le llegaban noticias desoladoras: ni uno solo de sus
cuatro hermanos varones había sobrevivido a la guerra y a la
venganza de la posguerra, tampoco sus padres, ni sus primos,
ni sus dos sobrinos. De toda su parentela, sólo quedaba ella.
Su pasado, en España, había muerto. No se suicidaba porque
sentía curiosidad por saber lo que el futuro inmediato le
ofrecería. Y se lo ofreció, en Francia, no en España.
LEJOS, AQUÍ
I
I
ntentó evadirse de la realidad leyendo cuentos de humor.
Y se rio incluso a carcajadas. Pero en medio de la risa, se
percató de algo, estaba en el epicentro de la realidad. Una rea
251
lidad que había cambiado a mejor, gracias a la risa, gracias a
un cuento.
QUERER SER
Escribo porque me resisto a ser quien no quiero ser
declaró el escritor en la entrevista radiofónica.
¿Y quién quiere ser?
Escritor con mayúsculas.
O sea, que todavía no lo es.
Hasta hoy, no; mañana, tal vez.
EL FRACASO DE NO CANTAR
Mi vida ha sido un fracaso inapelable. No tengo nada
de lo que enorgullecerme el hombre triste se
lamenta ante su amigo escritor.
¿Cómo que no? Estás vivo y lúcido y con buena salud.
Puedes amar, puedes aprender
¡Mira! el escritor le señala
la lluvia que empieza a caer. Esta lluvia es tuya y el sol que
tal vez salga mañana y los árboles y el aire que respiras
¿La lluvia? el hombre dirige una mirada compasiva
hacia su amigo.
La lluvia sí
Cantemos bajo la lluvia: Im singing in
the rain/Just singin in the rain/What a glorious feeling
¿No
cantas?
¿Por qué? ¿Para qué?
Porque es bueno cantar por cantar. ¿Para qué? Por
ejemplo, para quien te considera un amigo, o sea, un triunfador.
Mírame bien a los ojos
Tu vida no ha sido un fracaso.
252
Im singing in the rain/Just singin in the rain/What a
glorious feeling
Y MIRABA Y MIRABA
C
C
uanto más miraba, más cosas tenía por ver. Qué curioso,
se dijo mirando otra vez por si había algo menos por
ver. Pero no. Casi todo estaba por ver. Y miraba bien, cada vez
mejor. Veía toda su ignorancia
Y miraba y miraba y miraba.
LOS CONOCIDOS DE MATEO
M
M
ateo, el viejo muy viejo, aunque ya apenas reconocía a
nadie, era saludado por casi todo el mundo.
Adiós, Mateo, pase un buen día.
Vaya con Dios, Mateo.
Me alegro de verle, Mateo.
¿Quiénes son? preguntó Mateo a su hija de cuyo
brazo caminaba.
La felicidad, padre.
¿Qué felicidad?
La que tú les diste.
EL PERFUME DE SUS SUEÑOS
Qué maravilloso sería mi marido si fuera una persona
diferente, se dijo la mujer enjugándose las lágrimas
con un pañuelo de seda perfumado de violetas, el perfume que
253
él le regaló al poco de conocerse, cuando ella estaba convencida
de que se había enamorado del hombre de sus sueños.
UN ESTILO MUY PARTICULAR
E
E
l prestigioso escritor que se encarga de presentar la novela
que acaba de ganar el premio literario más importante del
país el de mayor cuantía económica, sorprendentemente,
califica la obra galardonada como una novela escrita sin
estilo.
La autora premiada, sentada al lado del afamado escritor,
lejos de amilanarse por semejante afirmación, se limita a
esbozar una tímida sonrisa. Mi estilo es carecer de estilo
declara la novelista galardonada, cinco minutos después,
cuando el reputado autor le cede la palabra.
EL ASOMBRO DE UN LECTOR
E
E
staba confuso. Acababa de terminar la lectura del libro de
un escritor desconocido, y, sin embargo, el texto le había
relatado los momentos más trascendentales de su vida, la del
lector, como si él fuese el autor de la obra. Lo eres. Al leerme,
te lees, dijo una voz. ¿Quién eres tú?, preguntó el lector
pasando de la confusión al asombro. Yo soy tú, o sea, lo que
has leído.
254
REFLEJOS VIOLETA
Cuando mi madre me miraba, veía reflejado en sus ojos
color violeta lo mejor de mi persona. ¿Dónde lo veré
ahora que ella ya no está?
Cada vez que cierres los ojos, ahí lo verás, en los ojos
color violeta que siempre te mirarán desde el corazón de tu
memoria.
EL DOCTOR AMARILLO
L
L
a población de Los Álamos del Espolón, pueblo fronterizo
con la capital del Estado, había crecido exponencial-
mente en los últimos decenios. La Iglesia, el Ayuntamiento y
la docena de casas de piedra apiñadas en torno a la Plaza Mayor,
habían dejado paso a una localidad populosa que, gracias
a su impresionante extensión, todavía contaba con un amplio
margen de crecimiento. Disponía además de vastas franjas de
terreno, a uno y otro lado del río Espolón. Justo en la orilla
izquierda, el magnate ruso Stalinenko pretendía construir
uno de los centros comerciales más grandes de Europa. Con
este fin necesitaba que el candidato del Partido Amarillo, Ale-
jandro Martínez Pérez, triunfase en las inminentes Elecciones
Municipales.
No lo tenía fácil Antonio, ya que sus dos máximos rivales,
Calixto Andueza y Micaela Sastre, del Partido Rojo y el Partido
Verde respectivamente, amén de un historial inmaculado como
concejales de Los Álamos del Espolón en dos legislaturas,
ambos habían cursado estudios universitarios, con doctorados
incluidos. Antonio Martínez Pérez, sin embargo, tenía una
baza a su favor. Llevaba residiendo en Los Álamos del Espolón
255
sólo cinco años y, por lo tanto, se podía construir un pasado
a la medida. Además, su antropónimo, común y corriente, un
inconveniente en principio, era susceptible de ser convertido
en una ventaja.
Stalinenko estaba dispuesto a engordar las arcas del
Partido Amarillo a cambio de la recalificación de los terrenos
de la ribera izquierda del Espolón. Para ello, había que ganar
las Elecciones como fuese. Antonio, un hombre sin escrúpulos,
carecía de estudios universitarios, lo cual lo dejaba en una
situación de inferioridad con respecto a sus dos rivales. A
grandes males, grandes remedios, era el socorrido lema de
Stalinenko. Así que movió a sus secuaces con rapidez y destreza.
Pronto se enteraron éstos de que, en la Facultad Nacional de
Historia, un tal Antonio Martínez Pérez se había doctorado
hacía quince años, y, si no hubiese fallecido en un accidente de
tráfico, tendría en el presente la misma edad que el candidato
Amarillo. Por si esto fuese poco, el doctor Martínez Pérez, era
soltero cuando murió trágicamente y su madre, viuda por aquel
entonces, residía ahora en un geriátrico aquejada de demencia
senil. El cambiazo sólo le costó a Stalinenko trescientos mil
euros, lo que cobraron los funcionarios universitarios por
doctorar en diferido al candidato Amarillo.
Antonio Martínez Pérez, flamante doctor en Historia, se
presentó como cabeza de lista del Partido Amarillo. Pronto,
merced a una abrumadora campaña electoral, se erigió en el
favorito en las encuestas. Habría ganado con holgura si no
hubiese aceptado participar, en el penúltimo día de campaña,
en un debate televisivo en el cual, al final de la pugna dialéctica,
los candidatos debían someterse a las preguntas del público.
Allí, una joven universitaria, en vista de que el candidato
amarillo era doctor en Historia, se interesó por saber a quiénes
256
consideraba él como los tres personajes más importantes de lo
que se llevaba del Siglo XXI.
Tras titubear durante varios segundos, el alcaldable
amarillo mencionó los únicos tres nombres que le vinieron a
la cabeza: el Papa, Isabel Pantoja
y Leo Messi.
Las Elecciones Municipales en Los Álamos del Espolón
las ganó Micaela Sastre por mayoría absoluta.
AQUÍ, LEJOS
¡Quédate aquí!, le ordenaron. Abrió un libro y se
marchó allí, allá, a este lado, al otro.
LA MEJOR VENGANZA
N
N
o existe mayor venganza que la vida y el amor.
¡Hitler, contempla esta joya! gritó la anciana judía
besando a su biznieta recién nacida.
DESEO CUMPLIDO
N
N
o quería que lo recordaran. Cuando murió, nadie tuvo
que esforzarse en cumplir el deseo del difunto.
257
SU LLANTO, SU RISA
D
D
udaba entre reír o llorar, y, varado en la incertidumbre,
optó por no reír ni llorar. Una decisión que dejó una huella
indeleble en su alma. Desde ese día, ni lloró ni rio, por muy
emotivo o cómico que fuese lo que veía o escuchaba. Se convirtió
en un hombre sin llanto ni risas que penó por el mundo
durante diez años. ¡Diez años! Qué largo se hace el tiempo
cuando no hay llanto ni risas. Pero no era un hombre acabado
para la vida, como pudo comprobar cuando la conoció, a ella,
su llanto, su risa
¡El amor!
EL ESCRITOR DE LAS ALMENDRAS
S
S
ólo podía escribir cuando comía almendras; y era alérgico
a los frutos secos. Murió escribiendo
y masticando almendras.
EL ZAPATERO POETA
E
E
scribía poemas brevísimos en las suelas de los zapatos que
arreglaba, de ahí procedían las letras que todos los días
aparecían esparcidas por las aceras de la localidad en la que
el zapatero residía. Algunas de estas letras componían una declaración
de amor.
258
VÓMITO DE LETRAS
C
C
uando vomitó, llenó el suelo de centenares de millones
de letras. Había engullido, sin masticarlos, demasiados
libros.
MARIPOSAS DE COLORES
V
V
iajó hasta el corazón del otro y, aunque, a su regreso, no
encontró las palabras precisas para describir lo que había
visto, a sus seres queridos les bastó con mirarle a los ojos, dos
mariposas de colores, para saber que había estado en el lugar
donde nacen las metáforas.
VERSOS EN DANZA
E
E
scribe versos metafóricos mientras desliza grácilmente su
cuerpo por el escenario de la vida. La danza es el poema;
la bailarina, la poeta.
EL DESEO
L
L
as circunstancias habían convencido a la mujer de que
sólo encontraría lo que deseaba si lo que deseaba venía a
ella. Y vino, pero lo que la mujer creía deseable en la distancia,
resultó indeseable en la cercanía. Fue entonces cuando
comprendió que hay que ir en busca de lo que se desea, y
no limitarse a esperarlo. Y, al emprender la búsqueda, ella
259
también se convirtió en deseable. Tal vez por eso suya fue la
fuerza arrolladora del deseo.
EL ASESINO IMPLACABLE
N
N
o hay nadie en la casa, pero no está sola. Alguien abre
la puerta de la habitación, y se introduce en su cama
y le aferra el cuello, y aprieta y aprieta; le falta el aire, se
ahoga
Así, una noche tras otra, todas las noches. Aunque
vive, está muerta. Cada noche muere; la matan. En el último
instante, meses atrás, alguien la salvó. Una salvación mortal.
El salvador en realidad lo que hizo fue entregarla al asesino
más implacable de todos: el recuerdo.
EL INDICIO
S
S
ólo pide un indicio que le muestre esa eternidad en la
que recuperará los besos que no pudo dar (ni recibir) de
su hijo, prematuramente fallecido. Implora a las Alturas,
pero indefectiblemente le responden las palpitaciones de su
corazón. Tal vez porque ese es el indicio, el único indicio.
PARA TI, LECTOR
Toma, lee, convierte este microrrelato en algo tuyo,
diferente a lo que el autor ha escrito. ¿Qué
microrrelato? El lector se convierte en creador cuando lee
con pasión.
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EL CURSO ESENCIAL
H
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ace años que empecé a cursar el master vital de
Aprender a morir. Durante mucho tiempo fui un mal
alumno, ya que acudía siempre a clase con la tristeza a cuestas.
Desde hace unos años aprendo con provecho. En este curso
sólo te gradúas si lo cultivas con alegría.
LOS OTROS
Y YO
Q
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uise ser los otros para conocer lo que no era yo, y, al ser
los otros, paradójicamente conocí lo que era yo, no lo que
no era. Volví a mí con este conocimiento, y entonces conocí a
los otros.
EL ALUMBRAMIENTO DE LA MAÑANA
H
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a parido una historia esta mañana temprano, tal vez
jamás nadie la lea. Tal vez. Pero no se arredrará ante el
eventual silencio del lector. No. Hoy intentará quedarse de
nuevo embarazado para, así, mañana volver a alumbrar una
nueva criatura. Acaso nadie se digne conocerla. O sí. Pero él
no desesperará porque él escribe por escribir.
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A SU AIRE
L
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e insto a que no se vaya. Ni caso. Se lo suplico. No me
oye, o peor: me oye pero no me escucha. Se va. ¿Cuándo
volverás?, le pregunto. Cuando menos lo esperes. Tú,
persevera, responde. Y empuño la pluma mientras la Musa
se evapora por entre los pliegues del cuaderno.
CUÉNTALO
Vete y cuéntalo, le exhortó en silencio el libro. Y el niño
lector fue y lo contó. El escritor había resucitado de su
tumba, tal vez para siempre.
POSTDATA
C
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uentan que el autor de La vida de las palabras, antes de
dar por terminado el libro, escribió: No me moriré mientras
siga vivo.
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